Refugiados olvidados entre Egipto y Libia

Eran las nueve de la mañana aproximadamente cuando Maha se dirigió a la clínica del campo de refugiados de Sallum, en la frontera entre Egipto y Libia, y se roció el cuerpo con gasolina. La rápida intervención de unos voluntarios de la clínica logró detener a la refugiada sudanesa antes de que pudiera encender una cerilla.

© ACNUR/D.Alachi: Una refugiada de la región de Darfur, en Sudán, sostiene en brazos a su hijo en el campo de Sallum, donde las condiciones son duras y la depresión es un problema.

“No tengo a dónde ir y nada qué hacer. La vida parece haberse parado en este lugar. Estamos en un lugar invisible para el mundo y todo el mundo nos da la espalda”, contaba Maha a Ahmad Abughazaleh y Dalia Al Achi, de Acnur, en Sallum (Egipto)

Pero Maha no es la única desesperada. El campo de Sallum se creó cuando se desencadenó la revolución en Libia con el fin de acoger a la gente que huía en medio de la creciente oleada de violencia, y desde entonces ACNUR ha podido reasentar a unos 900 refugiados del campo en terceros países. Pero la mayoría de los 900 refugiados y 350 solicitantes de asilo que quedan en Sallum se encuentran en un limbo legal.

Egipto, con la esperanza de desalentar la entrada de más solicitantes de asilo desde Libia, declaró que nadie que hubiera entrado en el campo después del 23 de octubre de 2011 podría ser candidato para el reasentamiento en otro país. El pasado mes de diciembre el gobierno egipcio pidió a la Agencia de la ONU para los Refugiados que detuviera el registro de todos aquellos que llegaran a Sallum solicitando el estatuto de refugiado. Sin embargo, cada vez está llegando más gente yactualmente hay alrededor de 60 personas que no han sido registradas y que no están recibiendo asistencia.

Maha, de casi 50 años, huyó a Sallum con su marido el 27 de octubre de 2011 para escapar de la violencia y de las amenazas en Libia, justo después de que se hubiera cerrado la puerta para el reasentamiento.

Se trataba de la segunda vez que los obligaban a desplazarse. Abandonaron Sudán después de que su marido escapara de un grupo armado que lo había reclutado para un enfrentamiento en las Montañas Nuba. Maha y su marido habían vivido tranquilos con otros trabajadores en una granja en Koufra, en Libia, hasta la revolución. Fueron atacados por revolucionarios que los acusaban de apoyar al viejo dictador Gadafi, una acusación habitual hacia todos los africanos subsaharianos que vivían en Libia.

El intento de suicidio de esta mujer es sólo un ejemplo de la depresión que se extiende entre los refugiados en Sallum, que esperan entre fronteras a que se encuentre una solución a su dolor. ACNUR conserva la esperanza de que progresen las negociaciones con las autoridades egipcias para resolver la situación.

“Las condiciones de vida y el funcionamiento en el campo de Sallum son extremadamente difíciles. Estamos trabajando mucho para poder cerrar el campo antes del primer trimestre del próximo año. Mientras tanto, esperamos encontrar un entendimiento mutuo con el gobierno egipcio en materia del procedimiento de asilo para los que aún son solicitantes”, afirmaba Mohamed Dayri, representante regional de ACNUR con sede en El Cairo.

Entre los refugiados están apareciendo ya muestras de depresión, ansiedad e insomnio después de dos años de vida dentro del campo. Estos problemas psicológicos se han convertido a su vez en abusos físicos y verbales contra los trabajadores, así como hacia los equipos de protección de ACNUR y hacia los encargados del reparto de alimentos por parte de los solicitantes de asilo que llegaron después de diciembre de 2012, fecha en la que ya no podían ser registrados.

“El estrés de no tener esperanza o la oportunidad de resolver su caso es la razón por la que actúan de esa manera. Desde que se nos pidió que no los registráramos, esta gente no recibe su ración diaria de alimentos y otras ayudas. De esta manera han intentado llamar la atención sobre sus casos concretos”, comentaba Dinesh Shrestha, director de ACNUR en la oficina de Sallum.

Aqwal Ding* es una de las personas que ni siquiera pueden solicitar el estatuto de refugiada; se pregunta si hizo bien en venir a Egipto, pero no sabe qué otra cosa podría haber hecho.

En 2010 mataron a su hija de siete años, Dalia, en Abyei, una región cerca de la frontera entre Sudán y Sudán del Sur. Temía sufrir más violencia, así que huyó de Sudán con su marido y sus otras dos hijas y se establecieron en Zawiya, al oeste de Libia.

Un día, durante la guerra libia, su marido salió de casa para ir a trabajar y nunca más volvió. Después de meses esperando, Ding huyó a Egipto con sus hijas. Al llegar a Sallum en diciembre de 2012, se encontró con que no podían salir del campo situado en la frontera y entrar en Egipto o ni siquiera pedir el reasentamiento; está perdida.

“Los refugiados de Sallum sienten ansiedad ante la idea de la proximidad con Libia y pensar en quedarse allí indefinidamente es algo insoportable para ellos. La incertidumbre sobre su situación o el hecho de esperar en condiciones muy duras se suman a su desesperación”, apuntaba Diane Tayeby, una psicóloga asistente contratada por ACNUR para evaluar el estado mental de 40 refugiados del campo.

“Aunque estas personas han sentido la decepción muchas veces, aún siguen arriesgándose en confiar de nuevo cuando entran en la sala de consultas. Todavía se aprecia un poco de esperanza en sus ojos y me aferro a este rayo de luz”.

*Nombre cambiado por motivos de protección

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