El año pasado, Malala Yousafzai, de 15 años, era una estudiante aventajada del Valle de Swat, Paquistán.
A pesar de que los talibanes que controlaban la región habían prohibido la educación de las niñas, Malala, desde su blog, defendía desde los 11 años el derecho de las mujeres a aprender.
Una mañana que iba a la escuela fue abordada por un terrorista que le descerrajó varios tiros en la cara y el cuello. Malala quedó en estado crítico. Trasladada a Birmingham, Reino Unido, para su tratamiento y seguridad, la niña tuvo que sufrir varias intervenciones quirúrgicas para reparar los daños causados por los proyectiles. En una de ellas los médicos tuvieron que cubrir el gran agujero abierto en su cráneo con una placa de titanio.
La animosa Malala, milagrosamente viva y con su capacidad intelectual intacta después de múltiples cirugías cerebrales, ha conservado, como recuerdo de su batalla por la vida, el pedazo de cráneo que le extirparon.
Cuando volvió a clase en una escuela de Inglaterra, la adolescente exclamó: “Volver al colegio me hace muy feliz. Mi sueño es que todos los niños en el mundo puedan ir a la escuela, porque es su derecho”.
Su caso dio la vuelta al mundo, causando oleadas de apoyo y adhesión en todas partes. Ha sido galardonada con decenas de premios internacionales y ahora le ha sido concedido el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia, el más importante de la Unión Europea. También este aspiraba al Nóbel de la Paz 2013, la nominada más joven de la historia.
El pasado 12 de julio, día en que Malala cumplía 16 años, pronunció un discurso ante las Naciones Unidas en Nueva York: “Pensaron que las balas nos iban a silenciar, pero fracasaron. Y luego, a partir del silencio, surgieron miles de voces”.
Hace unos días ha aparecido su autobiografía Yo soy Malala, cuyos derechos se destinarán a la Fundación Malala, que becará a 40 niñas paquistaníes para que prosigan sus estudios. “Que estas 40 niñas se conviertan en 40 millones”, anheló Malala.
Bajo el lema: “En estos momentos, 250 millones de niñas en el mundo viven en la pobreza. Y, sin embargo, ellas son la fuerza más poderosa para cambiar el planeta” el movimiento Efecto Niña, auspiciado por las fundaciones Nike, NoVo, Coalición de las Naciones Unidas para las Niñas Adolescentes y el Plan Internaciona (impulsor de la celebración del Día Internacional de la Niña cada 11 de octubre y de la campaña “Por Ser Niña”) busca acabar con la doble discriminación –género y edad- que sufren millones de pequeñas en todo el mundo.
¿Por qué se habla de niñas y no de niños? Porque las niñas tienen tres veces más probabilidades que los varones de ser asesinadas, abandonadas, esclavizadas, mutiladas y violadas, de convertirse en niñas-esposas, analfabetas ó mendigas.
En escalofriantes cifras de la Unicef, en la actualidad y de manera anual:
- 100 millones de niñas desaparecen por feticidio ó abandono
- 14 millones de niñas son forzadas a casarse y a quedar embarazadas
- 140 millones de niñas han sufrido mutilación genital (y la cifra aumenta en 2 millones cada año)
- el 50 por ciento de las agresiones sexuales se dan contra niñas menores de 16 años
Ahora es, entonces, cuando el ejemplo de Malala nos recuerda que la llave de la libertad de esas futuras mujeres ha sido, es y seguirá siendo, el acceso a la educación. Sólo la educación logrará que ésta sea la hora de las niñas.
Una sola mujer educada en una comunidad primitiva produce “el Efecto Niña”, es decir, instruye, educa y se convierte en ejemplo para las otras mujeres. Una mujer educada será la madre de una familia educada, será el espejo donde se mirarán no sólo sus hijas sino las amigas de sus hijas y las hijas de sus hijas.
Escolarizar a las niñas es romper esa barrera amasada con siglos de sumisión, ignorancia y marginalidad que separa a las mujeres de los hombres en los países donde aquellas son menospreciadas.
Una mujer educada ya no baja la cabeza y mantiene su dignidad y su igualdad frente a cualquiera.
Hace poco, un periodista británico entrevistó a Malala y le preguntó qué haría si un asesino talibán se presentara ante ella otra vez.
“Le hablaría de lo importante que es la educación”, contestó Malala. “Y que quiero educación incluso para sus hijos. También le diría: ‘Eso es lo que quiero decirte, ahora haz lo que quieras’”.