La Revolución de los Claveles cumple años

Capitanes de ejército sorprendieron al mundo democratizando Portugal en abril de 1974

Mario A. Dujisin

El arcaico Portugal de hace cuatro décadas estaba casi totalmente aislado del mundo. Sus relaciones “normales” se limitaban a  algunos  países occidentales, dictaduras latinoamericanas y al “país hermano” Brasil.  Estados Unidos y los países miembros de la OTAN fingían que el régimen corporativista lusitano era una suerte de dictadura bondadosa.

Portugal, miembro fundador de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en cuyo territorio se halla el estratégico Archipiélago de Azores, era crucial en el diseño de la alianza para detener al comunismo en el mundo.

Para el dictador y fundador de “O Estado Novo” corporativista, el profesor de Finanzas Públicas de la Universidad de Coímbra Antonio de Oliveira Salazar (1889-1970), el atraso de Portugal  era una ventaja. Así podía gobernar con puño de hierro, al más puro estilo conservador y confesional-provinciano, como si se tratase del patio trasero de su casa de la aldea natal de Vimieiro de Santa Comba do Dão.

Criticado por toda la comunidad internacional por negarse a descolonizar, tal como lo estaban haciendo Bélgica, Francia, Holanda e Inglaterra, Salazar respondió con una consigna: “Orgullosamente solos” e hizo sobreponer todos los territorios coloniales en un mapa de Europa, publicando una ilustración que cubría todo el territorio del viejo continente, desde la costa Atlántica hasta la Rusia Central, con la leyenda de “Portugal no es pequeño, empieza en el Minho (extremo norte luso) y acaba en Timor”, en el Archipiélago indonesio.

La tozudez del sátrapa en mantener el vetusto imperio colonial, fue el principio del fin. Al régimen salazarista, la más larga dictadura europea en los últimos 200 años, se opuso un vasto movimiento no sólo en Portugal sino en todo el mundo democrático. Ese era el país que Marcello Caetano, el delfín del dictador, heredó de Salazar a fines de la década de 1960.

La Revolución está en la calle 

Todo comenzó a cambiar radicalmente a primeras horas de la madrugada del 25 de abril de 1974, cuando el joven capitán Fernando José Salgueiro Maia (1944-1992) destituyó a sus superiores del Regimiento de Caballería Mecanizada de la ciudad de Santarém y encabezando una larga columna de carros de combate, recorrió los 110 kilómetros que le separan de Lisboa.

Cuando los blindados de Salgueiro Maia ocuparon la plaza Terreiro do Paço, símbolo del poder ejercido con mano de hierro durante medio siglo en Portugal, comenzaba el golpe de Estado más singular de la historia: militares levantados en armas para imponer la democracia por la fuerza.

Los capitanes contaban con la colaboración de periodistas de la Radio Renascença, emisora de la Iglesia Católica, y de Radio Club Portugués que a las 03:00 de la madrugada, transmitieron “Grândola, Vila Morena”, una canción prohibida por el régimen, que era la contraseña para que los jóvenes oficiales tomaran el mando en las principales unidades militares del país, ofreciendo a los oficiales superiores la posibilidad a unírseles. Caso contrario, eran arrestados en los cuarteles.

Aquella madrugada de abril, los soldados partieron al combate con los ojos puestos en la paz. Fue el día más largo que vivió Portugal y el más corto para el dictador Marcello das Neves Caetano (1906-1980), despertado por su jefe de gabinete a las 05:00 horas de la madrugada  para comunicarle la noticia fatal: “la revolución está en la calle”.

Bastó sólo una mañana para que los 144 capitanes conspiradores del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) lograsen que el régimen de “O Estado Novo” corporativista, instaurado por Salazar tras el golpe militar de 1926, se desmoronase como un castillo de naipes.

Marcello Caetano, sucesor de Salazar desde 1969, y el decorativo presidente de la república, almirante Américo de Deus Rodrigues Thomaz, se rindieron poco después humillados ante el joven capitán Salgueiro Maia y el aun más joven teniente Alfredo Assunção, quienes les salvaron de la ira popular llevándolos al aeropuerto en un vehículo blindado, donde fueron embarcados para Brasil.

