Roberto Cataldi[1]
Todos los que hemos pasado por la etapa de la adolescencia tenemos incontables vivencias, muchos recuerdos, y sabemos que no fue fácil. Había que adaptarse al medio (un poco siguiendo a Darwin), sentirse útil, sabiendo que nuestra palabra rara vez contaba en el medio familiar, sobre todo cuando los adultos dialogaban, y que no podíamos hacer mayores aportes a una sociedad que percibíamos que nos rechazaba.

Las dudas, los miedos, la soledad estaban presentes y, a menudo no se podían poner en palabras. Por otra parte, no siempre la escuela nos enseñaba a saber expresarnos y a saber escuchar, una falencia que en nuestros días cala muy hondo. En fin, una etapa de crecimiento y de cambios acelerados, al punto que al recordarla tomamos conciencia de su complejidad.
Hoy en la pospandemia, tenemos una generación con soledad, aislamiento e hiperconectividad. Redes sociales y plataformas que influyen en el desarrollo del cerebro, con un consumo exagerado de la tecnología. El niño y el adolescente se refugian detrás de la pantalla eludiendo los peligros de la calle, mientras los padres ignoran que el peligro está en el hogar…
El descubrimiento de sí mismo y del entorno, por la necesidad de «construir una identidad». La mirada de los otros, el mercado que genera y promociona necesidades materiales, la deconstrucción de género y los papeles, los mandatos sociales, el miedo a no pertenecer, así como los códigos, conflictos y lenguaje propios de cada generación.
El acoso psicológico de los otros adolescentes, es muy importante en el ámbito escolar, lo que implica un trato vejatorio, que desestabiliza psicológica y moralmente al niño o al adolescente.
En esta sociedad consumista (los jóvenes desean lo último de la tecnología), hedonista (solo se busca el placer), y donde reina la inmediatez con el mínimo esfuerzo (el sacrificio se considera inútil), todas coartadas propias de nuestros días, hacen falta referentes, íconos y valores que sirvan para darle sentido a la vida, no influencers, que no se sabe qué son, aunque se los disputan el mercado, la política y la religión, para que logren persuadir a los jóvenes a pensar o actuar de cierta manera.
En efecto, políticos, empresarios y religiosos, en general, ya que las excepciones convalidan la regla, buscan manipular las conciencias de niños, adolescentes, jóvenes y adultos en su propio beneficio. A este panorama moralmente abyecto, hay que sumarle los políticos que destilan crueldad en sus actos, promoviendo en el discurso la violencia y el odio con la máscara de la libertad y la «autenticidad». Yo pregunto: ¿auténticos mentirosos o auténticos canallas?
Estimo que es muy importante para el adolescente sentirse seguro y apoyado por los demás, especialmente por la familia. La escuela, por su parte, debe enseñar a saber expresarse con claridad y corrección, también a escuchar con atención. Las dos instituciones que son fundamentales en esta etapa del desarrollo de la personalidad (la familia y la escuela) desde hace tiempo revelan gran fragilidad, ya que muestran una especial vulnerabilidad. Por su parte, la sociedad evidencia una profunda e irresuelta conflictividad, con un modelo social imperante dominado por la individualidad y la competitividad, pero mal interpretadas.
Se habla mucho de cambio, a manera de mantra. Como ser, la idea de un cambio en la manera de educar. Pues bien, en muchas escuelas de distintas regiones, no se instrumenta una educación social, artística y emocional, cuando el aprendizaje debe girar en torno a proyectos que den lugar a la reflexión, la motivación, la creatividad. Y no hay duda que la clave es motivar al adolescente.
En lo que atañe a la literatura, no me convence la clasificación de literatura para niños, adolescentes y jóvenes, que como sostienen especialistas en el tema, son categorías que responden más a las necesidades del mercado.
Coincido con los autores que piensan que clasificar los libros por edades, tiene que ver con la adaptación que supone cierto menosprecio a la capacidad de interpretación o a la inteligencia de quienes son sus destinatarios. Situación conexa a la crisis actual de la palabra, manifiestamente degradada, al punto de ser ampliamente superada por la imagen, reafirmando el refrán: «una imagen vale más que mil palabras».
La literatura juega un papel crucial en el desarrollo de los adolescentes, ofreciéndoles obras que reflejan experiencias, emociones, desafíos. Más allá de ser una forma de entretenimiento, es una herramienta poderosa para la construcción de la identidad y la comprensión del mundo. Todos sabemos que literatura no solo es lengua, también es pensamientos, emociones, arte…
Un adolescente acostumbrado a la lectura suele leer de todo, incluso aquello que en su contenido puede estar por encima de su capacidad, pero es tal su curiosidad que se anima hasta con las obras de mayor profundidad, lo sé por experiencia personal. En esta etapa la ficción juega un papel muy importante, bástenos las obras clásicas de aventuras que han contribuido a formar incontables generaciones de adolescentes.
En fin, si existe una habilidad que resulta ser más valiosa y nunca se vuelve obsoleta es «aprender a aprender». Esto deberían tenerlo presente los que impulsan la inteligencia Artificial (IA) a escenarios propios de la ciencia ficción, donde ésta sería infalible. Sin embargo, la IA jamás tendrá las mismas habilidades que tiene una persona.
Algunos están empeñados en darle cada vez más autonomía e integrarla a la sociedad; otros piensan que ella podría a través de la cooperación tomar finalmente el control, como lo vemos en no pocos filmes y series televisivas; no faltan los dirigentes imbuidos de megalomanía y egoísmo que a través de la IA pretenden quedarse con todo el poder y llevarnos hacia un mundo totalitario, esclavizante…
Se prevé que en las próximas décadas habrá grandes avances tecnológicos, pero será necesario establecer un puente entre las competencias tecnológicas y los conocimientos humanísticos que nos conducen por el sendero de la sabiduría, donde las preguntas más trascendentes y universales seguirán sin respuesta, pero las distintas generaciones tendrían la posibilidad de convivir de manera cordial, incluso con la ambigüedad, la incertidumbre, el respeto por el otro, y la automatización debería ocupar el lugar que le corresponde.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)



