Después de Franco, Aznar es el mayor dictador de España sobre la prensa
Sentencia de José María García que no pienso cuestionar. El merecido titular se complementa con lo que podría ser un estribillo a modo de romance de valentía: “Aznar no se atreve a mirarme a los ojos: no me aguanta la mirada”. No me dirán que no es precioso, digno de la mejor copla en la que sobrevuela la imperdonable traición de la que, García, ha sido objeto más de una vez por elegir amigos inapropiados. “Con Rajoy hace un año que no me hablo. Es un mentiroso”. Y por si hubiera alguna duda, García lo aclara: “Si la corrupción no pasa factura al PP, es que tenemos lo que nos merecemos.
Portada de «Buenas noches y saludos cordiales», de Vicente Ferrer Molina, publicado por Editorial CórnerCatorce años después de su último programa en la radio, José María García recorre España y, en diferentes foros, reparte estopa como en sus mejores tiempos: «El ámbito del deporte es un disparate. Hay un programa nauseabundo que se llama ‘El Chiringuito”. Ahora, su preferencia se centra en los políticos con mensajes directos: “Tenemos un ministro de Hacienda (en funciones) que se cree un genio, pero los que no pagaban siguen sin pagar”. Del saco negro de los políticos, García hace un apartado elogioso contraviniendo su propio lema “el halago debilita” tantas veces repetido, para darle al Cesar lo que es del Cesar: «Felipe ( obviamente se refiere a González) sería un buen presidente del gobierno». Otro gallo nos cantaría, pero va a ser que no.
Quienes acuden a ver a García, van ya predispuestos a no aburrirse tras el enunciado en los extensos titulares, como el de su conferencia en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz, en los cursos de verano: “La muerte del periodismo: caciques rozando la delincuencia, políticos corruptos, dirigentes discapacitados y colegas bufones”. En el capítulo “colegas bufones”, José María carga sobre Antonio García Ferreras: “Es un vividor y confunde la entrevista con la felación”
García inicia las conferencias como si fuera la peculiar apertura de sus programas de radio. En esta ocasión es por la tarde y el lugar el Ateneo Mercantil de Valencia: “Veinticinco minutos sobre las ocho”: Suenan risas entre el público asistente al que García mira con complicidad para dar paso a lo que esperan oír, de nuevo y con nostalgia, aquello que, durante tantos años, les brindaba la radio de la noche con García, que ahora forma parte del contenido del libro que firma el filósofo y periodista Vicente Ferrer Molina sobre la biografía “consentida” del periodista deportivo más audaz de la historia de la radio española, con el título más apropiado a su protagonista: Buenas noches y… saludos cordiales (Editorial Córner).
Dice Ferrer Molina que ha pretendido hacer “un relato riguroso” de la vida profesional de García, recogiendo la opinión tanto de los personajes elogiados como de los flagelados por García durante tres décadas. Incluso del policía que le servía de escolta cuando García tenía que retransmitir desde el Camp Nou barcelonés, que cuenta cómo eran aquellas duras jornadas.
Además de la excelente literatura, el libro está muy bien armado con abundante material inédito, engrosado con las perlas que José María García soltaba a diario en las mejores noches de la radio deportiva de todos los tiempos, en las que el trío en la cama llegó a ser un clásico. Muchas mujeres “aceptaron”, resignadas, al inquilino de las noches, mientras sacaba a la luz las miserias del deporte que pretendían esconder los gerifaltes de turno, a los que satirizaba con latiguillos que, como los versos, ahora del pueblo son. Estaban los “abrazafarolas, chiquilicuatres, correveidiles”, que era lo más suave de su oratoria, junto al refinamiento de llamar “lametraserillos” a los lameculos de toda la vida. A la orden del día, estaban los “chupópteros” cuya acepción, según el diccionario de la Real Academia Española, es menos áspera que su cacofonía. El “ojo al dato” predisponía a los oyentes sobre el, habitual, escándalo del día.
