A mediados de 2009, cuando el Comité Nobel noruego otorgó el Premio de la Paz al cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama, los habitantes del planeta Tierra confiaban en haber dejado atrás un largo, excesivamente largo y penoso paréntesis de enfrentamientos bélicos y conflictos culturales. En efecto, el entonces recién estrenado inquilino de la Casa Blanca llegaba con un lema: Sí, podemos y con la aureola de político dialogante. ¿Acaso ello justificaba plenamente la concesión del Nobel de la Paz?
Durante los mandatos del Presidente Obama, no se produjo una disminución de los conflictos locales y regionales. Las heridas provocadas por la temeraria actuación de la Administración Bush siguen abiertas, las diferencias entre el mundo islámico y Occidente se han ido acentuando. No vivimos en un mundo más seguro. La desigualdad social de ha agudizado. ¿Soluciones? Los duendes de las finanzas nos recomiendan… ¡apretarnos el cinturón! ¿Paliativos? Todos, empezando por la destrucción de los puestos de trabajo y/o la precariedad laboral. Sin embargo…
Cuando se trata de la defensa de los intereses estratégicos (léase socioeconómicos) de Occidente, el Nobel de la Paz nos recuerda que la Alianza Atlántica se apoya en dos pilares: Inglaterra y los Estados Unidos, que los bajos niveles del gasto militar de algunos países de la OTAN es preocupante, que la libertad tiene un precio. Curiosamente, la advertencia de Obama coincidió con la clausura de la cumbre Estados Unidos – Unión Europea celebrada esta semana en Bruselas. En el orden del día de la reunión figuraba tanto la cooperación económica –la firma del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Europa– como la crisis generada por los acontecimientos de Ucrania y la integración de Crimea en la Federación Rusa.
En un discurso que algunos politólogos estadounidenses no dudaron en calificar de excesivamente ambiguo y poco convincente, el Presidente de los Estados Unidos hizo hincapié en la necesidad de reforzar la vigilancia del espacio aéreo de los países bálticos y/o la presencia de la OTAN en los Estados de la primera línea: Polonia y Rumanía.
¿Tambores de guerra? De ninguna manera: el Nobel de la Paz nos asegura que no nos adentramos en ninguna Guerra Fría, que ni Washington ni Bruselas tienen interés en controlar Ucrania, que a diferencia de la extinta Unión Soviética, Rusia no lidera ningún bloque de naciones, no defiende ninguna ideología mundial. Y añade, tal vez para tranquilizar a los gobernantes del Kremlin, que los Estados Unidos no buscan conflicto alguno con Moscú. Una de cal y otra de arena…
Ni que decir tiene que para los asesores de Vladimir Putin las palabras de Obama sólo sirven para ocultar los verdaderos designios de Occidente. Rusia, a su vez, pasó a la contraofensiva ideológica. Los ataques y contraataques propagandísticos nos recuerdan la época de la Guerra Fría.
Pero hay más: aún queda por determinar el verdadero alcance de las sanciones impuestas a Moscú. Los estrategas aseguran que la elaboración de listas negras con decenas de nombres o la aplicación de mini embargos comerciales son, en realidad, medidas poco disuasorias. Pero, ¿qué haría falta para persuadir al oso ruso que regrese a su guarida? ¿Renunciar a la dependencia energética de la UE? Actualmente, el gas natural ruso cubre el 70 por ciento de la demanda de la Unión. Algunos países de Europa oriental: República Checa, Eslovaquia, etc. cuentan con centrales nucleares fabricadas en la antigua URSS. ¿Buscar soluciones alternativas? El proceso sería largo y sumamente costoso.
Aislar a Rusia parece, pues, una auténtica utopía. De hecho, los economistas rusos prevén un incremento del 100 por ciento de sus exportaciones de gas a China, India y Japón. Moscú dirige su mirada hacia Oriente.
Detalle interesante y muy significativo: mientras el Primer Ministro británico abandera la campaña para la introducción de medidas más contundentes contra Rusia, el Reino Unido, baluarte de la defensa de Occidente, anuncia la firma de un acuerdo para el suministro de… ¡gas natural ruso!
La Guerra Tibia del Nobel de la Paz empieza con mal pie.