En las calles, la revolución se traducía en una constante ebullición. El nombre “Revolución de los Claveles” nació la propia mañana del 25 de abril de 1974, cuando un niño colocó un clavel rojo en el cañón del fusil de un soldado insurgente. En los años sucesivos, los alcaldes de ciudades, pueblos y aldeas ordenaron plantar claveles rojos en los viveros municipales, que eran ofrecidos como el símbolo de la Revolución.

En los días posteriores, continuó la fiesta total. No había muro sin consignas. Todo tipo de organizaciones de base discutían acaloradamente en las principales plazas de todas las ciudades y pueblos.

El 1º de mayo de 1974, marineros desfilan con banderas rojas y los soldados en las calles levantan los fusiles con claveles rojos en sus caños. En los meses que siguieron, muchos soldados se dejaron crecer el cabello y colocaron en sus boinas insignias del rostro del Che Guevara.

Libros y revistas prohibidas durante los 48 años de dictadura repletan los quioscos. Los espacios en los escaparates de las librerías y los programas en las salas de cine eran disputados entre el marxismo-leninismo y la pornografía. Portugal se movía entre Marx y una mujer desnuda.

“Saudades”

Es difícil recordar hoy la Revolución de los Claveles sin una profunda “saudade”, un vocablo portugués imposible traducir a otras lenguas, porque según el poeta Fernando Pessoa, “saudade no es una palabra, sino un estado de alma”, que en castellano solo puede interpretarse recurriendo a una explicación, que abarca la melancolía, la nostalgia y la añoranza, con esa sensación del lugar común de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Después de todos estos años, los “capitanes de abril” convertidos ahora generales, almirantes y coroneles, la mayoría de ellos en la reserva, entienden que en lo esencial, su programa fue cumplido. Portugal es hoy una democracia parlamentaria insertada en la Unión Europea (UE), lo cual le significó un desarrollo inmenso respecto de cuatro décadas atrás y Lisboa ya no es una odiada metrópoli colonial.

La calma en el debate político registrada en las primeras tres décadas de democracia fue inesperadamente quebrada en 2004 por el gobierno conservador del entonces primer ministro José Manuel  Durão Barroso, cuando decidió lanzar una campaña publicitaria subrayando que la efeméride debe celebrar no una revolución sino una evolución.

El exresponsable estudiantil del maoísta-estalinista Movimiento de Renovación del Partido del Proletariado/Partido Comunista Portugués-Marxista Leninista (MRPP/PCP-ML) que  presidía un gobierno conservador en el 30 aniversario de lo que él llamó Evolución,  destacó en su campaña que entre los grandes logros de Portugal en esas tres décadas hay que contar la proliferación de los teléfonos celulares móviles, canales de televisión por cable, autopistas y automóviles a buen precio.

Las reacciones no se hicieron esperar y se dio paso a una polémica de vastas proporciones que, contra lo esperado, no dividió al país entre izquierda y derecha sino entre dos bandos irreconciliables: los defensores de la memoria histórica, por un lado, y sus detractores, por el otro.

Con esta campaña, de norte al sur del país, el gobierno pareció optar por la fuga de la historia, empeñándose en el olvido, un hecho imperdonable en democracias adultas.

La génesis de esta ‘idea brillante’ fue la urgencia política, casi obsesiva, de colocar la historia en el sótano y optar por evocar otras épocas, de “las grandezas” coloniales, una idea mítica del imaginario de la derecha de un pasado remoto, con la reconstrucción bondadosa del imperio, el recuerdo a la gesta épica de los grandes navegantes y la marca de los presuntos errores de los “capitanes de abril” en el proceso de independencia de las colonias.

Según el catedrático Fernando Rosas, contrariamente al deseo de Durão Barroso y de muchos otros ex ultraizquierdistas hoy reciclados al fundamentalismo neoliberal, el 25 de abril de 1974 fue una Revolución con todas sus letras, es decir la ruptura ‘ilegal’ con el régimen en vigor y la inauguración de una nueva era política, con movimientos sociales masivos: el MFA fue un movimiento revolucionario armado, conducido por oficiales intermedios cansados de la guerra colonial y que, al triunfar, decapitó las jerarquías castrenses.

