“Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón”
José Martí
Ileana Ruiz
José Martí (Cuba, 28 de enero de 1853- 19 de mayo 1895) nos brinda en su poesía un atisbo de su vida.
Ocurre que a veces la poesía se nos disloca.
La queremos nacida del corazón, rítmica y constante. Deseamos que cada palabra le diga algo a alguien y que el conjunto conmueva a todos y todas. No nos importa si viene en empaque duro de prosa o en encaje de versos. Es relevante que sea bonita y aguardentosa; que revolucione los esquemas morfosintácticos, que parezca puta y seduzca pero que siempre nos sea fiel.
La necesitamos disciplinada y cerebral, mesurada, ordenada, lexicógrafa y por tal galardonada, reconocida mundialmente en festivales: que pueda ser declamada, participe en recitales y cátedras; que no se equivoque sino que irreverencie; que no se anule sino que tenga crisis de creación; que no se diga que es exquisita sino que padece de dislexia popular.
La deseamos pene capaz de penetración rebelde del verbo. La añoramos útero, receptora y nutricia del germen vital: reproductora fértil así sea de acuerdos sociales; encargada de abonar el sitio donde sabe que va a morir; la obligamos a saberse responsable de la protección aún en la vulnerabilidad. Le imponemos ser siempre Démeter tolerante, alcahueta y responsable de brindar seguridad de cuido desde la fecundación hasta la muerte.
La exigimos ósea y resistente. Construimos andamios de adjetivos que no deriven necesariamente en la determinación ni calificación sustantiva. Demandamos la atalaya de palabras crípticas que impidan el acceso a nuestro núcleo silenciado.
La imaginamos sangre, saliva, semen, lágrima. Lábil y perecedera. Breve capullo de mariposa frágil en el espacio. La reconocemos terrenal pero la queremos cósmica.
La ignoramos hija de la calle, iridiscencia textual. No nos percatamos de su respiro tenue, del esfuerzo de cada alvéolo para hacer posible el milagro semántico, de la consternación por la imposibilidad de la inspiración.
Pero, entonces, el verso sencillo de José Martí se confabula en el callejón de una barriada, en el horcón de un conuco, deja escapar su más amoroso suspiro y nos ubica.