El poder político tampoco se libró de García; su fijación, cargada de razón, con el ministro de UCD Pío Cabanillas, le costó su salida de la cadena SER, a la que, como cuenta en el libro Ferrer Molina, “cuando llegó tenía profesionalmente el agua al cuello”. Le habían echado del diario Pueblo tras haber utilizado una herramienta de trabajo irrefutable con la que le grabó una entrevista al médico de Franco, Vicente Gil, que luego negó la mayor: “Me hace unas revelaciones tremendas y dice que me las he inventado”. Era el lamento de García ante Emilio Romero, director del periódico, quien, a pesar de lo evidente, optó por lo más fácil: despedir a García. También la salida de la SER fue un mazazo que le costó “más de una lágrima” cada vez que pasaba por delante de Radio Madrid, en Gran Vía 32.
García no tenía una voz radiofónica, ni falta que le hacía. Su peculiar estilo y sagacidad, hicieron que millones de oyentes se enganchasen a la información deportiva. Pero no todo eran mieles para el periodista. Los abogados de quienes sufrían el azote permanente de García trabajaban a destajo noche tras noche, entre ellos el letrado del entonces presidente de la Federación Española de Fútbol, Pablo Porta, “Pablo, Pablito Pablete”, que tenía un perrito que se llamaba Óscar al que el chófer de Porta sacaba a pasear para que hiciera sus necesidades. Esas imágenes, difundidas por Televisión Española en el programa Si yo fuera presidente, de García Tola, fueron la gota que colmó el vaso del señor Porta; denunció a García y le ganó la partida.
Otra demanda que también perdió fue la que le interpuso el presidente del Barça, llamado de origen José Luis Núñez, quien luego se catalanizó tanto que se hizo llamar Josep Lluís a pesar de ser de Baracaldo: García le llamaba “el minilehendakari”.
La pérdida de varias demandas, le supusieron el desembolso de importantes cantidades de dinero que no le amedrentaron lo más mínimo. Hasta el último programa, siguió en su línea de destapar todo lo que fuese infringir las leyes del deporte, para lo cual contaba con un magnífico equipo de sabuesos, ayudados por soplones siempre dispuestos a echar una manita.
«Hacíamos periodismo de investigación, de denuncia. Hoy se hace un periodismo de pitiminí”. Pero a García, que también es humano, le traicionó el corazón: “Me callé dos exclusivas que habrían desilusionado a todo el país». Nunca se tiró a la piscina sin datos fehacientes. Como la sutileza no es el fuerte de García, para no tener que morderse la lengua, modulaba con habilidad el lenguaje soltando dardos envenenados para quienes quisieran entenderlo: “Induráin se retiró justo antes de que comenzaran a realizarse análisis de sangre”. Cabe recordar que el pentacampeón del Tour de Francia, obtuvo sus dos últimos triunfos de la mano del doctor Sabino Padilla, quien en su día fue acusado de estar “detrás de una red de dopaje”.
Si García estuviera en activo, imagino la que se habría formado por el parón de doce minutos provocado por Kei Nishikori en el partido contra Rafa Nadal por el bronce olímpico. ¿Alguien controló al japonés cuando fue al baño? “Le ha dado tiempo hasta de ducharse”, dijo Conchita Martínez. Vimos a un Rafa Nadal indignado, que se dirigió al Juez de silla, Bernardes, en un tono alto y claro: “A mí no me jodas, esto no es legal. Yo ahora me voy a tomar una Coca Cola. Al final nunca pasa nada”. No pasó nada, porque es más cómodo. García ensalza la participación de la representación española en Río, y denuncia la falta de interés de los políticos hacia el deporte: “El Secretario de Estado para el Deporte es un politicastro que no distingue un balón de una palangana”.