Portugal fue un modelo típico de transición por ruptura, o sea revolución, muy diferente al de España, donde hubo una transición por evolución, ya que se hizo con los propios dirigentes que venían de la dictadura (1939-1975) del generalísimo Francisco Franco.

No obstante, la derecha sigue ensayando este propósito ideológico de cortar la democracia portuguesa con su humus revolucionario con el propósito de apagar la revolución de la historia contemporánea lusa.

Todos los historiadores coinciden en que el 25 de abril de 1974 perdurará como una revolución, porque no hay que olvidar lo esencial: la derrota de la política de la guerra colonial, por los soldados y los capitanes, dispuestos a todo para satisfacer las exigencias de la inmensa mayoría de los portugueses de acabar con ella y dar las manos a los movimientos de liberación de las entonces colonias africanas.

La génesis del golpe

¿Cómo surgió este grupo de militares que realizó una acción exactamente en sentido contrario de lo que los militares habían hecho a través de toda la historia?

Las Fuerzas Armadas Portuguesas eran por naturaleza conservadoras, al igual que en el resto del mundo. Contaban con un alto mando orgulloso de las colonias, con una jerarquía de generales y almirantes que siempre fueron sólidos soportes del régimen salazarista y antes, de la monarquía imperial.

Es en el seno de esta institución,  en 1973 aparece un grupo de jóvenes capitanes, sin ligazón a ningún partido o movimiento político clandestino, decididos a avanzar hacia una arriesgada acción de liberación y de implantación de la democracia.

Su único propósito declarado desde la fundación del MFA, era “devolver el poder al pueblo”, sin que los militares pretendiesen conservarlo para ellos. A través de toda la historia, es posible a modo de excepción, encontrar militares demócratas que intentaron derribar dictaduras, pero no lograron vencer a la máquina represiva. En Portugal lo consiguieron sin eternizase en el poder.

Esta es una diferencia fundamental para corregir el error en que incurren muchas veces historiadores, analistas y periodistas, al comparar la Revolución de Abril portuguesa con algunos militares con inquietudes sociales con tendencias de izquierda que accedieron al poder en América Latina, pero que lo conservaron mientras pudieron.

No fue el caso en Portugal, donde el proceso siempre tuvo la marca de la generosidad y el desprendimiento del poder. El plazo de un año para celebrar elecciones fue escrupulosamente cumplido.

Tal como los demás ejércitos en el mundo, el sello conservador estaba patente en la institución. Fue esencialmente la guerra en los tres frentes de batallas en África, lo que indujo a los cuadros intermedios, que eran cruciales en toda la estructura de combate, a optar por las vías de hecho.

La guerra colonial se hacía fundamentalmente mediante la unidad de batalla: la compañía, al mando de un capitán, grado en el cual reposaba toda la responsabilidad operacional y logística de comando.

La prolongación de la guerra, que se había iniciado en 1961, lleva a los oficiales de ese grado a abrir los ojos para la realidad. Y no solo africana, sino también de lo que sucedía en la metrópoli.

En Lisboa, el régimen recibía de África una vasta información, proporcionada por la omnipotente y omnipresente Policía Internacional de Defensa del Estado /Dirección-General de Seguridad (PIDE/DGS), que tenía carta blanca para actuar no solo en el ámbito civil, sino también en el seno del Ejército Colonial durante la guerra. Una suerte de SS-Gestapo a la portuguesa.

A inicios de la década de 1970, la guerra africana comienza a crear problemas al poder y Caetano, al buscar soluciones, en el fondo creó nuevos embrollos.

Inicialmente, intentó aferrarse a una terminología de recurso mundial: “el enemigo externo” y los “terroristas”, grupos compuestos no solo por los combatientes de los movimientos independentistas, sino también por los opositores domésticos.

Como toda dictadura que pretende perpetuarse en el poder, Salazar y más tarde Caetano, bombardearon a la población con consignas de “combate victorioso contra los terroristas que masacran colonos portugueses”, intentado generar una gran voluntad nacional para “derrotar al terrorismo de ultramar”.

