La higiene de los nuevos fascismos

Roberto Cataldi[1]

La actual pandemia y las medidas tomadas por los estados despiertan en muchos el temor sobre el futuro de la vida democrática y republicana. Existe el peligro real de que por acostumbramiento o haberse cebado con las restricciones, inventen alguna excusa para no restituirle a la ciudadanía esos derechos bien ganados. Las tendencias autoritarias y los fascismos nunca arriaron las velas y las sociedades que solo saben reverenciar a sus representantes poco tienen que ver con el espíritu de la democracia.

Hoy las redes sociales y los medios de comunicación han logrado tornar más vulnerable el poder gracias a la crítica. Claro que si la política no funciona el problema no se soluciona suprimiéndola, en todo caso habrá que cambiar a los políticos, hallar gente capacitada y honesta que esté convencida que la tarea de gobierno es un «servicio público» y no un negocio familiar, de amigos o de partido, porque aunque nos irrite, la política es inevitable, y al igual que toda actividad humana es mejorable. La política en sí es estrategia, para emplearla en el Bien común. Los populismos, de derecha o de izquierda, apelan a mandatos imperativos,  desconfían de los que piensan distinto, crean divisiones a través de un discurso mesiánico que engendra el odio y envenena el alma.

En mis visitas a Roma, ciudad que nunca deja de sorprenderme, suelo pasar  por el frente del Palazzo Venezia, observo detenidamente la ventana desde la que Il Duce se dirigía a su pueblo (la copia argentina es el balcón de la rosada), y no puedo evitar trasladarme a esa época afiebrada. Pienso que esa inclinación obedece a que me gusta viajar en el tiempo que es pasado, pero también es presente… He visto documentales donde Mussolini aparecía allí arengando y, causa impresión la adhesión que despertaban sus palabras y sus gestos (previo ensayo frente a un espejo), eso también sucedía con Hitler. Ambos eran notables «régisseurs».

Cualquier estudioso de este oficio advierte que montaban una «puesta en escena». Estos hombres, líderes natos, me recuerdan a los encantadores de serpientes. En efecto, ejercían una extraordinaria atracción, tenían magnetismo interior, pese a que no dijesen nada extraordinario, sin embargo eso era suficiente para hipnotizar a las masas. «Il Duce ha sempre ragione» era un eslogan.

Uno de mis hobbies es hacer análisis del discurso. Recuerdo que en mi juventud el profesor de relaciones humanas decía que los grandes oradores «se comieron el mundo». Quien posee el arte de la palabra tiene el don de encantar a quienes lo escuchan, y recurre a la emotividad para conquistar sus voluntades. Benito Mussolini, hijo de un herrero de ideas anarquistas, desarrolló su carrera como agitador del socialismo revolucionario, pero cuando estuvo próximo al poder, se mudó al bando contrario, y con la marcha de los Camisas Negras sobre Roma (unos trescientos mil paramilitares fascistas) logró su cometido: convertirse en primer ministro de Italia e implantar la primera dictadura fascista de Europa. Solía decir Hanna Arendt que el revolucionario más radical, al día siguiente de conquistar el poder se convierte en conservador.

Silvio Berlusconi, personaje paradigmático de la política decadente, impresentable, para obtener el apoyo de los nostálgicos dijo que el gobierno de Mussolini prefirió aliarse a Hitler en lugar de oponerse, que el exterminio de los judíos habría sido una imposición, y que las leyes raciales serían la mayor culpa de Mussolini, quien habría hecho otras cosas de manera acertada. Todo dictador hace algunas cosas de manera acertada, pero no lo exculpan de los crímenes cometidos, además, il cavaliere olvidó que las leyes raciales se aprobaron un año antes de que se iniciara la Segunda Guerra Mundial (…)

Cuando Luigi Pirandello visitaba a Mussolini en el Palazzo Venezia, se dejaba deslumbrar por el trato que le dispensaban. Pirandello ya tenía un gran prestigio y el régimen fascista estaba interesado en usarlo en provecho propio. La adhesión de muchos intelectuales y artistas a los regímenes totalitarios es inveterada. El escritor italiano Attilio Dabini, en su taller literario, en una oportunidad nos comentó que un cuento suyo escrito a los diecisiete años le fue leído a Pirandello y que éste lo había elogiado. Dabini era antifascista, participó de la resistencia italiana, estaba en contra de lo que pudiese beneficiar al régimen de la República de Saló, sin embargo cuando se refería a Pirandello no ocultaba  una profunda admiración por este precursor del teatro del absurdo y del existencialismo. Hoy pienso que así como le reconocía su talento, también le perdonaba sus debilidades por el régimen.

