La reconstrucción de la Argentina

Roberto Cataldi[1]

Días antes del ballotage, decía en este medio que el argentino estaba angustiado por la encerrona que armaron los políticos, donde la crisis, la decadencia y la debacle cultural se entrecruzan con la decepción y la incertidumbre.

También en La Nación comentaba que la Argentina no merece vivir esta pobreza orquestada, que no estamos condenados al eterno fracaso, y que la campaña del miedo era solo para mantener el statu quo, mientras en Clarín sostenía que el debate presidencial no había sido esclarecedor ya que no hubo una discusión de ideas y propuestas argumentadas, aunque sí distracciones que ignoraron los verdaderos problemas existenciales.

El peronismo se declaraba eufórico porque Massa había mostrado la seguridad de un político muy entrenado y daba por sentado que eso de por sí definiría el voto de los indecisos. Y fue así, pero en sentido contrario, pues, no pocos manifestaron que votaban a Milei porque demostró que no era un político…

Según informaciones periodísticas la campaña del miedo instrumentada desde el poder demandó el 1,5 del PBI, inaudito y perverso en un país con inflación récord y una abrumadora cantidad de pobres e indigentes. La propaganda del superministro dispendiaba los dineros de los contribuyentes y hasta las instituciones se embarcaban en un apoyo partidario que no correspondía con la función institucional.

Un abanico de prácticas reñidas con la ética pero que los punteros políticos manejan descaradamente para someter a amplios sectores vulnerables de la población, mientras la obscenidad de los corruptos continuaba como si viviesen en otro mundo (en realidad viven en otro mundo gracias a los dineros que obtienen del Estado).

Qué curioso, una dirigencia que desde hace décadas pregona «justicia social» pero hace ostentación de riqueza. Es obvio que para el núcleo duro de sus seguidores la corrupción está en los otros, y dentro de ese núcleo dogmático, muchos jóvenes fueron captados por el adoctrinamiento partidario, en desmedro de la cultura y la educación.

Bástenos el hecho de que a los que vivimos buena parte de la historia nos hablan de un «paraíso perdido» que jamás existió, de una felicidad que era obra del marketing o incluso nos discuten a los que vivimos los años setenta aquello que realmente sucedió cuando ellos no habían nacido. El adoctrinamiento partidario es una forma del lavado de cerebro.

Pues bien, nada de esto impidió el triunfo del outsider por abrumadora mayoría, a pesar de sus declaraciones desafortunadas y hasta peligrosas para un amplio sector del electorado acostumbrado a pensar con su propia cabeza y alejado de los enclaustramientos ideológicos.

En efecto, no recuerdo un cambio tan radical en la Argentina y, como dijo un periodista, fue un estallido sin estruendo que eligió al candidato más ruidoso. Está claro que no pocos políticos, analistas e intelectuales de nota no supieron tomarle el pulso a la realidad cotidiana de la calle, no advirtieron o subestimaron el «hartazgo» que cualquier observador detectaba en todas partes.

No fue el «que se vayan todos» de la crisis del 2001 que muchos jóvenes no vivieron, sin embargo esa consigna volvió a explotar pero silenciosamente en las urnas. Gran parte del electorado que terminó decidiéndose a último momento y definió la elección se arriesgó dándole la oportunidad a alguien que habla de cambio y que no es un político.

Milei es un fenómeno de época, como Perón lo fue en su momento y, su partido (quizá hoy el más poderoso de América Latina) terminó siendo una especie de franquicia (menemismo, dualismo, kichnerismo). Sin embargo, hay que reconocer que en estos días la palabra que más circuló fue: ¡Libertad! Y el ciudadanos de a pie no consideró si se trataba de alguien de derecha o de izquierda, pensó en un cambio profundo y apostó a quien no provenía de la política.

El peronismo nunca aceptó ser oposición y lo demostró. Perón desde el golpe de 1930 hasta que asumió legítimamente por las urnas en 1945 tuvo un pasado claramente golpista y antidemocrático, ésta no es una opinión, es una evidencia histórica que muchos omiten o desconocen. Recuerdo en los años setenta sus declaraciones en su exilio de Madrid que alentaban a la guerrilla, pero cuando retornó al poder con la legitimidad de las urnas advirtió que ya no la necesitaba.

Algunos hechos anecdóticos de estos días revelan la resistencia de ciertos sectores al cambio. Como ser, un personaje de la cultura se lamentó que no hubiese habido fraude, y recordé la época del «fraude patriótico» de la década de 1930 promovido por el conservadurismo, donde votaban hasta los muertos, ya que el pueblo no sabía votar y había que salvar la patria…Un reconocido sociólogo descartando de antemano el triunfo de Milei, prometía que si llegaba a ganar quemaría toda su producción literaria incluyendo su título de Harvard. El cura villero que tiene un comedor comunitario que dijo que los votantes de Milei mejor que no aparezcan por el comedor. Y así una cadena interminable de disparates que circulan en las redes sociales.

Los agoreros hablan de un salto al vacío y ya se programan paros, marchas, resistencia a sus medidas, pero el gobierno electo todavía no ha asumido, y lo que hará en los primeros cien días no lo sabemos. La pregunta clave: ¿lo dejará gobernar el entramado corporativo?

Un amplio sector de sus votantes ese domingo por la noche festejó el triunfo, lo hizo civilizadamente, sin agresiones y al terminar ellos mismos recogieron los desperdicios que produjeron en el espacio público, mientras otro sector mucho más amplió festejó en su casa la derrota. Los sorprendidos derrotados hablan de que correrá sangre y dicen que la sociedad saldrá a la calle, como si la sociedad ya no se hubiese expedido…

Es cierto que hoy lo primordial es la situación económica, pues, con este gobierno creció la pobreza y la indigencia como nunca se había visto, también la asfixia económica de la clase media que es el motor del país. Pero no habrá reconstrucción si de entrada no se ataca simultáneamente la corrupción estructural que goza de impunidad y a la que muchos ven como algo natural e inevitable.

Andrés Malamud dice que: «Milei no es antidemocrático sino antiestablishment, anticasta». Y la regresión autoritaria la veía más bien con Massa.

Lo cierto es que se avecinan días muy difíciles para la Argentina. Los sectores que gozan de privilegios consideran que son «derechos adquiridos». Mientras el periodismo militante (ampliamente beneficiado durante toda la gestión) habla de un «voto emocional», subestimando al abrumador electorado que dijo basta. Algunos llegan a confundir el odio con el hartazgo.

No tengo dudas que la Argentina necesita una clase dirigente que revele ejemplaridad. El tejido social está muy dañado y hay que apuntalar los principios y valores. El nuevo gobierno tendrá que actuar con pragmatismo, razonabilidad y firmeza frente a las extorsiones que inevitablemente será sometido. Y como decía Marco Aurelio: «El poder no corrompe a las personas, sino revela quiénes son realmente».

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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