La violencia, en la Ley, en la política, en los medios de comunicación, se impone cada vez con más fuerza frente a la libertad. Un veneno inoculado a través de palabras y acciones tóxicas que van incubando en las gentes el servilismo y la uniformidad. Así se termina con la diferencia, con la racionalidad, incluso con el lenguaje y la civilización que basada en la razón buscaba la belleza y la igualdad dentro de las diferencias humanas.
Cuando vemos a los ciudadanos envolverse en las banderas nos echamos a temblar: unos trapos de colores amordazan e impiden los pensamientos y los diálogos. Se acompañan de gritos, manos alzadas, aplausos y odios a los que rechazan incrustarse en los rebaños que conforman la multitud. Me da igual fuera en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la España de Franco, o sus secuelas en los movimientos de las ultraderechas europeas, en los Estados Unidos de toda su existencia, en la Cataluña de nuestros días. Los términos nacionalismo, patria, son los que más daños han causado a la historia de la humanidad y a la propia libertad.
Internet es el último dogmatismo religioso, multicultural, que unifica a las multitudes y destruye en gran medida la libertad de pensar, ser diferente, tener opinión propia, participar reflexivamente en debates filosóficos o humanos, profundos, y en los que frente al seguidismo y fanatismo se impongan las dudas y los razonamientos. Interpretar, comprender, dialogar, aceptar como norma de cultura el respeto al que piensa de modo diferente al nuestro…
Hace casi cien años escribía Kafka:
Los hombres se esconden del tiempo tras las palabras y las ideas gastadas. Por eso la verborrea es el baluarte más fuerte del mal. Es el conservante más duradero de todas las estupideces.
Y, podemos añadir: es el poder más destructor de la libertad. ¿Y dónde nos lleva? regresamos a Kafka:
El hombre es un residuo de la historia cuya insuficiente capacidad pronto será reemplazada por autómatas, cuya mente no permite dificultades.
El acoso para destruir la libertad comenzó con las religiones y sus catecismos. Entre sus épocas más destructoras pueden señalarse, entre otras, la Inquisición en lo que atañe al cristianismo, y en nuestros días por el clero musulmán y su prédica en múltiples lugares para fanatizar a los que convierten en esclavos de Alá e incluso a los terroristas a su servicio. Crean el monolitismo ideológico y el terrorismo, ayer y hoy, que comienza practicándose en su propia población. Primero la alienan, religiosamente, condenan la libertad de pensar y luego aplican determinadas leyes, como si fueran proféticas para mantenerla sumisa. Castigos corporales, torturas y hasta penas de muerte condenan a quienes no se ajustan a sus preceptos dogmáticos. Y terminan buscando su expansión en los militantes fieles al Dios de turno.
Habría que desmontar todo ese tinglado religioso político que ha sido utilizado al tiempo por la corrupción e imperialismo de Occidente, tanto en su expansión económica e imposiciones comerciales, como en los métodos bélicos que emplea para apoderarse de las riquezas de los pueblos sometidos.
E impedir la expansión terrorista de los soldados de Alá en los países extranjeros debiera aunarse a la posibilidad de liberar a sus pueblos de las dictaduras férreas a .que están sujetos. Las mujeres son, por otra parte, sus mayores víctimas.
La Biblia y el Corán – no en sus bellos aspectos literarios, sino en la interpretación de sus prédicas más fanáticas- son manipulados por las teocracias de naciones que van de la Arabia Saudita a los Estados Unidos de Trump, inductores del terrorismo mundial y de los atentados y guerras genocidas que sacuden países como Libia, Siria, Afganistán y asolan sus libertades.
La palabra, que es fundamento de la libertad humana, es actualmente la más afectada por el dogmatismo terrorista, político, religioso y mediático.
Ya en 1953 Herbert Marcuse escribió:
La interpretación del progreso parece estar ligada con la intensificación de la falta de libertad. Somos humanos porque tenemos lenguaje, pensamiento y libertad.
Por desgracia, cada vez más, un capitalismo corrupto y destructor no se contenta con destruir la naturaleza, que es a su vez la única casa que tiene el ser humano, también quiere anular el pensamiento, el lenguaje y la libertad.
Cada vez más se empobrece y destruye el lenguaje. Precisamos romper las rejas que lo constriñe y encarcela y no aceptar los dioses siempre virtuales creados por los hombres, sean bíblicos o tecnocráticos, para que los pueblos se sometan a sus leyes, sino comprometernos con el conocimiento, la belleza y la razón, espina dorsal de la libertad. No olvidemos que hoy gran parte de los medios de comunicación contribuyen, con su poder real, a que políticos, e incluso terroristas, se sirvan de ellos para atentar contra la propia libertad.
Y aunque se refiera a Alemania, podemos extrapolar la frase al mundo entero, no me resigno a dar esta cita de uno de os grandes poetas de todos los tiempos, Hölderlin, cuando escribe:
Bárbaros desde tiempos inmemoriales que se tornan más bárbaros a fuerza de aplicación, ciencia, e incluso, religión.
Por desgracia, la historia del ser humano, que buscaba crear una civilización de progreso humano, se encontró desde sus inicios la réplica a sus avances de leyes represivas, religiosas y políticas, que desde sus leyes represoras y preceptos fanáticos, alentaban los fundamentalismos y con ellos las guerras y los genocidios, y conducen hoy a través de la civilización virtual a la uniformidad y destrucción del pensamiento, mientras imponen el silencio, la exclusión o la penalización de los disidentes y críticos.