A la hora en punto como dicta Su Graciosa Majestad, irrumpieron en el escenario bajo el guiño de lo moderno con el sabor de lo de entonces. Una mezcla de generaciones hacía que los sonidos que emergían del escenario no fueran otros que los de un Freddie Mercury ausente coreado desde la pista y en las gradas; la búsqueda necesaria de su voz y el tremendo recuerdo de su partida.
Quizá como dijeron muchos por lo bajini, ellos ya no son ese Queen que todos conocimos, pero ciertamente entre canción y canción Adam Lambert intentó dignamente, no imitarle pero sí devolvernos parte de su esencia. Un Brian May que no dejó indiferente al respetable junto a Roger Taylor, aunaron entre luces, sombras una fuerza inusitada, los acordes del desaparecido Freddie, que surgió entre bambalinas para corear con los que allí, en el fondo y en la forma, le esperaban.
No estábamos en 1968 ni tampoco teníamos la sensación de haber despedido a Freddie Mercury porque aunque se fuera en 1991, quizá cuando el concierto abrió con el puñetazo del monigote de la portada de News of The World la vida nos devolvió también el sabor de la eterna juventud. Un Adam que quiso ganarse al público haciéndoles partícipes de la ausencia aterradora; la necesaria comparación y el no siempre agradable comentario. Con un ¿vamos a pasar una buena noche con Freddie, verdad? hizo que todos, sin dejar uno, respondieran con un sí atronador y entonces comenzara el conciertazo. Cambios de ropa en cada canción, una magnífica puesta en escena y sobre todas las cosas, el juego de luces y las sombras que permitieron que la música nos impregnara de recuerdos.
Entre los gestos que tuvo May, el líder por una noche, fue la foto hecha con un palo selfie mientras todos los presentes participaban de su recuerdo, porque antes nos explicó que todo aquello sería para recordar a los que le querían de verdad. Somebody to love y Crazy Little Thing Called Love, Under Pressure, I Want to break Free, We Will Rock You, The Show must go on, Radio Gaga y una tremenda Bohemian Rhapsody que fue la que nos devolvió por un instante a aquellos días de vino y rosas, cuando Freddie se paseaba, histriónico por un escenario con su «Mama, just killed a man, put a gun against his head…» hasta hacernos saltar por los aires de emoción cerrando con un «Nothing really matters to me…»
Casi 18.000 personas gritaron We are the Champions y se unieron a la despedida con el God Save The Queen cuando juntos, ataviados para la ocasión, con la corona y el chaleco con el escudo de Inglaterra de la Orden de la Jarretera nos dijeron adiós. No sabemos si Queen salva tanto a la madre del orejas, que nos parece inmortal con sus sombrero color pistacho, pero ahí andan haciendo honores a su Reino Unido.
Lo cierto; lo verdaderamente cierto, es que allí estabamos todos, cantando a voz en grito durante más de dos horas, sin dejar que un halo de tristeza se colara por las rendijas del que fuera palacio de los deportes. Por ese instante, y para siempre, también recordaremos este concierto, porque como dice el refrán, cualquier tiempo pasado, es quizá, necesariamente mejor.