En esta encrucijada, las FFAA estaban cumpliendo su papel de institución armada, es decir, hacer la guerra decidida por el poder político, el que tozudamente, se negaba a aceptar una solución de compromiso para una salida “a la inglesa”, propuesta por los menos fundamentalistas del régimen, cuya idea era crear una suerte de Commonwealth inglés en versión y estilo lusitano.

El fantasma de la India, antesala del fin del régimen

Como la solución no apareció, entre los militares comenzó a reflotar el “fantasma de la India”, temiéndose un desenlace similar al ocurrido en diciembre de 1961 en Goa, capital del llamado Estado Portugués de la India (EPI), formado también por los enclaves de Diu, Damão, Dadra y Nagar Haveli.

En esa oportunidad, el gobernador del EPI, general Antonio Vassalo e Silva (1899-1985) ordenó la rendición de los 3000 militares portugueses que defendían las fronteras, cercadas por 40 000 soldados del ejército indio enviado por el entonces primer ministro, Jahawarlal Nehru.

Los ingleses se habían retirado 15 años antes de India. En cambio Salazar sostenía que Portugal no saldría de Asia, porque junto a Filipinas, era “el último farol del cristianismo en el oriente” y cuando la luz del Evangelio se vio amenazada por el poderoso Ejército de la Unión India, el sátrapa envió desde Lisboa un mensaje terminante al gobernador de Goa: “solo podrán regresar a la metrópoli portugueses muertos en combate o vencedores”.

Al caer la noche del 19 de diciembre de 1961, Vassalo e Silva entregó su sable al comandante de las fuerzas indias, mayor-general Kunhiraman Palat Candeth, con lo cual se estima que el gobernador salvó de una muerte segura a los soldados portugueses.

Acababa derrotado de esta manera, el primer país europeo que se instaló en Asia con la llegada del almirante Vasco da Gama en 1498 y que ahora se veía forzado a abandonar India de manera humillante.

Por orden de Salazar, al regresar a Lisboa Vassalo e Silva fue degradado y expulsado del Ejército. En 1974, el Consejo de la Revolución del MFA le restituyo el grado, al tiempo de aprobar una dura crítica al Estado Mayor por haber incurrido en inusuales ataques al honor del general.

Los capitanes en África, vislumbran una situación semejante y temían que nuevamente el régimen les usase como chivo expiatorio, argumentando que si se perdía la guerra, especialmente en Guinea –que en 1973 estuvo a punto de caer–, se debería a que los militares fueron cobardes, que no querían combatir.

Las sucesivas derrotas en Guinea, reveses en Angola y Mozambique y la posibilidad de un desastre militar global en África, unido a problemas de orden corporativos en escalafones y antigüedades, apresura la conspiración.

Entre julio y agosto de 1973, se reúnen en Bissau capitanes, mayores, tenientes y suboficiales, en especial sargentos, y se llega al rápido consenso de que las FFAA estaban desprestigiadas frente a la ciudadanía.

En las primeras reuniones, los jóvenes oficiales coordinados por el capitán Vasco Lourenço concuerdan en que la institución  castrense es vista como un sostén de un régimen opresor, que no encuentra soluciones políticas en África y aislado internacionalmente.

A partir de allí, todo comienza a ocurrir de manera vertiginosa. Se designa al capitán Lourenço y a los mayores  Otelo de Carvalho y  Vítor Alves como el trío coordinador de la conspiración.

Al primer grupo conspirador de los capitanes, en 1974 se comienzan a unir otros mayores y hasta un coronel, Vasco Gonçalves, quien más tarde sería primer ministro y dos tenientes coroneles, Franco Charais y Artur Batista. Las grandes banderas eran la democracia, la libertad y resolver el problema colonial.

A inicios de 1974, entre los que se unen a los capitanes, aparece el mayor de artillería Ernesto de Melo Antunes, cuyas conocidas dotes intelectuales, le hacen depositario de la confección del programa del MFA, fundamentalmente basado en las llamadas “tres D” : Democratizar, Desarrollar, Descolonizar.

Descolonización a marcha forzada

En África, los portugueses fueron los primeros en llegar y los últimos en salir. Una expansión colonial que comenzó entre 1330 y 1350, es decir, 162 años antes de la llegada de Cristóbal Colón a América. Pocos días después de la caída de la dictadura, el MFA comenzó el proceso de descolonización y en el plazo de un año se traspasó el poder a los movimientos de liberación de los países luso-africanos.

