Robert Guédiguian, el realizador de la inteligente película “Las nieves del Kilimanjaro”, regresa con los mismos actores –Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darrousin, Anaïs Demoustier y Gérard Meylan– en una historia de nostalgia y resignación, evocación de una época que ya ha pasado, de nuevo teniendo como escenario Marsella: una hermosa cala donde se encuentra la casa familiar, punto de reencuentro de tres hermanos, ya maduros, en torno al padre, propietario de un restaurante toda su vida, que ha sufrido un ataque cerebral.
Para los dos hermanos, es un regreso a las fuentes, el momento de rememorar una infancia lejana, en un lugar que fue un paraíso de convivencia y ahora está reservado para las escasas familias acomodadas que solo acuden en vacaciones. Para Angèle (Ariane Ascaride), la mujer, en cambio, que regresa como una consumada y reconocida actriz, es el contacto con una realidad que ha querido olvidar, un drama ocurrido hace mucho tiempo que le ha impedido volver hasta ahora.
El cuarto personaje, la encantandora Anaïs Demoustier, es la novia “demasiado joven” de Joseph (Jean-Pierre Darroussin). Precisamente es en el choque entre estas dos franjas de edad, “dos mundos opuestos”, donde falla la película, que convierte la situación en una caricatura:”de un lado la generación de la posguerra, educada en los ideales de libertad y fraternidad, y de otro sus herederos muy a gusto en el universo consumista del poder y el dinero”. (Otra historia de amor “inútil”, entre la mujer madura y un joven pescador, sobra en el relato).
Como es habitual en las historias “de familia” se entrecruzan sentimientos de fidelidad y desilusión, depresión y rabia, arreglos de cuentas y ternura, explicados por los numerosos flashbacks de la juventud de los protagonistas que nos recuerdan que el tiempo pasa y el mundo es un movimiento continuo.
Hasta que el drama familiar se amplía con un punto de melodrama y se convierte en emocionante discurso político, marcado por el encuentro de los protagonistas con tres niños –también dos varones y una chica-, emigrantes clandestinos escondidos entre unos matorrales, supervivientes de una patera hundida. Un “incidente” que consigue que los tres hermanos vuelvan a ser la piña que eran en sus mejores años, y se vuelquen en proteger a los pequeños, convirtiendo la película en un relato de esperanza y recuperando la utopía.