La iglesia de Entrevías y la de Rouco y sus exorcistas

Una noche de noviembre del año 2007, en una de las modestas casas del Pozo del Tío Raimundo, el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco, se entrevistó con suma discreción con tres curas de la parroquia de san Carlos Borromeo de Entrevías, sin que de la convocatoria tuvieran noticia los medios. Se trataba de resolver en una cena de trabajo el conflicto planteado con ocasión de la resistencia presentada por el barrio y la ciudadanía progresista en general a la decisión del arzobispado de cerrar esa parroquia y convertirla en un centro de Cáritas.

Asi-en-la-tierra La iglesia de Entrevías y la de Rouco y sus exorcistasLos curas eran tres párrocos rasos de una de las zonas más deprimidas de Madrid: Pepe Díaz, Javier Baeza y Enrique de Castro. La cena consistió en vichisoise, canapés y lubina al horno, pero sobre la mesa había un plato mucho más fuerte que el ríspido Rouco precisaba digerir lo más satisfactoriamente posible. También sus anfitriones estaban deseando que el arzobispado tomara una decisión que les permitiera seguir ejerciendo su provechosa y dilatada acción social en favor de los marginados. La historia de ese compromiso, eminente y esencialmente evangélico, se refleja en el libro del periodista Marçal Sarrats Así en la tierra: Enrique de Castro y la iglesia de los que no se callan, presentado recientemente en Madrid.

Esa iglesia roja, según la calificaron algunos, no era del gusto de Rouco. La mueve, según Enrique, una fe distante de la visión mística y milagrera, una fe que se caracteriza más como elemento humano que religioso: no consiste en creer lo que no se ve, sino en creer lo que vemos, en experimentar y descubrir. Fe en el otro, en los otros, en la vida, en la lucha y en la utopía. Jesús es -como señaló Castro en su libro Dios es ateo– el signo de que el sueño humano lo podemos realizar todos. Para Enrique, la iglesia vaticana es antievangélica, porque la mayoría de los obispos cree en poder y no tiene fe en el Evangelio.

Es muy significativo en el Evangelio que las tres tentaciones con las que el diablo retó a Jesús sean de carácter político, económico y religioso. Jesús dijo que no porque ninguno de esos poderes sirve como mediación para que el hombre se libere, afirma Castro. El poder nunca es mediación sino todo lo contrario. !Y Jesús vino a predicara esta liberación!. Contra el poder de las verdades dobladas, canta Pedro Guerra, contra el poder que nunca abraza a los que pueden pensar, contra el poder que siempre miente en nombre de la verdad, contra la fuerza y mal uso de la fe desde el poder.

Enrique cree que el cristianismo no es una religión, sino un humanismo a ultranza. La cena de aquella noche en El Pozo pretendía resolver el conflicto de una parroquia que se había convertido mediáticamente en el símbolo de una iglesia minoritaria que luchaba dentro de la Iglesia poderosa, una iglesia alejada del poder y totalmente implicada en el trabajo a favor de los más necesitados. La velada discurrió cordialmente, pero el cardenal arzobispo se mostró especialmente obsesionado por la eucaristía con pan de barra y rosquillas, así como por los diálogos durante las misas. La cuestión clave se solventó haciendo de San Carlos Borromeo un centro pastoral y convirtiendo a sus tres párrocos en tres capellanes, sin que el cambio altere lo más mínimo su misión, que ahí sigue.

Nos acabamos de enterar, con un país en un peligroso declive hacia cotas de pobreza en verdad alarmantes, de que el ríspido Rouco va a poner a trabajar a ocho exorcistas, ocho, para acometer las funciones propias de su oficio en la archidiócesis de Madrid. La noticia aclara que la decisión -sin precedente en toda España- obedece a la gran demanda que el cardenal está recibiendo de sus fieles en solicitud de ayuda para liberarse de posesiones demoníacas y otras influencias maléficas como amarres, magia negra de brujas y quiromantes, mal de ojo, echadores de cartas y esoterismos varios.

Se cuenta en el libro de Sarrats que nunca como en esa cena con los tres capellanes de San Carlos Borromeo estuvo Rouco más cerca de ese centro pastoral y de la cristiana tarea que desarrolla al pie de la palabra de Cristo. Ni antes ni después tuvo el purpurado interés alguno en visitarlo. Sus tres exorcistas tratan de liberar al prójimo de la marginación y la pobreza, convencidos de que las leyes pueden ser injustas y que los encargados de aplicarlas –como dice García Montero en la introducción de Así en la tierra– se hacen cómplices de la injusticia. En esas circunstancias, la solidaridad vivida por Enrique de Castro y sus compañeros alcanza la convicción -tal como enseñó Cristo- de que el amor al ser humano está por encima de la ley. “Si las leyes democráticas pierden su capacidad de amor –afirma el escritor y poeta granadino-, desembocan en una retórica tan hueca como la de los cardenales y los obispos del mundo que predican el sermón humilde de la igualdad cristiana en el púlpito enjoyado de la mentira”.

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