En Asia, trece años después de la derrota de Goa, fue finalmente reconocida por Lisboa la soberanía de Nueva Delhi tras cinco siglos de presencia portuguesa, se comenzaron a dar los primeros pasos para independencia de la colonia insular de Timor Oriental y para la devolución del enclave de Macao la “madre patria” China.

Sin embargo, las intenciones anticoloniales de los jóvenes capitanes se vieron truncadas por cruenta invasión de Indonesia a Timor, que dejó un saldo trágico de 210 000 muertos, un tercio de su población en 1975, el mayor genocidio del siglo XX en proporción a los habitantes de un país.

La entrega de Macao, que nunca fue una colonia lusa, sino “territorio chino bajo administración portuguesa”, por negativa de Pekín de aceptar su devolución en 1975, acabó por ocurrir tan solo en diciembre de 1999.

Con el retiro forzado por la comunidad internacional de las tropas de Yakarta en 2000 y reconocimiento de Naciones Unidas a la joven República Democrática de Timor Oriental, el 22 de mayo de 2002, se cerraron definitivamente las puertas del imperio, concluyendo también la presencia portuguesa de 504 años en Asia, donde al igual que en África, fueron los primeros en llegar.

Al triunfar la Revolución de los Capitanes, Portugal salía de una dictadura corporativista-colonial, condenada por Estados Unidos y la Unión Soviética, apoyados por sus respectivos aliados, así como por la totalidad del Movimiento de los No-Alineados. Era un país poco o nada conocido en el mundo. Explicar el proceso, que incluía una complicada descolonización, no era una tarea fácil. Mientras, a la población de Portugal, habituada a su sino de país periférico, le costaba convertirse de pronto en centro de atención mundial.

En la época, todos conocían la guerra de Vietnam, pero sólo los más ilustrados sabían que en las llamadas “Provincias do Ultramar”  existían teatros de guerra cruentos, hasta con uso de Napalm, en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, con un cuerpo expedicionario de 220.000 hombres.

Considerando que Estados Unidos tiene 33 veces la población de Portugal, en proporción a sus habitantes es como si el Pentágono hubiese destacado 7,2 millones de soldados a Vietnam en lugar del número máximo de 540 000 que envió a ese país asiático.

Entre fines de abril y comienzos de mayo de 1974, las hostilidades habían cesado en África. Comenzaba así el desmantelamiento del primer imperio colonial que dio la vuelta al mundo, desde Brasil hasta Timor y Macao.

La orden de cese de las hostilidades en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, los entonces tres teatros de guerra contra los movimientos de liberación, había sido dada por los capitanes el propio 25 de abril de 1974, pero las necesarias negociaciones para el traspaso del poder se prolongaron por más de un año.

¿Dónde estaba el poder real?

La gesta de los capitanes se traducía en el programa del MFA, que ponía punto final a la dictadura, un documento que sintetizaba en “Programa de las tres D”: Democratizar, Descolonizar y Desarrollar, en lugar de las tres “F” del salazarismo: Fútbol, Fado y Fátima. 

Para tranquilizar a la opinión pública más conservadora, no tanto en su sentido político, sino más bien dirigida a los sectores tradicionalistas, aprehensivos de que un puñado de jóvenes se hacía cargo del país, los capitanes recurrieron a dos generales de gran prestigio militar, llamados a retiro meses antes por haberse negado a jurar fidelidad en un homenaje público a Caetano.

De esta forma, el MFA designó presidente de la república al general Antonio Ribeiro de Spínola (1910-1996), exgobernador de Guinea Portuguesa, mientras delegó el poder castrense en el mariscal Francisco da Costa Gomes (1914-2001) como Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (CEMCFA), cargo que había ocupado y del que a inicios de ese año había sido destituido por Caetano.

