Globo de Oro a la mejor película extranjera de 2017 y Premio de interpretación femenina para Diane Kruger en el último Festival de Cannes[1], “En la sombra” («Aus dem nichts»), del realizador alemán de origen turco Fatih Akin (“Contra la pared”, “Cruzando el puente”, “Los sonidos de Estambul”) es la historia de una venganza contada en forma de drama psicológico y thriller judicial.
La vida de una Katja (Diane Kruger, “El caso Farewell”, “Un plan perfecto”, “The host”) se ve completamente truncada con la muerte de su marido y su hijo en un atentado xenófobo. La historia, escrita por el propio realizador y el abogado Hark Bohm, está inspirada en los asesinatos perpetrados en Alemania, entre los años 2000 y 2007, por el grupo neonazi Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU). Ambos autores estudiaron los casos y siguieron personalmente el desarrollo de los procesos.
La película nos cuenta un drama humano, la irrupción del horror en la intimidad de una persona, una mujer frágil y fuerte a la vez, que no solo tiene que enfrentarse a la tragedia y a la pena sino también al desarrollo de un proceso (el de los asesinos), en el que el abogado defensor expresa un discurso de odio y hace todo cuanto está en su mano para cambiar los papeles e intentar convertir a la víctima en culpable. Cuando el tribunal absuelve a los asesinos por falta de pruebas contundentes, cuando la justicia le defrauda, Katja opta por tomar el camino de la venganza personal, que incluye su propio sacrificio.
Como acompañamiento al drama personal, la realidad de la existencia de una sociedad multicultural, la que odian los neonazis, en la que se dan muchos momentos de falta de comunicación y de incomprensión, como se subraya en secuencias como las del funeral. Evidentemente no es solo una película de asesinatos y juicios, también tiene una intención política: la de denunciar el crecimiento de los grupos de extrema derecha en la Europa del siglo XXI.
Personalmente, me he sentido defraudada por el desenlace de la historia. Dividida en tres partes, mientras en las dos primeras –la tragedia y el juicio- todo está perfectamente claro y explicado, en la tercera los acontecimientos se precipitan, se montan unos sobre otros y en mi opinión se ha elegido un final estúpido, que lleva implícito un elogio de la violencia.
Ningún pero a la interpretación de Diane Kruger -y a su merecido premio en Cannes- que carga con todo el peso de una película que, a fuerza de esquematismos y de personajes y situaciones de una pieza, sin matices, escamotea el debate moral sobre la venganza (¿está justificada siempre?) y manipula las emociones del espectador.
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