¿Hasta cuándo la farsa y la pasividad?
¿Hasta cuándo la corrupción en el lenguaje y en la vida?
Corrupción que no es sólo económica como hasta el hartazgo -así, a fuer de repetida días y meses se torna inane para el espectador-lector- sino también ideológica, cultural, social; hasta cuándo los personajes analfabetos y sus secuaces y lacayos; los burócratas y cansinos gritones o recitadores de frases estereotipadas, latiguillos repetidos una y mil veces con palabras vacías de contenido, hombres y mujeres que parecen haberse cosido un catecismo en la boca del que desprenden sus doctrinas; hasta cuándo quienes imitan las series televisivas como si la existencia fuese ya virtual y los problemas reales se convirtieran en espectáculos fabulados; hasta cuándo la verborrea de quienes no saben salir del círculo vicioso en que los encierra la llamada democracia…
Hitler. «Para captar la atención de las masas, la propaganda debe limitarse a un pequeño número de palabras y repetirlas constantemente… su acción debe apelar siempre al sentimiento y muy poco a la razón. Ninguna diversidad debe modificar el contenido».
Goebels. «La propaganda es el arte del argumento más simplista con un lenguaje popular… el arte de mentir siendo creíble es presentar los hechos siempre con apariencia de objetividad».
Los políticos han encontrado su Dios doctrinario y su profeta de la buena nueva en la televisión. Sus Apóstoles en los diversos medios de comunicación en los que aparecen a todas horas. Y a través de ellos las elecciones se transforman en un acto de consumo más. Y en nuestros días, como complemento, ese uso de las mínimas palabras a través de un móvil o tableta -creo que así se llama- que desbroza el camino hacia la no necesidad del lenguaje creador y reflexivo y a la extinción del pensamiento: en la última representación escénica del intento de investidura presidencial, y esto vale tanto para los que se denominan de derechas o de izquierdas, resultó cómico o patético, según se mire, ver como sus «ilustres señorías» más que atender a lo que allí se decía, si es que se decía algo en los discursos, se dedicaban a enviar mensajes simiescos cada cual a los «suyos».
Las redes de la ignorancia se inflamaron de placer ante la suprema muestra de «inteligencia» en estos «discursos» políticos o ideológicos. Claro que hace ya un siglo escribió Albert Einstein:
Para ser miembro irreprochable de un rebaño de ovejas, uno debe ser, por encima de todo, una oveja
.Ah, y esos conductores de programas en que la cuadrilla de políticos acude -los primeros espadas suelen actuar solos- a la reiterada exposición de rostros y figuras contumaces en su verborrea con cuidadas barbas o bien moduladas melenas sobre ojos movientes e irónicos y preguntas que no entran jamás en profundas interpelaciones sobe la miseria social, cultural, ideológica que envuelve su farsa de teatrillo publicitario en el que colaboran -¡Dios Santo, cuándo trabajan, si se encuentran en medios televisivos o radiofónicos mañana, tarde y noche!- directores de periódicos, otros que llaman politólogos, y los repetidores secundarios de los catecismos que les insuflan los rectores políticos de sus partidos… A veces incluso lo hacen en las tribunas improvisadas de la casa burocrática que responde al nombre de Parlamento o en la propia calle.
Las sonrisas. ¿Quiénes no sonríen en el cansino espectáculo de las fotos histéricas que han enterrado el diálogo, la controversia, quiènes no aplauden ante la turbamulta que levanta las manos y se aprietan en masas que, da igual, se congregan en un partido de fútbol, ante una bandera -cualquiera de ellas-, el líder político, hombre o mujer que ya parece figura del celuloide, o el recinto en que se contorsionan, saltan, aúllan aquellos que dicen ser músicos?
Porque la única batalla ideológica que ya se plantea en el plató de la representación es el bien asimilado ensayo de ver quién sonríe más, quién se muestra más simpático, atractivo, sea hombre o mujer, aunque como siempre no hay regla sin excepción, y ahí tenemos el caso más bien tragicómico de Rajoy, quien sin embargo es votado masivamente porque representa algo tan querido a decenas y decenas de miles de españoles: la corrupción.
Eso que llaman «la gente» o «la ciudadanía», carece ya de opinión propia. Son fieles de la religión que impregna su tiempo de ocio y que a su vez es programada y divulgada por los burócratas políticos invitados por los burócratas mediáticos, eso si, todos al servicio del gran Profeta y señor del tiempo, la Publicidad. Porque necesitan fieles mudos, pasivos como buenos consumidores, para conquistar el Poder, o al menos, vivir en la bien remunerada burocracia que conforma sus aledaños.
Ahora se habla de que el pueblo, o las otras acepciones, gente, ciudadanía -ésta es palabra que han descubierto no hace mucho y les llena a todos la boca, aunque cada vez que la pronuncian algunos vemos como sus labios, hermosos o draculescos, se metamorfosean en serpientes venenosas por su afán embaucador- se encuentra harto de los políticos. ¡Qué atroz mentira! Qué más quisiéramos algunos. En vez de cientos de miles celebrando fiestas nacionalistas, o agasajando a héroes deportivos o cinematográficos, o carroñas humanas falsificando la política en sus recintos sagrados, que su hartazgo les llevara a congregarse con antorchas en la mano ante los parlamentos para arrepentirse de los aplausos y votos que les han entregado…
Volvemos al hasta cuándo… los burócratas sindicales o políticos, que se dicen oposición, se mostrarán sumisos en sus formas y acciones, porque les pagan y al tiempo les atemorizan para que se olviden de palabras como lucha, revolución, crítica radical, utopía; hasta cuándo la farsa electoral y el acatamiento del Orden sacrosanto de la Iglesia, la Monarquía, la Justicia, la Banca, las leyes impuestas por los poderes multinacionales para incrementar la explotación económica y agostar las necesidades en la sanidad, la enseñanza, la vivienda, la cultura; hasta cuándo se mantendrán el conformismo, la hipocresía, la desigualdad, el reino de la mentira en el reino de la injusticia…