Ingres: La belleza perfecta

El Museo del Prado alberga la primera exposición de un artista sin obra en los museos españoles

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Exposición de Ingres en el Museo del Prado

Una obsesión persiguió toda su vida a Jean Auguste-Dominique Ingres (Montauban, 1780-París, 1867): la búsqueda incesante de la belleza y la perfección que alcanzaran aquellas obras del clasicismo grecorromano y del Renacimiento. Sobre todo de Rafael, de quien era un desmayado admirador.

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Autorretrato de medio cuerpo. Jean-Auguste Dominique Ingres. Grafito sobre papel, 299 x 219 mm. 1835. París, Musée du Louvre

Esa búsqueda la hizo a través del neoclasicismo, el romanticismo y el realismo, y sus hallazgos fueron precursores en el siglo XX de los lenguajes de las vanguardias y la abstracción (Picasso, Matisse y Dalí así lo reconocieron). Ese perfeccionismo provocó el rechazo de sus adversarios, unidos en torno a Eugene Delacroix, que no aceptaban las normas de la Academia. En ese contexto, Ingres representaba la corriente racional clasicista frente a la irracional romántico-rubensiana de Delacroix, agitada y colorista.

Después de estudiar en Toulouse a instancias de su padre, un pintor de fama provinciana que le enseñó sus primeros conocimientos, Ingres llegó a ser el más destacado discípulo de Jacques-Louis David, el pintor de la revolución francesa, en cuyo estudio de París entró a los 17 años, aunque se distanció de su maestro hacia 1800 para seguir a los Primitifs, un grupo radical disidente que pregonaba un regreso al arte anterior a Fidias. Los abandonó cuando más tarde descubrió el realismo idealizado de Rafael. En París fue uno de los visitantes más asiduos al Museo Napoleón, que albergaba algunos grandes cuadros saqueados a los países ocupados por los franceses, unas obras que influyeron en su formación.

Un itinerario imperial

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Napoleón I en su trono imperial. Jean-Auguste Dominique Ingres. Óleo sobre lienzo, 259 x 162 cm. 1806. París, depôt du Musée du Louvre au Musée de l’Armée 1832

Ingres se instaló como pensionado en Roma en 1806, aprovechando la nominación de la ciudad como segunda capital del Imperio, después de un comienzo fulgurante en Francia con una serie de retratos como el primero que hizo de Napoleón, el suyo propio de 1804 y los tres de la familia Rivière, de 1805, en los que ya empieza a asomar el realismo, la expresividad y la abstracción formal que caracterizan su arte junto al refinamiento sensual y a la elegante suntuosidad de sus figuras.

Su fama de retratista hizo que le llovieran los encargos de los grandes de la aristocracia francesa y, a pesar de sus quejas por el tiempo que tenía que invertir en ellos, finalmente el género se le manifestó como un vehículo idóneo para expresar sus ideas estéticas. El mismo año de su llegada a la capital italiana recibió el Grand Prix de Roma, el mayor reconocimiento para un artista joven. Permaneció aquí hasta 1824, reafirmando su admiración por los ideales clasicistas del Renacimiento.

En Roma alargó la serie de sus retratos con nuevas aportaciones como el “Retrato de su esposa”, el “Retrato del pintor Granet”, o el “Retrato de Madame Devauçay”. También llevó a cabo algunas de sus mejores producciones de tipo histórico y clásico, otro de sus grandes temas: “Júpiter y Thetis”, “Virgilio leyendo la Eneida ante el emperador” o “Rómulo vencedor de Acrón”. Además fue en Roma donde hizo su mejor pintura de inspiración literaria, como “Ruggiero libera a Angélica” (inspirado en el “Orlando furioso” de Ariosto), “Paolo y Francesca” (de “La Divina Comedia” de Dante). Entroncando con los prerrafaelistas realiza “El sueño de Ossian”.

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La gran Odalisca. Jean-Auguste Dominique Ingres. Óleo sobre lienzo, 91 x 162 cm. 1814. París, Musée du Louvre, département des Peintures, Acquis en 1899

Algunas de sus mejores obras de esta etapa son “Interior de la Capilla Sixtina” y dos desnudos femeninos: “La bañista de Valpinçon”, que dio origen a una serie de desnudos sentados (inspiró la serie “Violin d’Ingres” que el fotógrafo Man Ray realizó con la modelo Kiki de Montparnasse), y “La gran Odalisca”, de inspiración tizzianesca, una obra maestra de fría sensualidad, que recuerda claramente a Rafael.

De Roma viaja a Florencia, donde se instaló en 1820. Aquí pinta “El voto de Luis XIII”, entre lo religioso y lo histórico, también inspirado en Rafael. En el Salón de 1824 esta pintura coincidió con la de Delacroix “La matanza de Quós”, lo que agudizó la polémica entre los seguidores de ambos artistas.

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Louis-François Bertin. Jean-Auguste-Dominique Ingres. Óleo sobre lienzo, 116 x 95 cm. 1832. París, Musée du Louvre, Département des peintures, acquis des descendants du modèle, en
1897.

En su regreso a Francia en 1825 se propuso encarnar también en su país los ideales representados por Rafael en el Renacimiento según los gustos de la burguesía del momento. Aquí ideó su obra “Coronación de Homero” como decoración para el techo de una de las nuevas salas del Louvre. Hasta su nuevo regreso a Italia pinta también “El martirio de san Sinforiano” y el magistral “Retrato de Monsieur Bertin”. De nuevo en Italia, de 1835 a 1841 ocupa el puesto de director de la Academia de Francia en Roma.

