Isabel Hernández Madrigal
Esta mañana he oído en la radio que han hecho una película que se llama “Yo soy la Juani”, y he pensado ¡Anda como yo!, yo también soy la Juani, o al menos lo era hasta que me vine a Madrid, en mi pueblo para todo el mundo era la Juani, pero ahora no, ahora soy Juanita, aunque a mí no me gusta ser Juanita, me gusta más la Juani, la Juani es más mío, Juanita es más de mi Señora, y a mí no me hace ninguna gracia cuando la oigo “Juanita ¿Puedes venir un momento?”.
─ Usted dirá.
─ ¡Señora!Te lo he dicho un montón de veces, Juanita.
─ Es que no me sale o se me olvida.
─ ¿Has terminado ya de limpiar los baños? Son las doce y hoy vas retrasada, a las doce me gusta empezar con la comida, ya lo sabes.
─ Ya termino, es que hoy he limpiado los cristales de la habitación de Jorge, como usted me dijo.
─ Vamos Juanita, tienes que espabilar.
Me da rabia que me diga que tengo que espabilar, porque no es verdad, ya he espabilado. Antes no, antes cuando me vine a Madrid era una pava, pero es que antes no tenía que espabilar nada porque a nadie le importaba si era lenta o rápida haciendo las cosas, bueno, a lo mejor a mi madre, pero mi madre nunca me dijo que tuviera que espabilar, mi madre me decía que a la vida hay que sonreírle siempre y que era mejor hacer las cosas cantando y con alegría. Por eso yo siempre canto cuando hago las camas o cuando barro o cuando pelo zanahorias. A mi Señora no le gusta que cante y me dice “Juanita quieres dejar de cantar y espabilarte”.
Hoy tengo que pelar muchas zanahorias, mi Señora quiere para comer crema de zanahorias y somos siete porque el Señor no viene, el Señor casi nunca viene, aunque a mí me gusta que venga porque cuando él está la Señora no me llama continuamente con la campanilla porque al Señor le molesta el ruido, pero hoy no viene, hoy somos siete para comer, aunque la Señora a mí no me cuenta “tres zanahorias para mí y dos para cada niño” me ha dicho que ponga, en total trece zanahorias, que yo sé sumar, aunque ella me las ha dejado contadas encima de la mesa de la cocina. Pelar zanahorias me gusta. Mi Señora tiene un cuchillo especial para pelar zanahorias, con el mango naranja. Yo antes de venir a Madrid no lo había visto nunca porque en mi casa no hay cuchillos especiales, pero éste me gusta y además no te cortas ni nada.
─ Mientras se hace la crema vas preparando las albóndigas con tomate, ten cuidado no ensuciarte el delantal blanco y recógete el pelo con el gorro Juanita.
─ Sí
─ Sí, Señora, ¡Juanita!
─ Eso Señora.
Las albóndigas me salen buenas, pero a mí me gustan más las sardinas, no sé por qué me gustan más los peces que la carne, yo creo que porque me parecen más limpios siempre dentro del agua, pero nunca comemos sardinas porque a la Señora no le gustan y además dice que son comida de pobre y que la casa huele a rayos, pero a mí no me huele a rayos, a mí me huele a sardinas. No me gusta ponerme el gorro blanco, parezco una monja, ni recogerme el pelo con él cuando cocino, prefiero mi pañuelo de flores rojas o mi diadema negra, pero la Señora dice que no son elegantes.
La Señora sí que es elegante, siempre con esos tacones de aguja que resuenan por toda la casa y tiene una figura estupenda y eso que ha tenido cinco hijos, yo los quiero mucho a los niños, el mayor Jorge tiene doce años y también me llama Juanita, luego están Marta de ocho, los gemelos Iván y Rafa de seis y Anita la chiquitina de la casa de cuatro. Todos, salvo Jorge me llaman tata y a mí me gusta más que Juanita. Ellos se pondrán contentos hoy porque las albóndigas les gustan mucho, aunque la crema de zanahorias no es el plato preferido de Marta pero la Señora dice que son buenas para la vista, así que se la tiene que comer quiera o no.
─ Juanita, si has terminado la comida pon la mesa, los niños están al llegar.
─ Sí, ya voy.
─ Señora ¡Cuántas veces tengo que decírtelo!
─ Es que no me sale de natural, Señora, tengo que pensarlo y a veces no me acuerdo de pensarlo.
─ Tienes que espabilar, Juanita.
¡Y dale! Me dan ganas de decirle que me deje tranquila, que yo ya he espabilado mucho desde que me vine a Madrid y que no me gusta que me llame Juanita, que yo soy la Juani, pero no digo nada y pongo la mesa como me ha enseñado la Señora, el mantel blanco que es más fino, todos los platos iguales y en orden, los cubiertos de fuera para dentro, “según se vayan a usar”, dice la Señora, la servilleta encima del plato y la jarra de cristal llena de agua en el centro de la mesa. La mesa queda bonita así, se tarda más en poner, pero queda así de bonita como en las revistas de la Señora.
¡Qué bonitas las revistas de la Señora! Me gusta mirarlas. La Señora me las da cuando ella ya las ha visto “Juanita, estas revistas ya las he visto, puedes llevártelas” Yo las guardo todas, las miro una y otra vez y no me canso, aunque la Señora a veces me regaña y me dice “Juanita no quiero ver las revistas en la cocina, vamos no te entretengas y espabila” por eso escondo alguna en el último cajón, debajo de los paños de limpiar.
─ Cámbiate el delantal para servir la mesa Juanita, está lleno de manchas de tomate.
─ Ahora mismo.
─ Señora ¡Juanita! Señora.
─ Eso Señora.
A mi Señora le gusta que sirva la mesa con el delantal blanco y la cofia, aunque yo solo llevo la comida a la mesa, ella la reparte en los platos y yo la retiro y me voy a la cocina. A veces pienso que la Señora no se acuerda de que yo también tengo que comer, hoy ha quedado para mí un cazo de crema de zanahorias pero no me importa porque por muy buenas que sean para la vista de Marta y de todos, a mí no me gustan mucho.
Lo que sí que me gusta es comer tranquila en la cocina, pero hoy la Señora no me deja, ya es la quinta vez que me llama con la campanilla y la crema de zanahorias fría me gusta menos, aunque me la como porque mi madre me ha enseñado que es un pecado grande tirar la comida, y porque tengo hambre, también me como las albóndigas que quedan, aunque si pudiera elegir preferiría comer sardinas tan limpias y brillantes, las sardinas me gustan aunque se queden frías. Otra vez la campanilla, cómo se nota que el Señor no está en casa, a mí me gusta más cuando viene el señor porque así puedo comer tranquila en la cocina, tengo suerte de que le moleste el ruido al señor, pero hoy no está, así que la campanilla suena y suena a cada rato y así no hay quien coma tranquila ni caliente.
─ Juanita trae la fruta, plátanos para los niños y una naranja para mí. Vamos espabila.
─ Ya mismo.
─ Señora ¡Juanita! ¿No vas a aprender nunca?
─ Voy Señora, contesto con desgana.
Coloco la fruta en el frutero y pienso que a mí me gustan más las naranjas que los plátanos y que plátanos tenemos diez y que naranjas solo queda una, así que mientras suena con insistencia la campanilla, escondo la naranja en el cajón de los paños de limpiar junto con las revistas y mientras llevo los plátanos a la mesa pienso que yo soy la Juani y que no me gusta nada que la Señora me llame Juanita y me diga a cada rato que tengo que espabilar.
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Relatos de Isabel Hernández Madrigal