Panfleto contra los catecismos y las banderas
Uno prefiere encontrarse solo, aislado, incomprendido en su pensamiento y en sus dudas, antes que diluirse y perderse en la masa, manipulada -sea en espectáculos políticos, deportivos, musicales, televisivos- por mitos explotados por los caudillos, líderes, dirigentes económicos, de partidos, gubernamentales, industriales -la cultura y el deporte también al servicio de las multinacionales y los oligarcas que controlan el ocio y el tiempo libre-, esos buitres y terroristas económicos causantes de todas las desgracias de la Humanidad.
El racismo, la xenofobia, la intolerancia, el desprecio al pensamiento y la diferencia, las torturas, las guerras, las persecuciones y los exilios, las censuras de toda índole, el desprecio a la creación si no se convierte en mera mercancía, son consecuencia de los cultos dogmáticos impuestos sobre conceptos religiosos o nacionalistas que conducen al silencio, persecución, destrucción del contrario: de las mazmorras y hogueras en las plazas públicas a los campos de concentración y hornos crematorios.
Odio a las iglesias que excluyen a quienes no son sus fieles creyentes, odio a las banderas que cobijan bajo sus trapos coloreados a los fieles dispuestos a luchar o morir en su defensa. Odio y desprecio merecen los sacerdotes de uno y otro culto. Mientras no exista una educación que combata su existencia y forme conciencias críticas e independientes de sus dogmáticas imposiciones, la civilización no podrá avanzar hacia su auténtico desarrollo y libertad.
Una trágica herencia. De siglos.
En Europa hemos vivido no hace muchos años -Alemania, Austria, España, Italia- los efectos nocivos provocados por ambas concepciones totalitarias: en el desarrollo económico y político, y sobre todo, «en la enfermedad de sus ciudadanos». La esclerosis del pensamiento, el desprecio a la libertad, la sumisión y esclavitud a la hora de plantear temas como el de la insumisión y desobediencia a los credos religiosos o nacionalistas, la alienación que conforman nefasta tradiciones, cultos irracionales, conceptos morales y judiciales que afectan a la enseñanza, la cultura, a las relaciones hombre mujer, a instituciones como la familia, a las costumbres, al respeto al orden burgués, al lenguaje y a la expresión individual o colectiva, son pesadas losas que se vienen arrastrando desde hace siglos y muestran la parálisis de nuestra sociedad cuando las Iglesias conforman el poder junto a los autoritarismos de la pseudodemocracia. Incluso partidos y organizaciones que un día crearon los pensamientos de izquierda, terminan acomodándose a su existencia y poder, y hasta aceptan sus símbolos, participan en sus manifestaciones, para no perder «clientela» a la hora de buscar los votos de los ciudadanos.
Adorno advierte de como el nacionalismo incrementa en la psiquis de los hombres el narcisismo colectivo, aumenta hasta lo inconmensurable la vanidad nacional, (triunfos de la «Roja», piruetas de un piloto de coches de carreras o motos de toda índole, sonrisa del líder que antes de hablar de la corrupción de su pequeño «estado» para el que pide la independencia (¿de quién, acaso de los bancos, oligarcas, los Estados Unidos, los mercaderes de Europa?) y de la degradación social y cultural que sus políticas provocan en sus ciudadanos, solo se enorgullece de esa masa manifestándose, que desenrolló cientos de banderas a lo largo y ancho de su territorio, del cantante, el torero, la falsa historia de reyes, conquistadores, militares de baja estofa que en nombre de su patria, España por ejemplo, o Inglaterra, o USA se dedicaron o dedican a expoliar a otros pueblos y explotar a sus habitantes.
Sigue Adorno: «a modo de sucedáneo el nacionalismo les devuelve (a los alienados y explotados, destruidos ciudadanos desprovistos de su singularidad y libertad) como individuos parte del propio respeto que la colectividad les sustrae y cuya recuperación esperan de ella al identificarse ilusoriamente con la misma». La vieja Castilla, miserable y analfabeta creyéndose imperial, dominadora, grande y libre. La Cataluña que con su «independencia» recuperaría cuanto ha perdido y pierde en su desarrollo cultural, social, como si nuevas fronteras devolvieran la equidad y la justicia y borraran de su territorio el poder de los banqueros, explotadores corruptos que con Franco, contra Franco, con España, contra España, han medrado y continúan medrando siempre en su beneficio propio.
Pero es Thomas Bernhard quién con sus palabras más nos identifica en este panfleto contra los catecismos y las banderas. Le leemos: «Tanto el Nacionalismo como el Catolicismo, son enfermedades del espíritu y nada más. No me contagié de esas enfermedades porque, por la provisión de mi abuelo, era inmune a ellas, pero las sufrí como solo un niño de mi edad podía sufrirlas».
