Un folletín que no ha sobrevivido al tiempo
«El Jardín de Jeanette» (Une vie), adaptación de Stéphane Brizé (“Mademoiselle Chambon”, “La ley del mercado”) de un libro de Guy de Maupassant, el aristócrata convertido en escritor romántico de folletines, es una película a la que falta emoción y, sobre todo, es una película que carece totalmente de sentido en el siglo XXI.
La vida «letárgica» de una mujer que tiene tan pocos horizontes como la Jean de esta película, hoy interesa realmente muy poco; como no interesa nada el hobby de su pequeño huerto doméstico. Esa visión de «la feminidad» -inane, callada, dulce, soñadora, casi siempre sufridora y con frecuencia enferma- ya no es más que una pieza de museo.
Normandía, 1819. Apenas salida del convento donde ha sido educada, Jeanne (Judith Chemla, “L’Homme qu’on aimait trop ”, “El sentido de la fiesta”), joven aristócrata superprotegida y llena de sueños todavía infantiles, regresa a casa de sus padres que la casan con el vizconde semi arruinado Julien de Lamare, quien muy pronto se revela infiel, maleducado, brutal, roñoso y voluble.
Las ilusiones de Jeanne comienzan a evaporarse al tiempo que continúa una vida de treinta años de sumisión falócrata: primero un padre que juega al croquet en el mismo jardín en que enseña a Jeanette a plantar su huerta, a continuación un marido compendio de todas las “virtudes” del machista de hace dos siglos, que no eran pocas, y finalmente un hijo malcriado, siempre ausente y siempre exigiendo dinero para pagar deudas y fracasos.
La acumulación de desgracias parece una oda al fatalismo. La narración, soporífera, no interesa en ningún momento. Los muchos, y desde luego indeseables para cualquier persona, males que suceden y aquejan a la pobre Jeanette, heroína desdichada en una sociedad clasista, explotadora y despiadada, llevan a pensar que lo mejor sería que no hubiera nacido.
Su vida, tan artificial como penosa, es un sinsentido. Como definición, Jeanette es una víctima palmaria del egoísmo de los hombres de su vida.