Ferrer Molina destapa en el libro el lado menos magnánimo del periodista: “ Yo ya le avisé de que esto no iba a ser un libro a mayor gloria de García» y, lógicamente, a García no le gustaba el contenido: “El libro no me gusta. Lo que cuenta es rigurosamente cierto. ¿Por qué no me gusta?; empieza mal con un prólogo de Pedro Jota, que no es mi amigo porque solo tiene un amigo: la Jota». Cuando García lo leyó detenidamente, reflexionó y, además de aceptar su publicación, entona el mea culpa: “Pensé que si hice la mitad de las cosas que se dicen, fui un hijo de puta. Te das cuenta de que has hecho y deshecho, has castigado a tus compañeros por conseguir una exclusiva… Ahora pienso que lo importante no era ser el primero en hacer una entrevista, sino hacer la mejor». Aunque añade en su descargo: “Nunca hice daño intencionadamente”.
Un capítulo del libro está dedicado al pulso permanente entre García y José Ramón de la Morena por el liderato de la radio deportiva. “La radio de García es Radio hostias”, decía De la Morena. Años después han hecho las paces.
José María García fue el látigo de Lorenzo Sanz, Michel, Perico Delgado, Jorge Valdano…, etc. Con algunos se ha reconciliado. En el caso de Lorenzo Sanz, éste no se conformó con la clemencia que le pedía García: “Tienes que pedirle perdón a mi familia”. Y lo hizo, me consta, en la propia casa de Sanz, en la que entró avergonzado mirando al suelo.
Lo de Florentino Pérez es otra historia: García, bien documentado, le atizaba sin duelo por el tema de los terrenos del Real Madrid que, teniendo ya un destino deportivo, fueron derivados a otros menesteres con gran perjuicio para el club blanco y beneficios inconfesables de carácter privado en un proyecto urbanístico de 150 000 millones de pesetas. Un día, Florentino llamó a García para “verse y hablar”, pero la intención del presidente del Madrid iba más allá de lo moral. Quedaron en el restaurante Zalacaín de Madrid y Florentino llegó acompañado de su portavoz personal, un tal Manolo García Durán que, ni tenía temor de Dios ni conocía a García al soltarle sin el menor decoro, según cuenta el periodista: “ Tienes razón: ¿Cuánto cuesta que mires para otro lado?”. Un lince el tipo, que debió quedarse perplejo ante la reacción de García: “Me levanté de la mesa, llamé a Blas, el maître, y le dije: mándame la cuenta a la oficina”.
Entre las pesadumbres profesionales de José María García, está la del día que puso contra las cuerdas a José Ángel Iribar, en una entrevista al entonces portero del Athletic de Bilbao y de la Selección Española de Fútbol, que se había significado políticamente al formar parte de la primera Mesa Nacional de Herri Batasuna. Según contó después Iribar, había un pacto previo a la entrevista: “Que no hiciera preguntas de política”. García no cumplió lo pactado interpelándole a Iribar, que si era “español”. Le he preguntado a José María cual fue la respuesta del guardameta vasco: “Sólo recuerdo un silencio que se me hizo interminable. Fue un error y me arrepentí, porque Iribar era mi amigo, pero también era el capitán de la Selección Española de Fútbol. Era una época difícil”. Ciertamente convulsa: ETA llevaba ya 45 asesinatos de los 858 que llegó a perpetrar en su medio siglo de terrorismo.
Al éxito personal de García hay que añadir el haberse rodearse siempre de grandes profesionales, por eso incorporó a su equipo a Gaspar Rosety, el mejor narrador deportivo de la radio española. Con ese merecido reconocimiento, en 1998 la FIFA le designó narrador oficial de la Copa Intercontinental de Tokio. “El poeta del gol”, como le ha llamado Manuel Peñalver, catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería, en un emotivo artículo en Diario de Almería al comienzo de la actual liga de fútbol. Me resulta difícil asimilar la pérdida de mi querido amigo y compañero Gaspar, con el que había hablado por teléfono el día anterior a la caída que le produjo la muerte, dejando pendiente una gestión a propósito de un proyecto con el que estaba entusiasmado: “Maite, no te olvides de que quiero estar ahí con los asturianos, con Arturo, con Dany…, con José María”. Gaspar tenía la mitad de su corazón en Asturias, al igual que García.
