Nadie hubiera pensado que en un día como hoy pudiéseis ser los dos un titular; el mismo para ser exactos. Quizá en la contradicción en donde vemos qué es la vida nunca sepamos valorar lo que tenemos hasta que ya, indefectiblemente no está; y vosotros, los dos, os habéis ido para siempre.
Cuando la prensa emergía de esa primera Escuela de Periodismo que nació y dio a tantos grandes, España se tambaleaba con los medios porque eran pocos y paría la abuela. Todo fue duro en un comienzo pero todo era enormemente cuidado. El «plumilla» se iba con el «fotero» y juntos hacían lo mejor, porque siempre se publicaba lo mejor; lo contrastado, aquello que daban las fuentes que una y otra vez nos decían la verdad.
Luego vino esa transición dudosa y lenta que tardó en asimilar qué era la libertad de prensa y de nuevo, ahí aparecieron otros grandes curiosamente los dos, cada uno en su lugar y sin tener nada que ver aparte de la información como bandera.
Una España que se contradecía de igual forma entre la muerte del dictador y los que irrumpieron en el congreso para dejarlo como está ahora; lleno de personajes imputados; ora sí, ora también, que se sientan y se levantan como si de un juego se tratara. En aquellos días, a pesar de los pesares se hacían cosas con rigor, se hablaba siempre de periodismo, de periodistas y de fuentes, de fotografías y de fotógrafos, de colaboraciones y colaboradores, y todo, todo lo que dejaban, se contaba de la mejor manera posible. Jesús Hermida actuaba en sus intervenciones y hacía de sí mismo. Lo mismo contó en directo cómo llegamos a la luna que entrevistó al hombre que ni está ni se le espera; el otro rey de España. Quizá en esa España se hiciera acaso todo con miedo, quizá con cautela pero siempre con un enorme rigor. Todo estaba documentado y nadie jugaba a ser periodista. Ahí estabas tú, dirigiendo la tele que cambiaba de tornas Jesús. Con esas chicas que fueron tuyas hasta que te dejaron porque las dejaste volar. Todas te conocimos y cuanto menos te admirábamos porque ser chica Hermida era un seguro de vida; un riguroso aprendizaje y un continuo devenir.
Hoy en cambio, con toda la libertad sin ira que parece haber tomado las calles, se publica hasta el cuello de la camisa del fulano que se sienta contigo, se habla de todo el mundo sin contrastar ni un ápice las fuentes, se sabe todo de todos y en todos los grados posibles, presentes y futuros pero todo sin rigor. Tan sin rigor, que en facebook y twitter todos juegan al oficio de informar; ese duro y ninguneado oficio del que todos hablan, todos critican y pocos alaban. El fantástico juego de conocer lugares y personas, hechos y acontecimientos, manifestaciones y guerras, y así hasta que te mueres en un día como hoy; porque el periodista nace, no se hace. Aunque no ejerza, siempre está alerta y es capaz de contar con rigor lo que ve y en una instantánea narrar en una imagen lo que pasaba.
Eso le sucedía a ella. Queca, cámara en ristre se atrevió a irrumpir en el hemiciclo como una de las primeras; una de las guerreras, una de las respetadas. Siempre que lo hiciera, con su otro ojo, todos sabían que Queca contaba lo que estaba pasando en una imagen, aquella, la única e indiscutible Campillo. No sé si nacerán más periodistas de raza llegados a estos tiempos en donde los grados de periodismo se mezclan con otros estudios, las asignaturas con otras andanzas y la pluma y la cámara ni se tocan. Eso no se enseña, eso se aprende. Se aprende de Jesús Hermida, de los textos de los colegas que escribían columnas y atónitos escuchábamos cómo tras el golpe de la máquina de escribir, letra a letra, llegaban a hacer una de las grandes. El olor a revelador con la mezcla de paro y fijador era el tremendo enlace que hacía una Queca con su periodista; aquel al que había acompañado a hacer la mejor información. No se compartían fotos, no se publicaban fotos, solamente se hacían grandes fotos.
En ese lugar adonde todos debiéramos ir, quizá, alguna vez, entre los dos tengáis ya organizada una redacción. Desde la luna nos contaste qué estaba pasando; tal vez desde el cielo nos lo sepas decir ya. Y tú Queca, ¡llévate pilas para el flash, no vaya a ser que no salte!
Nos quedamos en la tierra; este lugar del todo vale en donde todo se publica y nada se valora porque simplemente, no tiene valor. Aún así, aquí os recordamos, daremos cuenta de lo que hacíais y justificamos eso sí, que cualquier tiempo pasado para el periodismo, fue necesariamente mejor. Enhorabuena por haber contribuido a que así fuera. ¡Eso que os lleváis por delante! ¡Vaya tela, vaya año! ¡Ya no sé cuántos colegas se han ido a la redacción!
Descansad en paz.