«A los veinte años quería salir de España. Pasé de una atmósfera cerrada y opresiva al París de los años cincuenta, el mejor momento de la literatura francesa. De un desierto a un mundo cultural muy rico… Castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Estados Unidos, nesraní en Marruecos y moro en todas partes, no tardaría en volverme a consecuencia de mi nomadeo y viajes en ese raro espécimen de escritor no reivindicado por nadie, ajeno y reacio a agrupaciones y categorías. No comparto los valores de esta sociedad, me siento extraño a ella. Por otra parte la mayoría de los escritores que admiro siempre actúan a redopelo de la sociedad. Como decía de una manera muy expresiva Luis Cernuda eran «españoles sin ganas».
© Casa de S.M. el Rey. Los Reyes con el premiado, Juan Goytisolo, tras hacerle entrega del galardón, pasean por el patio de los Filósofos de la Universidad de AlcaláJuan Goytisolo. Testimonio crítico de España. Pensamiento alejado de los dogmas: habita en las dudas más que en las certezas y persigue lo contrario a los fanatismos. La alienación viene dada por las religiones, las banderas, los patriotismos, la negación del otro, la no aceptación del que piensa de manera contraria a la nuestra, los lenguajes vacíos, académicos, rituales, conservadores, propios del vocinglerío más que de la reflexión y el silencio.
Encontrándome en La Habana, recibí una llamada del Ministerio de Cultura español: Juan Goytisolo les había pedido que me invitaran a Alcalá de Henares, al acto de entrega del premio Cervantes del 23 de abril. Hasta el último minuto lo estuve pensando. Odio las ceremonias. La mayor parte de quienes asisten a estas entregas de premios que presiden las hieráticas figuras que llaman reyes, forman la «casta cultural» anodina, vacía, falsa, precisamente la antítesis de lo que ha sido y es Juan Goytisolo, el hombre que se manifiesta, tanto en sus palabras como en sus actos precisamente crítico con lo que ellas representan. Decidí al fin no ir. No era escenario en el que pudiéramos hablar. Prefería recordar algunas palabras suyas:
Reivindicación del conde don Julián es una obra claramente destructiva de toda la tradición nacional católica española, de toda la corriente de pensamiento conservador español. Debía destruirme para construir. Cervantes cambió todo lo que existía… Y sobre los restos construyó esa maravilla que es don Quijote… La cultura ha sido sustituida por su símbolo mediático y nadie o muy pocos elevan la voz contra ese estado de cosas. La resignación y el conformismo con los poderes fácticos reina en el campo literario como en los felices tiempos del franquismo.
Me hubiera gustado darle un abrazo: no por el premio, sino porque en éste infierno que llamamos España existan todavía escritores como él o Rafael Sánchez Ferlosio. Mejor dárselo a solas, lejos de reyes, ministros, académicos, trajes y vestidos de etiqueta, y sonrisas bobaliconas como la de un tal González.
Y un día más Juan Goytisolo estuvo a la altura de las circunstancias con sus palabras. De ahí el cabreo, por tener que informar, aunque fuera mínimamente, de ellas, de las televisiones y periódicos del Régimen. (No nos engañemos, el Régimen no murió, se adaptó a nuevos códigos de imagen y conducta para mantener el desarrollo de corrupción y de explotación capitalista del que era heredero, pero sigue siendo el Régimen).
Callemos más, que no merece la pena continuar hablando del acto que se inicia en los Reyes y termina en la tuna. No más palabras. Recojamos algunas de las que pronunció Goytisolo.
«Llevo en mi la conciencia de la derrota como un pendón de victoria», escribe Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la institución literaria me lleva a dudar de mi mismo, ser persona non grata a ojos de ella me reconforta en mi conducta y labor… Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, «deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables» e imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad. Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos… Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo… Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia.
Y terminaba reivindicando la locura de don Quijote y el perseguido Cervantes, al que quieren prostituir hasta en sus huesos, diciendo que no era posible evadirse de la realidad y preciso resultaba decir en voz alta que podemos.