Mientras caía en la terrible tentación de recordar a Arthur Schopenhauer cuando en el libro segundo de “El mundo como voluntad y representación” advierte para explicar el ‘entendimiento’: «Lo que el ojo, el oído, la mano sienten no es intuición, son meros datos», Mark Elliot Zuckerberg se presentaba en el ‘Mobile World Congress 2014’ de Barcelona justificando los 19.000 millones de dolares que pagó por Whatsapp.
Me continúa inquietando este Schopenhauer de todos los días escribiendo en el capítulo XXX de «Parerga y Paralipómena» sobre el ruido. Debido a su irónica e iracunda necesidad de pensador, soñaba con azotar con los mismos látigos a los cocheros de los carruajes del S. XIX por tanto chasquido urbano.
Entre los asombrosos matices de la emoción, el ruido es un desconocido que sin azotar sus datos continúa siendo clúster.
En la cabeza de Schopenhauer el orden sonaba a Immanuel Kant mientras que el caos sonó a Georg Wilhelm Friedrich Hegel. En mis jornadas de adolescencia pretendí palpar el espacio y el tiempo releyendo las críticas de la Ilustración pero me encontré a solas disfrutando de la lectura de “La crítica de la razón pura” y demás críticas. Necesitaba de más objetos que de un libro-papel.
Sin objetos concretos no somos capaces de programar nada. Y si aguantara 120 dB (decibelios) o más, localizando e identificando un objeto más o menos, sería posiblemente capaz de recordar el orden. Pero la memoria es una actividad mediada con los otros/as en el espacio. No soporto el aprendizaje al dictado y fatuo, ese que tanto se ha prodigado por la memorización, pues sólo necesitaba saber cuándo y a quién/qué preguntar para recordarte. Y al localizarte lograr enlazar en la cadencia de un discurso su retícula. Sólo es lógica.
La cuestión: ‘mediación’ o ‘sobrevaloración’.
Internet (la red de redes) sigue resonando en el constructo de todos/as como esa macroestructura que los científicos del dinero llaman ‘bigdata’: la metafísica del globo-terráqueo que agranda el planeta aún conquistable. Me considero un apasionado de la micro-estructuración de las cosas. Acaso la temporalidad no subyace, como decíamos, en lo concreto de la localización de objeto u objetos. Adoro estar rodeado de anacronismos y caos. Es el hacedor de creación.
Quizá materializar nuevos espacios no requiera de manera cuantificada comenzar a enumerar. En la lógica más datos más números sólo recordamos cifras. Pero la contextura del espacio se abre a la posibilidad del acceso y nadie solo supo recordar su soledad, porque requiere de los atributos de ésta. Todos/as los sabemos.
Enumerar las cifras es y será su huida emocional. Materializar es el oficio del hedonista, estar y posiblemente perecer en el tiempo. Es el bello gesto de quien genera un espacio mediado sin pretender delatar a quienes te comparten. Conformando qué es qué por mantener viva la Red. Casi intuitivo. Y aquello que en la rotunda afirmación de Schopenhauer se pensaba entendimiento frente al dato.
En nuestra vaga estupidez creemos inventar pero sólo renombramos. Acaso si Internet es un modo, sólo un modo de acceso a la Red, confundimos puerta con recinto. Sino para qué los de antes meditaban, rezaban, oraban y en su hermeneútica interpretaban las líneas de sus textos. Esto siempre se hizo por los que te acompañan. Vivos o muertos.
En nuestro acercamiento a lo dimensional hemos crecido con la mano en el teléfono. Alexander Graham Bell, que consiguió en América la patente del teléfono, tiene el honor de haber otorgado su nombre a la palabra decibelio (unidad acústica empleada en las telecomunicaciones). Pero el Graham Bell logopeda sobre todo fue un experto de la escucha y el habla. Y ésta siempre es la manera de la simultaneidad y cercanía de las cosas. Por esto desde aquí comenzamos a construir el espacio.
Perdonad, sólo os quería provocar para mediaros… conmigo.