Pirandello no fue el único intelectual italiano subyugado por la retórica de Mussolini y, algunos sostienen que su adhesión al régimen no era tan fuerte como se creyó, que en el fondo había un subversivo, pues, Hitler le habría  comentado a Benito que el siciliano no era de confiar, sin embargo cuando fue la invasión de Abisinia, Pirandello donó su medalla del Nobel como colaboración a la causa.

La guerra, según el Manifiesto futurista del poeta Filippo Marinetti, escrito antes de que se iniciase la Primera Guerra Mundial, debía ser glorificada, por ser la única «higiene del mundo». Años después, Mussolini, retomó la idea. Marinetti, considerado un adelantado y renovador del arte, dio conferencias en Buenos Aires para un público intelectualizado y de clase alta en 1926. Hubo críticas y, él escribió en La Nación: «Soy un fascista sin carnet, amigo de Benito Mussolini y orgulloso de haber colaborado en la grandeza de la Italia de hoy. No tengo ningún encargo gubernamental y no hago política. Vivo como poeta futurista». Retornó a Italia y dejó en Argentina la semilla que germinó rápidamente y dio un arbusto… No es casual que finalizada la última guerra mundial, jerarcas fascistas y nazis vinieran a estas tierras  a vivir su dorado e impune exilio.

Dicen que el poeta Gabriele D’Annunzio (he visto algún  documental), exponente de la corriente decadentista, influyó en Mussolini y también en Hitler. Considerado un héroe de la Gran Guerra, este personaje pintoresco tuvo una estrecha relación con los Arditi (los osados), tropas de élite italianas de asalto, de choque, que le abrían paso a la infantería. Y finalizada la guerra, muchos exsoldados (probablemente mano de obra sin trabajo), conformaron una fuerza al mando de D’Annunzio, cuyo uniforme era camisas negras y fez negro, que luego sería adoptado por los Camisas Negras de Mussolini.

Allí nació el fascismo (de fascio, haz de vara, figuradamente liga), y  daría la impresión que nació de la mano de la poesía, pero me niego a aceptarlo, en todo caso será de la mano de estos poetas. La toma del Fiume por D’Annunzio (leer su estatuto no tiene desperdicio), donde se autoproclamó Duce de Carnaro, fue una fugaz experiencia, mas sirvió de inspiración a Mussolini.

El fascismo y el nazismo adoptaron como filósofo mentor a Niestche. Pienso que le hicieron un flaco favor. Cuando los aliados revisaron la biblioteca del Führer (al igual que Duce significa guía o conductor), no hallaron ningún libro de Friedrich, quien por otra parte jamás los conoció ya que murió en 1900.

Tuve conocimiento hace unos años que se sustanciaba en Barcelona una querella criminal por los ataques de la aviación italiana en marzo de 1938, no sé si alguno de los responsables aún vive. La aviación italiana despegaba desde las Baleares y arrojaba  toneladas de bombas sobre la ciudad condal, dejando un saldo mínimo de 670 muertos y 1200 heridos según he leído. Los italianos habrían sido los inventores del bombardeo a la población civil para desmoralizar al enemigo. Italianos y alemanes hicieron sus experiencias de guerra aérea en suelo español, pero la fama fue para la Legión Cóndor. Los fascistas eran entusiastas de la aviación porque evocaba al hombre moderno, indómito y viril. Tuvieron mala reputación militar, recreada por el cine hollywoodense, sin embargo los entendidos sostienen que es un falso cliché. Galeazzo Ciano, yerno de Benito, reconoció que éste dio personalmente la orden de los bombardeos, y al comprobar el horror internacional, le habría endosado la decisión a Franco.

Giovanni Gentile, amigo y colaborador de Benedetto Croce, fue ministro de Instrucción Pública de Mussolini, de quien también era amigo. Lo llamaron el filósofo del fascismo, y no faltaron los que lo acusaron de  ser un «corruttore di tutta la vita intelletuale italiana». No era bien visto por los jacobinos.  Gentile creía que Mussolini lograría la unidad nacional y que mediante la guerra Italia recuperaría el honor perdido. Nada de eso ocurrió. Giovanni presidió la Academia de Italia, procuró alcanzar la concordia, la tolerancia y, condenó la represión brutal, al fin de cuentas era un intelectual metido a político. Muchos de los intelectuales antifascistas habían  sido sus alumnos en la Escuela Normal Superior y adhirieron de entrada a su filosofía, luego se convirtieron al comunismo. Gentile fue un intelectual cercano al poder que a su vez era un militante tibio, y éstos no son queridos por los unos ni los otros.  En 1944 lo asesinaron.

En los convulsionados años setenta un colega solía decirme que la época exigía que durmiésemos con un ojo abierto, hoy nos quedaríamos cortos. Sartre pensaba que al fascismo no se lo define por el número de víctimas sino por la manera en que las mata. Y Unamuno, acertadamente sostenía que «El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando». Quizá por eso que soy un empedernido lector y un infatigable viajero.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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