José María García, reconoce su deseo de volver a ejercer el periodismo “con un programa de información general”, pero lo ve improbable “por la falta de medios independientes en España”. Aunque no se salva ni uno, pone el foco en la Sexta: «No es plural ni independiente: trata mejor a Podemos que al resto». Incongruente pero cierto, algo que debe estar revolviendo las tripas del patriarca, allá donde se encuentre, abuelo de los propietarios del Grupo Atresmedia, José Manuel Lara Hernández, creador de Editorial Planeta, cuya fortuna personal ha sido la base del holding del que forma parte la Sexta, es decir: capital de extrema derecha que le toca las palmas a la extrema izquierda.
Sobre periodismo, en el marco de los cursos de verano de la Universidad de Jaén, en una conferencia titulada “La libertad de expresión como fundamento democrático”, Baltasar Garzón manifestó: “la peor censura para los periodistas es el asesinato”. Sorprendente declaración por lo obvio, seas periodista o bombero, y el juez Garzón tiene en él el mejor ejemplo. Afortunadamente, no le asesinaron, pero sus propios congéneres lo retiraron, en vida, de la carrera judicial.
Para un periodista, la censura puede ser que cualquier imbécil pretencioso, narcisista, necio y con carné de político, proyecte, “cuando sea presidente”, poner a la prensa la mordaza que habría que ponerle a él por majadero. Éste podría, incluso, hacerle bueno a Aznar, que ya es decir. Ya le gustaría a Pablo Iglesias Turrión, que ha hecho su reválida en la Sexta, cerrarnos la boca siguiendo la línea venezolana de su amigo Maduro, pero se va a quedar con las ganas. Espero.
Decía Gaspar Rosety que “El periodismo es la ciencia de buscar la verdad y el arte de saber contarla”. En el arte de buscar la verdad en este oficio y de saber contarla como nadie, es un maestro José María García, pero la verdad escuece y el maligno de turno le dejó fuera de juego. Le encumbró el periodismo deportivo, pero hubiera destacado en cualquier otro género porque García es un triunfador nato.
En 1968 el diario Pueblo le envió a cubrir los Juegos Olímpicos de México y los dejó de lado porque su olfato periodístico le llevó hasta la Plaza de las Tres Culturas de la capital mexicana, en la trágica noche de la matanza de los estudiantes que protestaban contra el PRI, Partido Revolucionario Institucional, que gobernaba desde 1929. Fue el día uno de octubre cuando García envió a España la primera de sus célebres crónicas: “Los muertos se amontonan”; decía un titular. La manera de transmitirle al lector la crudeza de una realidad, vivida en primera persona, pudo ser su consagración como periodista: “He estado diez minutos pegado a la pared con los brazos en alto”.
Conociendo a García, tengo la certeza de que no pensó en él en ningún momento. Se libró de lo peor con mejor suerte que otros compañeros. Coincidió con Oriana Fallaci en pleno fuego policial y contó cómo la periodista italiana había recibido tres balazos. De la primicia de García sobre Fallaci se hizo eco el mundo entero. La escuela García empezaba su ciclo. Un día estando en una tertulia en el Café Gijón de Madrid, se le acercó un joven que le dijo: “Yo soy un maestro de escuela, de Cuenca, y quiero ser como tú”. Era Raúl del Pozo; un grande del periodismo. García le consiguió el contrato para el diario Pueblo.
Otro “impresionante documento”, parafraseando uno de los latiguillos de García, es el que ofreció a través de la SER la noche del 23F, desde la plaza de Neptuno y la Carrera de San Jerónimo, frente a un hemiciclo secuestrado del Congreso de los Diputados, recogiendo el testigo de Rafael Luis Díaz, quien fue el primero en dar la voz de alarma. García narraba el final del intento de golpe de estado de manera intensa, como es él y como la ocasión requería, pero con ese punto del profesional narrador deportivo: “Atención, atención desde la unidad móvil número dos… Efectivamente, los primeros diputados se acercan a la primera fila. En los profesionales de la información se ha producido una cerrada ovación…, etc. Era el documento vivo de una pesadilla con final feliz.
Querido José María: El libro es una joya. Buenas noches y…, saludos cordiales .