En este período realiza “Antioco y Estratónice y la “Odalisca con esclava”. Es la época de sus pequeñas pinturas con asuntos incardinados en la naciente tendencia troubadour, ambientadas en las cortes europeas de la Edad Media y Moderna, de contenidos más emocionales que históricos. También escenas inspiradas en las vidas de los artistas renacentistas que admiraba, tomadas de las biografías de Vasari: “Rafael y la Fornarina”, “Francisco I asiste al último suspiro de Leonardo da Vinci”.

Aunque más famoso y universalmente reconocido, su definitivo regreso a Francia coincide con una clara decadencia de su obra si exceptuamos algunos de los retratos como el de “Cherubini”, “La baronesa Rothschild”, “El duque de Orleans”, “Madame Moitessier”, la “Condesa de Haussonville” y su propio autorretrato final. También son excepcionales de esta última época “La Edad de Oro” y “El baño turco”, en el que retoma el tema de “La bañista de Valpinçon, rodeada aquí de sensuales desnudos femeninos en un ambiente muy del gusto romántico.

Primera exposición de un artista ausente en españa

La exposición que ahora se muestra en el Museo del Prado ha ordenado las más de sesenta de sus obras que han viajado a Madrid según un itinerario cronológico-temático de todas estas etapas artísticas. Se trata de la primera exposición en España de un pintor consagrado por la historia del arte del que los museos españoles no albergan ninguna obra, si exceptuamos “Felipe V impone el Toison de Oro al duque de Berwick”, en la Fundación Casa de Alba.

La entrada a la muestra está presidida por un autorretrato de Ingres en su primera juventud y se cierra con otro cuando contaba 78 años. Entre ambos pueden contemplarse algunas de las mejores obras del pintor bajo el hilo conductor de la larga serie de retratos que ha jalonado su trayectoria, uno de los géneros más practicados por el artista y en los que imprimió a sus modelos el carácter y la personalidad introspectiva de cada uno de ellos, desde el monumental “Napoleón I en su trono imperial” hasta el de “François Marius Granet”, pasando por la enérgica imagen del señor Bertin. En los retratos de mujeres presta una gran atención a sus ropas de moda y abalorios, en los que introduce sensaciones táctiles, en competencia con la naciente fotografía (Ingres fue un activo coleccionista de fotografías: en su museo de Montauban se conservan cientos de ellas).

Otro de los géneros más apreciados de Ingres, el de los desnudos femeninos, en el que expresó su admiración por las formas clásicas del cuerpo de la mujer, está aquí bien representado. Se adentró en él atraído por la carga erótica de la belleza del cuerpo femenino, apartándose de los cánones estéticos, a diferencia de lo que hacía en sus desnudos masculinos (“Edipo y la esfinge”). El más conocido, “La gran Odalisca”, una invitación directa al placer sensual, tuvo una gran influencia en artistas posteriores.

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El Baño Turco. Jean-Auguste-Dominique Ingres. Óleo sobre lienzo adherido a tabla, 108 cm diem. 1862. París, Musée du Louvre, département des Peintures, Don de la Societé des Amis du Louvre, avec le concours de Maurice Fenaille, 1911

Ingres no tuvo inconveniente en alargar la espalda de la figura (se dice que tres vértebras más de las que tiene el cuerpo humano), para aumentar el efecto erótico de la imagen. En esta misma línea de sensualidad y voluptuosidad está “El baño turco” inspirado en un relato del siglo XVIII de Lady Wortley Montagu, las “Cartas desde Estambul”, en el que describe un escenario vetado a la mirada del hombre. Lo terminó cuando tenía 82 años, aunque existen estudios para este cuadro desde 30 años antes, y representa el esplendor del ideal erótico del cuerpo femenino. De ambiente orientalista, lo pintó para regalárselo a Napoleón, quien se lo devolvió porque su mujer (la emperatriz Eugenia) lo encontró inconveniente. Ingres dijo que en este cuadro había querido plasmar la melodía musical que inspiran las líneas de los cuerpos femeninos (Ingres, que tocaba el violín, trató de identificar la música con la pintura en algunas de sus obras).

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La Virgen adorando la Sagrada Forma. Jean-Auguste Dominique Ingres. Óleo sobre lienzo, 113 cm diem. 1854. París, Musée du Louvre (Depôt aux Musées d’Orsay et de l’Orangerie)

Otro de los géneros representados en esta exposición, aunque con menor presencia, es el de la pintura religiosa, que hizo durante toda su vida, y en la que trató de regenerar la manera cómo Rafael pintaba sus vírgenes, lo que supuso introducir un método revolucionario en aquellos años: aquí están “Virgen adorando a la Sagrada Forma”, una composición devota de pequeño tamaño, y sobre todo “Jesús entre los doctores” pintado al final de su vida. Ingres planteó su obra religiosa como alternativa a la pintura del alemán Overbeck, y la relacionó con la estética de Rafael. En ella se podría incluir “El duque de Alba en la iglesia de Santa Gúdula de Bruselas” (Ingres estuvo al servicio de Carlos Miguel Fitz-James Stuart tras la desaparición de la corte napoleónica en Roma).

Además de pintor Ingres fue un gran dibujante, con una producción gigantesca (en Montauban se guardan más de 1.500 dibujos). Los presentes en esta exposición muestran los procesos de creación de algunas de sus grandes obras, como “La gran Odalisca” o “El baño turco”.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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