Juan Cuenca Tena tiene 90 años y muchas historias detrás de él. Es uno de esos extremeños, hombres del campo, que han trabajado siempre. Empezó a los seis años con su hermana Inés (quien tiene 92 años).
Llevaban al campo la piara que formaban los cerdos de todas y cada una de las familias del pueblo (Cañamero, comarca de Las Villuercas, Extremadura). Puede decirse que no había ninguna familia sin -al menos- uno, para hacer la matanza y poder alimentarse durante el año.
Los productos del cerdo son hoy un producto gastronómico. Hace décadas, para muchos eran algo más: una reserva alimentaria. Un seguro de vida.
A su muy temprana edad, Inés y Juan ya eran huérfanos de padre y cuidaban de unos animales que casi son un tótem de Extremadura.
«Por las mañanas, recorríamos el pueblo tocando un caracol para que la gente nos sacara los guarros. Después, con todos ellos, íbamos para abajo, por Vaciancha, alrededor de la ermita de Santa Ana, por las dehesas y hacia la carretera de Valdecaballeros. En verano, cuando el agua empezaba a escasear por las partes bajas del pueblo, los subíamos hacia el monte, a la zona del arroyo de Barbellío» (o Valvellido, arroyo afluente del río Ruecas, a su vez afluente del Guadiana).
– Había que tenerlos donde hubiera agua, precisa Juan.
Al atardecer, los dos hermanos regresaban de nuevo al origen con todos los cerdos que integraban aquella «piara del pueblo», según la llama Juan. En aquella época, según el testimonio de otro viejo cañamerano, a aquella piara colectiva se la denominaba en el dialecto extremeño local la porcá.
Al regreso, según iban haciendo el recorrido por las calles de Cañamero, cada animal se paraba delante de la puerta de su propia pocilga o de la puerta de la familia que fuera su propietaria.
Le preguntamos a Juan cuántos cochinos formaban aquella piara del pueblo.
– Unos quinientos, afirma él con seguridad.
Añade que nunca perdieron un animal. Jamás tuvo que lamentar el extravío de un solo miembro de la porcá.
– Únicamente perdimos uno una vez porque lo maté yo sin querer, dice Juan.
Aquel día, estaban por Barbellío. Para soportar los calores veraniegos, se habían preparado un pequeño sombrajo en el que él y su hermana se guarecían del calor mientras vigilaban a los cerdos.
– Yo estaba por la parte del molino de las Ulpianas para que no se fueran más abajo. Un guarro estaba empezando a hacer algo por la revuelta de la cerca de la Mora. Así que cogí una piedra mientras le llamaba. Con tan mala suerte que le acerté con la piedra en la mitad de la cabeza. Ya no se movió más. Allí se quedó. El dueño se llevó la mitad del guarro y nos dio la otra mitad a nosotros.
Para Juan y su hermana, el jornal estaba en función del número de animales que tuviera la piara en cada período. Una peseta al mes por cada cerdo que guardaran cada día ese mes. Después de que todos los miembros de la porcá acudieran y regresaran al sonido del caracol.
- Este artículo se publicó primero en la Revista de Cañamero (revista anual, número 3, del año 2020), que dirige Esteban Cortijo Parralejo.