Mientras la Administración Biden centra sus baterías en el nuevo rival-competidor-enemigo –China – el inquilino de la Casa Blanca invita a sus aliados a hacer frente común contra el… peligro amarillo.
Nada nuevo bajo el sol: los humanos y, ante todo, los adalides de los grandes imperios, necesitan enemigos. En el siglo XX, el oponente se llamaba Rusia, los soviets, el comunismo, el marxismo. En el umbral del nuevo milenio, el Islam tomó el relevo del peligro rojo. Samuel Huntington nos presentó, con sumo detenimiento, su teoría sobre el choque de las civilizaciones, que podría resumirse en pocas palabras: Islam contra Occidente. Poco después, los radicales de Osama Bin Laden se encargaron de abrir la caja de Pandora: sangre, terrorismo, inestabilidad política, racismo, xenofobia. Aparentemente, el nuevo rival era más despiadado que el manido oso ruso, inductor de tantas pesadillas en el civilizadísimo Mundo Libre.
¿El Islam? No, es un error; nuestro verdadero contrincante será China, advirtió el bueno de Huntington, tras haber recibido una nueva revelación. Mas el peligro tardó en materializarse. De todos modos, Trump y Biden no descubrieron la pólvora, ya que se trata de un invento… chino.
Huelga decir que más cerca de nosotros, en el Mediterráneo, la percepción de los peligros es muy distinta. Aquí, los chinos tendrán su muelle en el puerto de Haifa, hasta ahora escala predilecta de la 6a Flota estadounidense en el Mediterráneo. Y, por si fuera poco, el gigante asiático cuenta con otra cabeza de puente: el puerto de Pireo.
Aquí, la verdadera obsesión es Irán, el peligro que implica el programa nuclear del país de los ayatolás. Israel, que lleva más de un cuarto de siglo advirtiendo sobre la amenaza iraní, optó por plantar cara al gran Hermano norteamericano, tras comprobar la tibieza de la Casa Blanca para con Irán.
Israel se reserva el derecho de emplear la fuerza contra Teherán para evitar que los iraníes adquieran el arma nuclear, advirtió ayer en Washington el ministro de Asuntos Exteriores del Estado judío, Yair Lapid, durante una conferencia de prensa conjunta con el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken. Era la constatación del fracaso de una gira diplomática en la cual Lapid, un político moderado, tropezó con la indecisión y la irritante ambigüedad de la Administración Biden.
Cierto es que tanto Washington como Moscú están desplegando grandes esfuerzos para salvar el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. Rusos y americanos prefieren volver a la mesa de negociación, confiando en poder imponer una solución diplomática. La pasada semana, el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian, se entrevistó en Moscú con su colega ruso, Sergey Lavrov. Poco antes de la reunión, Lavrov habló con el secretario de Estado Blinken acerca de los esfuerzos para reconducir las consultas con Irán. Al término del encuentro, Amir-Abdollahian insinuó que las conversaciones se reanudarán pronto.
Pero los israelíes no confían en las buenas palabras de los diplomáticos; estiman que hacen falta argumentos más contundentes para persuadir a los iraníes. ¿Un nuevo paquete de sanciones económicas? ¿La amenaza de un posible recurso a la fuerza? ¿Campañas de desestabilización interna? Los estrategas de Tel Aviv no descartan ninguna opción. Recuerdan, si es preciso, que el programa de Gobierno del líder de la revolución islámica, el ayatolá Jomeini, finalizaba con la frase: combatiremos hasta el día en que la bandera verde del Islam ondee sobre Jerusalén.
Decididamente, los comentarios sobran.