El pianista Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) ingresó el 18 de febrero de 2018 como académico honorario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en un acto en el que pronunció un discurso de agradecimiento en el que brilló por encima de cualquier palabra la emoción.
Primero, al desfilar por el pasillo del salón de plenos escoltado por dos músicos académicos: el compositor Tomás Marco y la mezzosoprano Teresa Berganza entre las músicas del XVIII y los aplausos del público. A continuación, en su breve discurso de agradecimiento titulado ‘Música y lenguaje, hermanos’, habló claro y sencillo de las relaciones entre lenguaje y música desde el principio de los tiempos. Fue respondido por García del Busto, secretario de la Academia, quien glosó de forma detallada un curriculum vertiginoso, entre cuyos méritos sobresale, a sus 83 años, el seguir impartiendo la docencia “medio curso por año” en Dallas.
Momentos más tarde, Achúcarro hizo gala de su maestría al piano con un recital compuesto por obras de Debussy, Falla y Ravel, figuras que según él, revolucionaron nuestra visión de la música para siempre haciéndonos ver en el piano resonancias que, por otra parte, siempre habían estado allí, «de la misma manera que el Polo Norte ya estaba antes de que llegaran allí los descubridores». Todavía hoy, cuando estudia y prepara su interpretación, descubre a cada paso nuevos significados. Ello le ocurre también con el ruso Scriabin cuyo Concierto para la mano izquierda osó tocar con la derecha en un tiempo en que tenía mutilada la izquierda. Un prodigio, por todo lo que se cuenta de él: «3000 conciertos en más de sesenta países, actuaciones con más de 200 orquestas y bastante más de 300 directores, un repertorio de dimensiones casi sobrehumanas”.
Cada pieza que interpretó de los aludidos compositores fue precedida por unas breves palabras contextualizadoras: la de Falla, “Homenaje a Debussy” del tríptico Soirée à Granada, fue una oración fúnebre a ritmo de habaneras por su amigo muerto; «Velas» y «Niebla», de Debussy, hacen volar la imaginación sin que las teclas osen tocar el suelo… Y así fue. Finalmente La alborada del gracioso, de Ravel, puso el toque feliz al cumplimiento de una velada intensa.