Roberto Cataldi¹
Desde hace tiempo está de moda entre nosotros el uso del término «expertise», palabra de origen inglés que significaría «habilidad y conocimiento del experto». En el diccionario de la RAE no está registrada, pero equivaldría a «pericia» o «experiencia».
En nuestro idioma la pericia consiste en la sabiduría, la práctica, la habilidad en un tema y, la experiencia, en el conocimiento o habilidad que provee una práctica prolongada. De esta coincidencia conceptual entre ambos idiomas surge que el experto es alguien que tiene grandes conocimientos y habilidad en un tema o materia, en consecuencia su palabra se considera una palabra autorizada, que merecería crédito.
Aunque no faltan quienes señalan con acierto que ese principio de autoridad ya no funciona, al menos no como funcionaba en la época del anciano de la tribu, que se creía que sabía o veía más allá.
El problema hoy se presenta cuando la palabra del experto falla o no acierta y, advertimos diferentes interpretaciones, pues, para algunos no es más que el error humano, para otros una burda mentira, y no faltan los que consideran esta equivocación como un fracaso rotundo que desacredita la expertise. Bertrand Rusell decía que: «Aún cuando todos los expertos coincidan, pueden muy bien estar equivocados.»
En esta pandemia, los organismos internacionales, colmados de expertos, no han guardado cierta cautela con la información pública. Por otro lado existen presiones políticas, inocultables, que intentan desviar la mirada, bástenos lo sucedido con una institución de prestigio internacional como la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los errores hoy son de alcance público. Hay que sumar las opiniones de profesionales seducidos por su aparición frecuente en los medios y, asimismo medios cuyo único interés es el espectáculo que ofrece la polémica o incluso el escándalo. Sin olvidar los que se hacen pasar por expertos y en realidad son meros comentaristas, ya que a lo sumo pueden hablar de lo que han leído porque carecen de toda experiencia en la materia.
En fin, no hay duda que la situación es compleja, opera en amplios sectores de la población debilitando la confianza en los organismos técnicos, en la palabra de los expertos, a la vez que da cabida a supuestas conspiraciones y teorías descabelladas que generan confusión, que en ocasiones provienen desde lo alto del poder.
Un hecho curioso son las entrevistas a ciertos personajes mediáticos, tanto en los periódicos como en la televisión, quienes solo hablan de sus éxitos, e incluso lo hacen con tanto énfasis que despiertan la admiración de los lectores o los televidentes, cuando no la envidia de algunos, pero llama la atención que jamás mencionen sus fracasos. Daría la impresión que hablar de los propios fracasos sería motivo de vergüenza y, por otro lado, parece que hoy nadie quiere oír hablar de fracasos.
Pues bien, para aquellos que buscan una salida a la desventura está la literatura de autoayuda, que no deja de ser atrapante, al extremo que al finalizar la lectura uno ya se cree otro… Así opera el pensamiento mágico, que es ciego y poco realista, y tiene más adeptos de los que se supone.
Tampoco podemos ignorar que quienes creen que es cierto lo que le dicen, a menudo quieren que sea cierto… Una constatación de esto es la repercusión que produce en mucha gente las fake news. Y es sabido que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones o las creencias, fenómeno que desde hace tiempo está muy estudiado.
Claro que las emociones nos llevan a adoptar posiciones irracionales y a creer en algunos personajes o líderes que confunden visión con metas. Como ser, las promesas de los políticos, cuando aseguran que en su futura gestión el hambre desaparecerá o se alcanzará la meta de pobreza cero… Y claro, el votante que creyó esto a pie juntillas, exigirá que el supuesto estadista haga magia. En fin, todos tenemos deseos y también sesgos, lo importante es ser consciente de los mismos.
Una experta estadounidense en comunicación hablaba hace poco del creciente desdibujamiento de la línea que separa la política de los negocios, los medios y la celebridad. Cualquier observador advertirá que esto es cierto, y que el actual panorama mediático nos muestra éxitos individuales y fracasos colectivos.
En el abanico de las miradas expertas están los arqueólogos, cuya tarea es importantísima. No hace mucho se hallaron varias decenas de fragmentos de los Rollos del Mar Muerto que contendrían textos bíblicos de casi dos mil años. También en el Desierto de Judea habrían hallado una gran canasta con tapa que tendría más de diez mil años y sería la canasta más antigua que se conserva en el mundo. Recuerdo que conversando en Moscú con un experto que viene haciendo excavaciones en Oriente desde hace muchos años, me comentaba que los arqueólogos suelen llegar tarde, porque habitualmente se les adelantan los ladrones.
También entre las miradas expertas, hoy están en la cresta de la ola los economistas. Muchos expertos en economía ven a su disciplina como el único factor que promueve el desarrollo, cuando en realidad esto es un mito. Desde ya que nadie duda de la gran importancia de la economía, pero en la vida no todo es economía. Como ser, un país con fuertes estigmas de xenofobia o de racismo, por más PBI extraordinario que tenga no debería considerarse desarrollado, porque el desarrollo implica un conjunto de capacidades que superan ampliamente el poder económico.
Por otro lado, está bien que los expertos discutan entre ellos sus diferencias conceptuales o sus observaciones, pero deberían hacerlo en los lugares apropiados y no en la televisión, dando a veces la imagen de un espectáculo circense. Lo primero que se necesita es rigor intelectual, luego que la información sea veraz y adaptada al público en general, que no es experto en el tema. Creo que tiene que ver con el derecho a entender, por eso es inadmisible el empleo de un vocabulario técnico que la gente común desconoce, que no está obligada a conocer, incluso la emisión de un discurso que resulta oscuro o parece encriptado, el cual puede satisfacer la vanidad del experto pero que no le sirve a los destinatarios.
En conclusión, debemos prestarle atención a las explicaciones de los expertos y procurar entender, pero también debemos tener en claro que la mirada experta no es infalible. Además considero saludable evitar la tendencia creciente a dejar que otros piensen por nosotros.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)