Las sufrimos quienes padecimos la educación y miseria de la España franquista nacional católica fascista. La sufren los niños que hoy en Cataluña son sometidos a la restrictiva educación nacional como contrapunto a la otra nefasta educación que les venía del centralismo, también católica, neoliberal, restrictiva y cerrada impuesta por sus dirigentes burgueses y retrógrados. (Dios: que estampa la de Arthur Mas junto al ministro del Interior español en el aquelarre siniestro montado por la Iglesia vaticanista en Tarragona)
Sí: contra los catecismos y las banderas. En mi soledad me quedo con el poeta Ferlingheti y leo:
«estoy esperando / que los bosques y los animales / reivindiquen la tierra como suya. / Y estoy esperando / que inventen una forma / para destruir todos los nacionalismos / sin matar a nadie» Claro que estos nacionalismos «liberadores» se sienten muy bien cobijados bajo el dominio imperialista de poderes mediáticos y culturales como el impuesto por los oligarcas de Estados Unidos, o bancarios como el de la Unión Europea, y acogen bajo su bandera protectora a arribistas que pretenden convertirse en pequeños dictadores, a corruptos con cuentas bancarias en otras naciones como Suiza o paraísos que no necesitan banderas ni liberaciones para ser refugio de los falsarios explotadores de cualquier nación. sí los símbolos y tópicos históricos encubren la hipocresía de quienes para ocultar sus métodos de gobierno y los problemas reales que conllevan a la mayor parte de la población -como se hace con el fútbol, los toros, las procesiones religiosas y romerías, los espectáculos de cualquier índole- recurren a la enajenación y privación de capacidad de análisis con sus fiestas que llaman liberadoras -no de ellos, desde luego, solo de los que son como ellos a los que apoyan en momentos de graves tensiones, como cuando se ha producido el advenimientos de los fascismos- y apoyarían si pudieran arrancarles todas las concesiones de poder dictatorial y económico que anhelan poseer. En épocas de crisis económicas, es decir, de guerra de mercados, de ciudadanos desesperados por las consecuencias impuestas por los depredadores de la sociedad, los nacionalismos excluyentes y xenófobos, encuentran sus mejores posibilidades para desarrollarse. ¿En que desembocan? Uno, en su soledad, recurre de nuevo al austriaco Bernhard:
«Tanto el Nacionalismo como el Catolicismo, son enfermedades del espíritu y nada más». Narcisismo colectivo, vanidad nacional: pobre respuesta al rancio nacionalcatolicismo ultracatólico y neofascista castellano, o a la existencia de figuras como Rajoy, Cospedal, Montoro, Guindos, Werth, también el ministro del Interior tiene nombre pero da hasta miedo pronunciarlo.
Quedémonos en esta soledad con dos reflexiones más, una de nuestro tiempo, otra de la Antigüedad. Y callemos después, que poco puede decirse sobre este amargo tema en el que las ideas no existen porque: ¿cómo dialogar con catecismos o banderas?
Albert Einstein: «Las pasiones nacionalistas han destruido esta comunidad intelectual. Los intelectuales y los hombres de ciencia han pasado a ser representantes de las tradiciones nacionales más extremas y han perdido aquella idea de comunidad intelectual».
Marco Aurelio: «Mi ciudad y mi patria, en cuanto Antonino, es Roma; en cuanto hombre, el mundo»- Y si Camus se preguntaba: «¿se puede ser feliz y solitarios?», yo pregunto: ¿se puede ser feliz entre la masa? Porque el dirigente político, fascista aunque se crea demócrata, solo busca corderos o búfalos entre sus ciudadanos, que obedezcan sus consignas sin pensar, y el creador solo anhela seres humanos, diferenciados, capaces de pensar por si mismos, obedientes únicamente a sus dudas y reflexiones.
Si no existieran religiones, banderas, ghettos, discriminaciones en razón del sexo, la piel, la lengua, si solo hubiera diferencias toleradas, cada ser humano dispuesto a comunicarse sin miedo y en libertad con el contrario, y si, sobre todo, el dinero y su posesión no marcaran el lugar en que viven, se educan, reciben asistencia sanitaria, se relacionan los seres humanos… Mas para que eso no ocurra se inventaron los dioses y las naciones, y las guerras y los campos de concentración, y la muerte por sus justicias o policías represivas, y las muertes por hambre y discriminaciones de toda índole… Eso sí, bajo un fetiche o libro religioso y una bandera a los que adorar y someterse. Estado, gran familia, con sus tradiciones y su falsificada historia: sangre, raza y religión y masas sometidas y partidos adaptados a las leyes y exigencias económicas de los explotadores… Como dice W.H. Auden, otro poeta al fin y al cabo, ya se sabe, hay que desconfiar de ellos, no son realistas ni políticamente correctos: «En los países democráticos nada hace más por el descrédito de la democracia que la disciplina del partido». Y Cioran: «Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso-político. Los excesos suscitados por la idea de nación, de clase o de raza, son parientes de la Inquisición».
Cristianismo: doctrina de la injusticia, del esclavismo. Nacionalismo: látigo de la razón y la libertad. ¿Cuándo el ser humano se civilizará completamente librándose de los dogmas?
Entonces comenzará el tiempo de la utopía.