Juan de Dios Ramírez-Heredia[1]
He querido aprovechar este dramático momento que vive Brasil, en el que unos desalmados insurgentes han querido violentar la voluntad democrática de los ciudadanos de aquel inmenso país asaltando el Congreso Nacional, el Palacio de Planalto —sede del ejecutivo— y la Corte Suprema, para escribir estas líneas.
Hace unos años tuve la oportunidad de acudir a la nueva capital del país para participar como ponente en unas jornadas organizadas por la Universidad de Brasilia y ahí me explicaron, de primera mano, lo que significó para la inmensa mayoría de los brasileños la figura de Juscelino Kubitschek, primer gitano que fue elegido presidente del gobierno tras ganar democráticamente las elecciones del 3 de octubre de 1955
Un principio de legislatura accidentado
Nuestro presidente gitano hubo de padecer, como le ha pasado al recién elegido Lula da Silva, un intento de golpe de estado. Juscelino Kubitschek fue elegido con el 36 por ciento, unos 3.077.411 votos. En segundo lugar, quedó el militar Juárez Távora con el 30 por ciento (UDN), seguido del 26 por ciento de Ademar de Barros (PSP). La vicepresidencia la ganó Joao Goulart, conocido popularmente como “Jango”, miembro del Partido Laborista Brasileño.
Ambos se entendieron rápidamente y no tardaron en encontrar una fórmula para gobernar el país. Pero, como suele pasar en todos los países de democracias poco asentadas, los perdedores no suelen conformarse. Por eso, entre la oposición y una fracción del ejército montaron un complot para derribar al Gobierno. Por suerte, la otra parte del ejército se puso a favor del nuevo presidente gitano, disolviendo cualquier posibilidad de golpe de Estado.
Hasta aquí la noticia no debería tener mayor relevancia si no fuera por el carácter excepcional que supone el que un miembro de una minoría marginada alcance la más alta cota de poder en su país.
Nosotros sabemos que Obama fue presidente de los Estados Unidos como antes lo fueron Bush, republicano, o Clinton, demócrata. Pero Obama pasará a la historia, al margen de su mayor o menor eficacia al frente de su país, porque es negro. Lo mismo ocurre con Juscelino Kubitschek, uno más entre los ochocientos mil y un millón de gitanos brasileños que conviven en un país que tiene en su conjunto 215 millones de habitantes.
Una vida de sacrificio, de esfuerzo y de pobreza
Nuestro presidente tuvo unos orígenes muy pobres. Se quedó huérfano de padre con tan solo dos años, y su madre, Julia Kubitschek, gitana de origen checo, fue la que se encargó de que estudiara. A los ocho años ayudaba al mantenimiento de su madre y sus dos hermanas, Eufrosina, quien murió siendo una niña y María da Conceicao, repartiendo mercancías por los domicilios. Pero su madre habló con los Padres Paules y con ellos estudio hasta los quince años.
En diciembre de 1921 logró el diploma de la escuela secundaria, y al año siguiente ingresó en la Universidad Federal de Minas Gerais, logrando el título de licenciado en medicina en el año 1927. El joven Juscelino no tenía dinero y sufragó parte de sus estudios con el que le prestaron algunas familias amigas.
Dicen sus biógrafos que, en 1921, para sostenerse, empezó a trabajar como ayudante de telégrafos. Tenía solo diecinueve años y estudiaba todo el día. Por la mañana, hasta las ocho horas trabajaba en el telégrafo y comía y dormía poco. Pero eso no fue suficiente y tuvo que endeudarse para poder terminar sus estudios.
Siendo ya médico se especializó en urología y amplió sus estudios en Europa, concretamente en París, en Viena y en Berlín. Regresó a Brasil en 1939 y abrió su propia consulta. Luego ingresó en el cuerpo médico de las Fuerzas Armadas de Minas Gerais, durante los conflictos armados que sufría el país, y rápidamente le concedieron un bisturí de oro, como distinción por sus servicios durante los enfrentamientos. Dicen sus biógrafos que en un hospital montado sobre vagones de tren operó la herida de bala en el cráneo de un soldado que sobrevivió sin secuelas.
Lula da Silva esquivó el golpe de estado como antes lo hizo Juscelino Kubitschek
Cuando me dispongo a cerrar este breve comentario sobre la vida privada del presidente gitano (de su vida pública me ocuparé más adelante) me entero de que los presidentes del Congreso, del Poder Ejecutivo y del Tribunal Supremo han firmado un documento en el que piden que «se tomen medidas institucionales, en los términos de las leyes brasileñas» respecto del asalto a los edificios de los tres poderes del Estado en Brasilia.
El manifiesto ha sido rubricado por Lula da Silva, como presidente de la República; Arthur Lira, presidente de la Cámara de los Diputados; Veneziano Vita Rêgo, presidente del Senado, y Rosa Weber, presidenta del Tribunal Supremo.
Maquiavelo mantenía la teoría cíclica de la sucesión de los sistemas políticos, cosa que puede ser natural. Sin embargo, he leído que Edward Gibbson escribió en el siglo dieciocho que bajo un gobierno democrático los ciudadanos ejercen los poderes de la soberanía, y, si estos poderes se entregan a una multitud inmanejable, primero se abusará de ellos y luego se perderán.
Parece que Brasil se ha librado de la oclocracia que es el peor de todos los sistemas políticos y el último estado de la degeneración del poder.
- Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya es abogado y periodista