Mi primer contacto con la obra de Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, Alemania, 1929) fue cuando siendo estudiante de Periodismo cayó en mis manos un ensayo titulado «Elementos para una teoría de los medios de comunicación», que aún conservo y que abrió mi mirada a nuevas perspectivas en la profesión periodística.
No sabía entonces que Enzensberger era también un excelente poeta, un autor teatral de éxito, un realizador de grandes documentales, un intelectual europeo de primera línea, facetas todas ellas que fui descubriendo con el tiempo.
Enzensberger ha mantenido casi toda su vida una estrecha relación con España y habla un castellano fluido y culto. Entre sus mejores libros figura «El corto verano de la anarquía», sobre la vida del español Buenaventura Durruti.
En España fue galardonado con el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y con la Medalla del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Una autobiografía
El último libro de Enzensberger se titula «Un puñado de anécdotas», y es una peculiar autobiografía de sus años de infancia y adolescencia. En España lo publica Anagrama, una editorial con la que mantiene desde hace muchos años una estrecha relación, no sólo por publicar aquí la mayor parte de su obra sino porque fue fundador y durante mucho tiempo miembro del jurado que concede los premios de ensayo de esta editorial, una actividad que consolidó su amistad con el editor Jorge Herralde.
Hay muchas formas de abordar una autobiografía y esta de Hans Magnus Enzensberger es una de las más originales y entretenidas. A lo largo de estas páginas el autor rescata algunos recuerdos, desde sus primeros años de vida hasta el umbral de su juventud, relacionándolos con aquellas anécdotas que lo ayudaron a fijarlos en su memoria.
Su estructura y formato, incluidas fotografías y dibujos, recuerdan al libro que un día el autor encontró en casa de sus padres y que ostentaba en su portada un título en letras doradas que llamó su atención: «Biografía de nuestra familia». Había sido escrito a mano por su abuelo entre 1901 y 1961 con una caligrafía apretada que con el tiempo iba perdiendo vigor y haciéndose cada vez más evanescente.
En paralelo a las vicisitudes por las que atravesaba su familia, el abuelo iba insertando la historia de su país y de su ciudad, pegando en sus páginas documentos de todo tipo: certificados, tablas genealógicas, billetes, cupones de alimentos, recortes de prensa, anuncios publicitarios, esquelas, horóscopos… y dibujos a tinta y acuarela hechos por él mismo.
A sus 92 años Enzensberger nos asombra al evocar lejanos episodios de su vida, incluso de aquellos años en los que ni siquiera había aprendido a leer, y que permanecen prodigiosamente en su memoria como imágenes luminosas.
Interesan sobre otros los que rescata de los años en los que el nazismo se instaló en Alemania. Cuenta que vio por primera vez a Hitler cuando pasó en un coche descubierto precedido de un convoy de motocicletas: «En el coche había un hombre insignificante con bigote y la vista fija hacia delante. Llevaba el pelo pegado a la frente. Levantó el brazo derecho y lo dejó caer bruscamente de nuevo».
El niño de aquellos años se preguntaba por la misteriosa ausencia de su tío Rasmüller, detenido por los nazis; se sorprendía de la desaparición de profesiones como las de criadas, lecheras o heladeros durante la guerra, de los cuchicheos entre miembros de su familia hablando de lo que pasaba con los judíos. Recuerda sus años en las Juventudes Hitlerianas, de las que fue expulsado por no asistir a los actos que se convocaban, en los que se aburría, y sobre todo de su reclutamiento por el ejército, como otros muchos adolescentes, para cavar las zanjas que iban a detener a los tanques americanos, un episodio que pudo costarle la vida cuando desertó en pleno avance de las tropas aliadas.
La extinción del nazismo y el descubrimiento de la cultura americana gracias a su precario conocimiento del idioma inglés, que le facilitó los contactos con los soldados de ocupación que se instalaron en su aldea y gracias a los que descubrió a Hemingway, Mark Twain, T.S. Eliot… incluso a Thomas Mann y a Kafka («cuyo nombre nunca había oído antes»), fueron episodios que le marcaron para siempre, así como la primera vez que vio, impresionado, un documental sobre los campos de exterminio.
Emocionan asimismo los recuerdos de sus familiares. Su tía Theres, la costurera cuya máquina Singer heredó la madre del escritor; su tío Fred, la oveja negra de la familia; otro tío, médico y mujeriego, que se instaló en la RDA después de la guerra. Y su primer amor platónico, Natascha, quien prefirió a su primo Ingo, más atractivo y romántico, que tocaba el violín y tenía una moto con la que murió en un accidente (como homenaje Enzensberger coloca su fotografía en la portada de estas memorias). Recuerda con emoción a sus hermanos muertos, a Martin, quien fue artista gráfico, a Ulrich, «hippie a media jornada, indio metropolitano, maoísta y músico de rock», pero sobre todo a Christian, «el verdadero escritor de la familia», quien dejó un legado de más de treinta mil páginas manuscritas.
No sé si Enzensberger continúa escribiendo sus memorias más allá de este volumen en el que llega hasta los primeros años de su juventud. Sus lectores se lo agradeceríamos.