Dos años largos después de su estreno en la Bienal de Sevilla 2018, ha llegado a la Sala Roja de los Teatros del Canal, en el marco del ciclo Madrid en Danza, este por ahora último espectáculo de danzas, flamenca y otras, de Patricia Guerrero: Distopía.
Si nos quedamos en su atrayente visualidad, es un espectáculo fascinante, construido con todos los elementos teatrales posibles a nivel de excelencia. Pero si nos introducimos en la mente, incluso en las palabras de Patricia, para ver o sentir lo que ella ha sentido y querido expresar, no es una obra fácil de ver, ni de entender su subjetividad, como sucede siempre que insertamos en cualquier cosa, en todas las cosas, la capacidad de pensar, la de identificarnos con lo profundo de lo que está sucediendo en escena.
En mis propias palabras, la distopía es la antiutopía, es decir el mundo imaginario indeseable, a años luz de un mundo utópico ideal, pero que no pueden existir el uno sin el otro. La literatura nos ha dado no pocos ejemplos de sociedades distópicas futuras, que después de un tiempo no demasiado largo no parecen tan imaginarias, puesto que ambos conceptos están fundados en sociedades reales. Se considera que Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Farenheit 451 de Ray Bradbury son relatos prototípicos de sociedades futuras indeseables, basados en realidades visibles cuando fueron escritos.
Pero ¿estamos hablando de flamenco? Eso es en lo que Patricia Guerrero nos hace pensar a lo largo de casi dos horas en escena. Ella es una bailaora flamenca, también una bailarina de danza española y de danzas supranacionales. Si el flamenco es un lenguaje universal, ¿porqué no iba a ser el lenguaje de la distopía?
Pero veamos como siente Patricia Guerrero la influencia de un entorno distópico en su persona, expresados en palabras: “Ella se siente en una sociedad aparentemente ideal, pero que anula la personalidad del individuo. Se cuestiona la vida que ha tenido y que sigue viviendo, por la que se siente juzgada y maltratada en todos los sentidos. Es un espectáculo duro y profundo, pero lleno de luz y belleza en sus escenas. Con él, la gente podrá disfrutar del flamenco, de la danza y la música que soportan la carga emocional de la historia”.
Distopía tuvo una breve presentación en el Museo Pompidou de Málaga, que fue su inspiración al pedir en junio 2018 un ballet que ilustrara su exposición Utopías Modernas, que aún podrá verse durante 2020. También fue presentada en el Guggenheim de Bilbao. Tuvo su preestreno en el Festival de Oriente y Occidente en Rovereto, Italia. Y su estreno absoluto en septiembre 2018 en el Teatro Central de Sevilla, durante la Bienal de Flamenco. En 2019 ha sido finalista de los Premios Max como mejor espectáculo de danza, mejor intérprete femenina de danza y mejor coreografía.
Ella ha sido la creadora de la idea y de su desarrollo coreográfico además de intérprete principal. Una vez más ha estado acompañada de la guitarra flamenca de Dani de Morón, que también ha sido el director, compositor y adaptador musical. Agustín Diassera maestro en percusiones. El bajo eléctrico y el contrabajo de José Manuel Posada El Popo. Para el cante flamenco Sergio El Colorao, para el cante lírico la actriz Alicia Naranjo. Y para el baile Ángel Fariña y Rodrigo García Castillo, actor y bailarín especialista en temas urbanos, aquí intérpretes magistrales de la distopía, expresada con un movimiento corporal robótico. En uno de los cuadros se transforman en mujeres, bailan como mujeres. Asombrosos.
No lo tuvo, pero fue merecedor de premio el vestuario diseñado por Laura Capote y María López Sánchez para Patricia y sus bailarines, crucial para entender lo que se cuenta en cada cuadro. Ella de rojo y un abrigo suntuoso al que hace hablar bailando para entrar en ese lugar imaginario de naturaleza irreal, donde habitan la soledad y la incomprensión, la fiesta y el recuerdo.
De negro para moverse entre la realidad y el sueño, la verdad y el delirio, aparentemente en una sociedad amable, pero que en su realidad profunda, es la mujer encerrada por estrechos límites impuestos, despojada de su cuerpo y casi de su alma, convertida en una autómata con el camino marcado por un metrónomo, auténtico objeto inquietante y protagonista de todas sus frustraciones e insatisfacciones, pasadas y presentes.
Cada traje representa un rol de la mujer en distintas fases de su vida. Así cuando se viste con una bata de cola que es una auténtica obra de arte de color negro, con volantes interiores rojos, entendemos que está hablando de las dificultades y obstáculos que debe sortear una mujer en este país o ¿quizá en Andalucía? Con las emociones a flor de piel, la de la rebeldía frente a la opresión, el amor y la locura se bailan por tientos con letras de Francisco Moreno Galván; el baile impresionante de la soleá que pone vida en la bata de cola, y por cantiñas como enlace a ese final de un sueño destruido del que es imposible escapar, que termina en rendición ¿a qué? Para ese final se viste de túnica blanca y vuelve a bailar con ese abrigo exclusivo para ella, transformándolo en un ser vivo.
¿Cómo es posible que todo esto que Patricia Guerrero ha querido que sea su Distopía sea al mismo tiempo un espectáculo brillante, maravillosamente coreografiado, bailado, musicado, cantado, iluminado y vestido, que sin duda hace disfrutar de su versatilidad artística a cualquier público? Disfrutar sí, aunque pueda gustar o no.
Patricia ha hecho una crítica muy dura a la sociedad que estamos creando y también, sin palabras, a lo que tiene que enfrentarse una mujer para triunfar en un campo tan difícil, tan de hombres, como es el flamenco en particular y lo más complicado, mantenerse. Tiene mucho de reivindicación de un rol igualitario hombre – mujer y no mucha esperanza a corto plazo. Hay demasiada manipulación interesada en este terreno.
Por eso Patricia Guerrero ha utilizado dos códigos de lenguaje en esta obra: el visual y el la percepción de un espacio propio interior y que cada espectador se quede con el que prefiera o comprenda o con partes de los dos. Patricia Guerrero ha traspasado con esta obra muchos límites. Hasta la siguiente, que Dios sabe hasta donde la conducirá.
Y pensar que esta jovencísima granadina que aún no ha cumplido los treinta años y que no ha pisado en su vida un conservatorio de danza, ganó a los diecisiete años nada menos que el premio Desplante del concurso del Festival Internacional de las Minas de la Unión, uno de los más prestigiosos que existen para el baile flamenco, que ha recorrido el mundo primero con compañías y artistas de primera fila y desde 2010 creadora de sus propios espectáculos: Desde el Albaycín, Latidos del Agua, con el violinista Bruno Axel Doce Tiempos y luego la obra que la consagró definitivamente, Catedral, en la que explora los efectos de la religión, de cualquier religión, en la represión de la mujer y en su lucha por liberarse de ataduras, que fue Premio Giraldillo al mejor espectáculo de la Bienal de Flamenco de Sevilla 2016.
Y es que en Patricia se cumple la realidad más contrastada del Flamenco. Se puede ser un músico y compositor de excepción sin saber solfeo, cantar utilizando todos los recursos y registros de la voz sin formación académica, bailar, crear coreografías increíbles sin haber pisado una escuela de danza. Eso es el duende y por supuesto la vocación y el amor al trabajo.