Fernando Iturribarría[1]
Han pasado cuarenta años. Una cuarentena en ayunas. Una cuaresma de abstinencia. Una dictadura, francamente. Anda que no ha llovido. Es como si fuera un sueño. De los mejores, de los de pellizcarse. Sí, fue real. Bueno, ¡¡¡Athletic!!!!
Yo estuve allí. Con todo Bilbao y los pueblos que lo rodean. Bizkaia entera y verdadera. Un fiestón, un pasote, una leyenda De contar a los hijos y los nietos. Batallitas de aitite para niños y niñas. La última gabarra. La penúltima, habrá que decir. Toco madera. Al palo y dentro. Bacalao. No seamos realistas, pidamos lo posible.
Ocurrió el 7 de mayo de 1984. Un lunes al sol. Un día para no andarse con brumas. Una cita primaveral con la gloria. Desde el Abra a San Antón. Hasta la esquina del escudo. Un córner a la altura del corazón. Un pálpito rojiblanco, una hemorragia de felicidad. El latido acelerado de una euforia colectiva. La taquicardia de la apoteosis. La comunión de un sentimiento. La victoria del romanticismo. El éxtasis de una filosofía envidiable. Una riada de orgullo bilbaíno. Dos copas y lo de estos.
Año triunfal del doblete. Triple corona, mejor dicho. Liga, Copa y Supercopa, por incomparecencia de nosotros mismos. El colofón del bienio mágico. El gentío fue superior al congregado por el título liguero de la temporada anterior. Un millón de forofos calcularon los cronistas a ojo de buen cubero. La ría estaba de bote en bote. Y de traineras, gasolinos, balandros, remolcadores, zodiacs, txintxorros y hasta algún pesquero. Una flota. Todas flotaban de satisfacción.
En las orillas no cabía un alfiler. Una marea humana inundó las márgenes. Una multitud coral de todas las edades y clases vitoreó a los supercampeones desde barandillas, mercantes, grúas, ventanas, balcones y azoteas. Un clamor popular al límite de la afonía meció la pontona hasta el mismo Bilbao. Un himno de alegría desbordante, la eterna canción del alirón. All iron. Todo hierro. Antes del titanio. Era pre-Guggenheim.
Aquella grandiosa embarcada clausuró una época. Minas, fábricas y astilleros. Hombres de hierro, nervios de acero, años de plomo. El crepúsculo rojiblanco de la Bizkaia obrera. Héroes locales a las órdenes del octavo apellido vasco. Para inclemente del fútbol papá. Leones desmelenados por el látigo febril de un entrenador fabril. Saludados con sus cascos por los trabajadores de Altos Hornos. Un frontón azul de buzos y monos reflejado en mi agüita amarilla de Bilbao.
El Nervión como metáfora. Cordón umbilical con la historia del Señorío. Surcado por la armada invencible nueve meses después de las devastadoras inundaciones de la gota fría. Reconciliación multitudinaria con la ría de toda la vida. Sestao, Lutxana, Elorrieta, Zorroza, Oleaga, la Ribera de Deusto, los muelles de Uribitarte y la Campa de los ingleses, donde el balón empezó a rodar. La despedida de una era mineral. Reconversión industrial, lucha de clases, paro. Gentes de principios, equipo de finales, Athlétic, termómetro anímico de un pueblo.
Fernando Iturribarría, periodista, ha cubierto durante años eventos deportivos mayores en todo el planeta y ha sido corresponsal en París del diario vasco El Correo durante más de tres décadas.