La pechuga de la sardina, realismo español para asombrar al mundo

El lenguaje riquísimo, curiosa mezcla entre Carlos Arniches y Valle-Inclán, hace de La pechuga de la sardina un monumento al arte de los chulos y buscavidas del Madrid más canalla, y sólo por eso ya merece la pena seguirla en su totalidad aunque fuese sólo leída en voz alta.

cartel-La-pechuga-de-la-sardina La pechuga de la sardina, realismo español para asombrar al mundoVéase, si no, esta joya y dechado de ingenio patrio: “Échame un cable, Purita, que la espicho”, le pide con voz rota el borrachín a su exmujer para, una vez acogido en su seno y debidamente reconfortado, vaciarle el bolso.

Pero estamos en un gran teatro, nada menos que en el CDN – sala Francisco Nieva-, y ello trae consigo que el escenario se haya transformado en pensión fidedigna de la época de Lauro Olmo y el patio de butacas se haya adaptado para que todos, sentados alrededor de esa pensión-guarida madrileña, observemos a sus moradores como si fueran hormigas al microscopio y nosotros científicos sociales.

Un escenario de casa de muñecas donde no falta un detalle y donde, desde mucho antes de empezar, ya puede uno recrearse y soñar con todo lo que puede pasar allí, que es mucho: Pronto sabremos el sistema de fuerzas que rige y las zozobras en que se debate cada una de sus moradoras, pues la pensión es de señoritas, en su lucha por la vida.

Entre ellas y los que “bailan” alrededor -una danza más bien macabra- suman 12, de los cuales sólo 3 son hombres. ¡Y qué hombres! Merodeadores, chulos, difamadores todo en uno más los ausentes, que flotan en el aire protagonizando un abandono con el apelativo de cobardes.

Estamos ante un universo de mujeres para ver cómo era el mundo de la mujer a mediados del siglo XX y cómo era el hombre, qué significaba para la mujer el trato con él. Con excepcionales destellos de valentía como el de Concha, que se pagaban caro, el hombre tenía el poder absoluto de otorgar honra y placeres. Todo tenía que venir de él, que era el origen y fundamento de todo bien. La miseria moral y física estaba servida.

Sugiero, tal es el grado de fidelidad de lo que allí le ocurre a cada cual, que este escenario sea llevado a un Museo para que, tal como hacen en la National Gallery, expliquen a los visitantes y turistas la vida y costumbres de aquella España con sus recovecos burlones. Sería un éxito arrollador este acercamiento a una época.

Título: La pechuga de la sardina
Autor: Lauro Olmo
Reparto: (por orden alfabético)
Manuel Brun, Marta Calvó, Jesús Cisneros, Víctor Elías, María Garralón, Nuria Herrero, Marisol Membrillo, Cristina Palomo, Amparo Pamplona, Natalia Sánchez, Juan Carlos Talavera, Alejandra Torray
Dirección: Manuel Canseco
Escenografía: Paloma Canseco
Vestuario: José Miguel Ligero
Iluminación: Pedro Yagüe
Producción Centro Dramático Nacional
Espacio: Centro Dramático Nacional. Sala Francisco Nieva (Lavapiés)
Fecha: 15 de marzo de 2015 (hasta el 29 de marzo)

Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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