Es triste que un país tenga presidentes que engañan a los ciudadanos. Uno, ocultando de forma irregular en paraísos fiscales una fortuna, de procedencia no clara; y el otro, actuando de manera desleal a su cargo de representante del Estado y haciendo promesas a la gente con fraude de ley.
Personajes, como Jordi Pujol y Artur Mas, que podían haber sido grandes presidentes y tenido un lugar de honor en la historia del país, se han desacreditado, por error o falta de honestidad, llevando al país, que tanto han proclamado servir y estimar, a una situación de crispación, de división y de desprestigio, que perjudica a todos y no beneficia a nadie que no sea del clan de los iluminados o interesados.
Cuando Pujol dice que irá voluntariamente al Parlamento a declarar, ya que tiene «más cosas que decir», pero que será a partir del día 22 y no antes «para no interferir en la Diada y en el debate de política general», queda claro que el «caso Pujol» no es un asunto estrictamente personal y familiar, como enfáticamente aseguraba el presidente Mas, sino que va mucho más allá, afectando a la gobernación del país, el movimiento soberanista y a la misma imagen de Cataluña, que erróneamente tanto se ha querido identificar con estos personajes, sobre todo con el mito Pujol, del que ahora tantos intentan desmarcarse, miserablemente, para salvar la silla o la cartera.
Y cuando, por su parte, Artur Mas, que se proclama «hijo político» de Pujol (que es quien lo nombró), con contradicciones, deslealtades, maniobras de distracción, medias palabras y radicalizaciones verbales, conduce al país a un doble enfrentamiento y grave división: interna catalana, y externa con el resto del Estado, no sólo engaña a la ciudadanía, sino que, seguramente, cava su propia tumba política. Sus promesas serán vanas o desastrosas.
Qué lástima! Dos posibles grandes presidentes catalanes malogrados. Y con su desprestigio arrastran, inevitablemente, el buen nombre de Cataluña y a los mismos legítimos movimientos políticos y cívicos -sean mayoritarios o minoritarios- pero que en todo caso tienen derecho a tener su propia voz, a expresar su opinión y sus deseos dentro del marco legal democrático al que Catalunya tan decisivamente contribuyó a construir y refrendar libre y masivament, tras luchar contra la dictadura.
¿Quién puede hacer caso ahora, seriamente, a presidentes predicadores de ética y valores, o vendedores de ilusiones irrealizables, al menos en paz y a corto plazo, si de entrada nos engañan con dinero oculto, que no paga impuestos ni se sabe de dónde viene, o creando crispación y desengaño, en lugar de dar ejemplo y de gobernar con eficacia y cordura para todos? Los posibles engaños y fechorías de otros presidentes o líderes de fuera, no pueden justificar los propios engaños.
Estos hacen daño al alma de cada uno y a la colectiva del país. Ya son voces gritando en el desierto, o peor …