En una jugada que se comprendió solo más tarde, Caetano aceptó entregar el poder sin ordenar resistir a la leal Guardia Nacional Republicana y a un regimiento de blindados de Lisboa, que le habían permanecido fieles, tan solo si el bastón de mando era recibido por Spínola, un militar conservador que dos meses antes había publicado el libro “Portugal y el Futuro”, donde cuestionaba la continuidad del régimen si este no se renovaba y buscaba una solución para las guerras en África.

En los últimos años de la dictadura de “O Estado Novo” corporativista, existían dos derechas militares.

La primera, fiel al régimen e incondicional en el proseguimiento de la guerra en África, partidarios de la ortodoxia imperial sin fisuras, cuyo exponente principal era el general Kaúlza Oliveira de Arriaga (1915-2004), ex comandante de las Fuerzas Terrestres de Mozambique, responsable por la utilización de NAPALM en esa entonces colonia africana del Océano Índico.

Sin embargo, no era leal sin reservas al régimen, ya que unos meses antes de la revolución de abril, intento aglutinar al sector más retrógrado de las fuerzas armadas con vistas a dar un golpe para sustituir a Caetano por alguien más duro. En mayo de 1974 el MFA lo mandó a la reserva, en septiembre fue arrestado y permaneció en prisión durante un año y medio.

La segunda, una derecha aparentemente “civilizada”, encabezada por Spinola y formada por altos oficiales que estaban contra la guerra y la dictadura corporativista-colonial, pero que no estaban dispuestos a empuñar las armas contra Caetano. Su acción se limitó a la publicación de “Portugal y el Futuro”, que causó algunas molestias en los círculos del poder.

En la noche del 25 de abril de 1974, se reunió la Junta de Salvación Nacional, de la que además de los generales de ejercito Costa Gomes y Spínola, era formada el brigadier del ejército Jaime Silvério Marques, el general de la Fuerza Aérea Manuel Diogo Neto, el coronel de la misma arma Carlos Galvão de Melo, mientras la marina estaba representada por el capitán de navío José Baptista Pinheiro de Azevedo y el capitán de fragata António D`Alva Rosa Coutinho, ambos ascendidos a almirante pocos días después.

Los capitanes no participaron en la reunión, ocupados de consolidar el poder en los cuarteles y en los puntos neurálgicos de las ciudades. La coordinación de las operaciones de todo el país y las entonces provincias de ultramar, procedía del puesto de comando de Pontinha, en Lisboa, a cargo del mayor Otelo Saraiva de Carvalho, que había ocupado el lugar inicialmente destinado a Vasco Lourenço, ya que al igual que Melo Antunes, había sido trasladado compulsivamente a Azores.

El poder real, estaba indudablemente en manos de los capitanes, secundados por mayores, tenientes y sargentos que ya llevaban cerca de un año conspirando contra “O Estado Novo”.

Entre los generales, Costa Gomes era el preferido de los capitanes, pero aun así, no fue nombrado presidente, sino Spínola. El poder real en 1974, era militar. Los jóvenes oficiales confiaban más en Costa Gomes que en Spinola a cargo de las FFAA y sabían que en la vorágine revolucionario-democrática, el cargo de Jefe del Estado sería efímero.

En la época, Vasco Lourenço hacía gala de su buen humor con una de sus frases favoritas: “Costa Gomes sabe más durmiendo que Spinola despierto”.

En efecto, tras ocupar el cargo entre abril y septiembre de 1974, Spinola fue sustituido por Costa Gomes, quien acumuló el cargo con el de comandante supremo de las FFAA.

En este cuadro de inestabilidad que se comienza a perfilar, la última palabra cabe al Consejo de la Revolución, formado por los militares más destacados de las tres ramas de las FFAA, donde todavía lograban coexistir en aceptable sintonía las tres principales tendencias de los uniformados: los que defendían una alianza privilegiada con los comunistas, los afines a los socialistas y a otros sectores llamados “moderados” de izquierda y los simpatizantes de la extrema izquierda, designados por “verdaderos M-L” (marxistas-leninistas).

Tras un período de euforia revolucionaria donde la unidad de los uniformados era la nota dominante, a partir de la dimisión forzada de Spinola en septiembre de 1974, se comienzan a verificar las primeras divisiones en el MFA.

