En los ratos de descanso solemos reunirnos en algunas de las cafeterías que hay repartidas por la nave o también en salas multiusos que nos permiten charlar un poco de manera más distendida. Son momentos importantes aunque parezcan ociosos, nos liberan de tanta tensión, nos despejan la mente, intercambiamos opiniones y conocimientos, bromeamos, en definitiva, para confraternizar gente venida de todos los rincones del planeta y más allá.
Cuando llegan los días finales de este mes siempre hay quien, en esos ratos, me pregunta por lo mismo, cómo fue posible que acabada la Segunda Guerra Mundial, una vez vencidos los gobiernos totalitarios que la provocaron, una vez derrotado el impresionante ejército nazi, en nuestro país continuara gobernando durante tantísimos años quienes habían dado un golpe de estado contra el gobierno legítimo de la República Española, unos rebeldes que compartían ideología con los estados fascistas vencidos; repetían, cómo fue posible.
Les suelo responder con múltiples explicaciones, la primera que el golpe fue posible, por el apoyo mayoritario del ejército, las fuerzas conservadoras más reaccionarias y la gran parte de la iglesia que estuvieron en contra de los gobiernos de la República, esas fuerzas contrarias no querían perder su poder e influencia. Quizás, también, la propia debilidad del Gobierno de la República, con sus equivocaciones y con sus divisiones que hacían difícil la gobernabilidad de la nación a pesar de que su objetivo era construir un país más desarrollado y más justo para la mayoría de la población.
La segunda razón podría estar en el desequilibrio de apoyos de uno y otro bando. Los golpistas fueron ayudados militarmente y financiados por alemanes e italianos directamente y por parte de los aliados indirectamente. Al gobierno de la República le ayudaron el gobierno soviético y las brigadas internacionales, grupos de voluntarios antifascistas y demócratas de toda Europa y América, sobre todo del norte. Todo el gran capital internacional también estaba de lado de los golpistas. Así que, que éstos ganaran la guerra, era cuestión de tiempo, si duró tanto fue por la gran resistencia que encontraron en distintos frentes, como Madrid, Aragón y Cataluña.
Que la dictadura que salió gobernante de esa guerra durará tanto también tiene varias explicaciones.

La primera quizás la podría encontrar en mí mismo. Cuando muere el dictador Franco yo tenía trece años, todavía estaba en el colegio, y después de la experiencia con lo de Carrero Blanco, el que fuera presidente del gobierno, quien resultó muerto en un atentado de ETA en el año 1973, sabíamos que tendríamos unos días de vacaciones, luto decían ellos. Así que al día siguiente de la muerte de Franco nos encontrábamos mi amigo Mateo y yo dando vueltas por un parque sin nada que hacer pero impresionados por la noticia. En nuestras casas el muerto era una figura que causaba respeto, y temor, y a nosotros, unos críos, los medios de comunicación, la escuela y todo el entorno nos lo habían vendido como un gran hombre, «ese gran hombre».
Así que sin pensarlo dos veces decidimos que después de comer y sin decir nada a nadie nos iríamos a Madrid, solos por primera vez, a despedir ese hombre como miles de españoles que engrosaban la fila que empezó a desfilar por la mañana hacia el Palacio Real donde se encontraba el ataúd con el cuerpo presente del difunto.
Llegamos sobre la cinco de la tarde a la Puerta del Sol de Madrid nos colocamos en la cola entre las calles Preciados y Montera pero la fila iba en sentido contrario al palacio, se dirigía hacia la plaza de Cibeles, así que paso a paso llegamos hasta la estatua de la diosa para dar la vuelta y comenzar a subir la calle Alcalá de vuelta hacia Sol, para llegar a eso de las diez de la noche al mismo lugar en el que empezamos la pesada y lenta fila.
Calculo que hubiésemos tenido que estar hasta las cinco o las seis de la mañana para llegar delante del féretro, menos mal que nos fuimos, además no eran horas para que unos críos anduvieran por las calles. Cuando llegamos a casa contamos lo que habíamos hecho como si fuera una aventura, una aventura que no hizo mucha gracia.
Quiero decir que hubo, eso, miles de españoles, sobre todo de Madrid, que desfilaron ante el cadáver del dictador, al cual la mayoría de la gente que allí estaba no consideraba como tal. En el mes de octubre anterior el régimen fusiló a cinco personas en juicios sumarísimos, pero frente al clamor internacional en contra de esa barbaridad la plaza de Oriente se llenó con una verdadera multitud que apoyaba a ese gobierno con su caudillo a la cabeza.
Una mayoría silenciosa convivió con el régimen dictatorial pretendiendo pasar desapercibida para no caer en las garras de ese temible régimen. El miedo hace perpetuar los estados de terror. Por eso duró tanto.
Pero en cuanto el dictador murió la mayoría de la población recuperó el aliento que impulsaría los cambios que vinieron después. Junto a mucha de esa gente, esa misma calle Alcalá la hemos recorrido cientos de veces, sino miles, a lo largo de toda nuestra vida en la manifestaciones que se han celebrado para reclamar primero la democracia, y después por tantas y tantas reivindicaciones para la consecución de un país mejor, más justo y más libre.
Fueron muchos los que combatieron el franquismo durante la guerra, la posguerra y a ellos siempre les debemos estar agradecidos, y luego, una vez muerto, fueron muchísimos más los que se incorporaron a esa lucha que nunca termina.
Ahora, cincuenta años después, los nostálgicos de ese régimen parece que vuelven a las andadas, esperemos que la gran mayoría de la sociedad no vuelva a permanecer impasible ante una nueva involución a tiempos oscuros, tiempos en blanco y negro.




Lo malo de generalizar cuando solo habla uno. Yo y un buen grupo de gente antifranquistas quisimos ver que realmente estaba muerto, que se había acabado por fin. Y no quiero hablar de quién está resucitando ahora a ese muerto y bien muerto.