Spinola pasó a la historia como una de las grandes figuras de la democracia portuguesa. Nada más alejado de la realidad. Como tampoco fue un gran comandante militar. Pese a que tenía seis años de edad más que Costa Gomes, nunca logró superar las estrellas de este último. En el ejército portugués, la antigüedad cuenta, pero los ascensos son fundamentalmente determinados por capacidades de los aspirantes al generalato.

Lo que sí Spinola dominaba a la perfección, era el arte de cultivar su imagen. En cada visita a las provincias de Guinea como gobernador de la colonia, enviaba anticipadamente camarógrafos y fotógrafos, que deberían tener todo listo para registrar la salida triunfal del general de su helicóptero, dando golpecitos con su fusta de oficial de caballería en el muslo, mientras ajustaba el monóculo que le caracterizaba.

El desenlace se produce el 11 de marzo de 1975, cuando Spinola debe huir a España en un helicóptero, tras haber fracasado su proyecto de dar un golpe de Estado clásico de derecha contra el MFA.

Vasco Lourenço siempre advirtió que para Spinola, el 25 de abril fue un proyecto de poder personal que intentó imponer a toda costa. La sucesión de intentos de golpe, provocó reacciones entre los militares demócratas que casi llevaron al fracaso la creación de un régimen democrático y estuvo a punto de estallar una guerra civil.

El grupo de oficiales leales al expresidente y exgobernador de Guinea, comienzan a actuar en la sombra. Las acciones de una red de militares de extrema derecha que se habían unido a Spinola en la colocación de explosivos contra las sedes de partidos de izquierda, causaron los únicos muertos del período revolucionario.

Portugal pagó mal a sus héroes

La inmensa mayoría de los dirigentes de la revolución que tuvieron una intervención destacada, acabaron su carrera con el grado de teniente-coronel o capitán de fragata. Los que llegaron a grados de general o almirante, se cuentan con los dedos de una mano.

El trío inicial que dirigía el MFA, Vítor Alves, Otelo de Carvalho y Vasco Lourenço, terminaron la carrera con ese grado. Melo Antunes, quien era el responsable del programa político, también terminó como teniente-coronel. Las promociones a coronel, vienen más tarde, cuando ya estaban en la reserva.

Los militares de abril, pese al disgusto por el desarrollo de varias situaciones de desilusión, no se arrepintieron. Continuaron creyendo que valió la pena la batalla por la libertad.

La mayoría de ellos, son activos participantes en diversos actos de la sociedad civil. En manifestaciones contra el modelo neoliberal, es frecuente ver a capitanes de abril desfilando con los líderes de los sindicatos.

La sección portuguesa de Amnistía Internacional, es presidida por el almirante en la reserva Manuel Martins Guerreiro, quien con grado de teniente primero y luego de capitán de fragata, hizo parte del Consejo de la Revolución del MFA.  La Asociación 25 de Abril, que congrega a los militares en la reserva y los pocos que aun están en el activo y que fueron figuras claves en la gesta de 1974,  participan en diversas actividades no proselitistas de la sociedad civil. Entre las que más se destacan “No borren  la memoria”, una asociación que nació en 2005 motivada por la exigencia de salvaguarda, investigación y difusión de la memoria de la resistencia antifascista.

El célebre escritor Antonio Lobo Antunes –eterno candidato al segundo premio Nobel del Literatura para un portugués luego de José Saramago–, sirvió como alférez en la guerra colonial bajo las órdenes de Melo Antunes y cultivo con él una gran amistad que nació en el norte de Angola. Al fallecer su amigo Ernesto, escribió un epitafio que también sintetizaba el sentir de los Capitanes de abril:

“Cuando Melo Antunes murió, viví en el funeral una de las situaciones más conmovedoras y emocionantes de mi vida. Estaban allí los muchachos que hicieron la revolución, aquellos bravos capitanes, compañeros de Ernesto, muchachos que ya tenían 60 años, que lloraban como niños. Hombres duros, que habían probado su enorme coraje, pero que lloraban desconsolados, porque no solo perdían a un amigo y un gran hombre. Perdían sobre todo un camarada. Era muy emocionante verlos tan desolados. Se lloraba la muerte de Ernesto, pero también se lloraba por muchas otras cosas, esas que no había sido posible que sucedieran”.

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