De mi cartera
Hace exactamente dos semanas, los EE. UU. bombardearon el oeste de Mosul causando 230 víctimas, “la mayoría de las víctimas son mujeres y niños” (‘El Mundo’, 230317), del que nadie acusó la autoría y que los EE. UU. terminaron por reconocer. ¿Alguien ha visto fotos y vídeos de esta masacre? Yo no. Y agradecería los enlaces que se me pudieran proporcionar.
Dos semanas después de esos bombardeos, se produjo otro ataque con bombas químicas a Jan Shijún, nido de terroristas del ISIS y de los que la prensa occidental llama, con intolerable oxímoron, “terroristas moderados”, los opositores a Bashar al Assad. Éste, por el contrario, en el que las víctimas se evaluaron en un centenar de personas y de ellas, doce niños, ha generado una avalancha de vídeos y fotos comparable a la promoción de una superproducción hollywoodiense. En una fase de la guerra donde no hay periodistas que puedan proporcionar testimonios fiables.
Al mismo tiempo que los desgarradores testimonios gráficos, nos llegó la noticia de la autoría indubitada del ejército sirio. La fuente principal era la muy sospechosa organización Syrian Observatory for Human Rights, famosa por sus montajes desinformativos –como los mentirosos Cascos Blancos– y por su curiosa estructura: está radicada en… ¡el Reino Unido! Y constituida…, ¡por una sola persona! Y aunque tanto el gobierno sirio como sus aliados rusos han rechazado la autoría y a pesar que las NN. UU. han evitado pronunciarse y que los expertos que monitorizaron la destrucción del arsenal químico sirio han asegurado que la dictadura de Al Assad no tiene capacidad para fabricar armas como las empleadas, los gobiernos y los medios occidentales –en una proporción aún más densa que cuando las ‘armas de destrucción masiva’ que conducían a la guerra de Irak– no han dudado en achacar al dictador sirio el bombardeo y transmitírselo así a una opinión pública emocionalmente engrasada por el crudo material propagandístico generosamente servido 24 horas al día.
Sin solución de continuidad, como siguiendo fielmente la escaleta teatral predeterminada, Trump ordenó el bombardeo de la base aérea siria de Shayrat, la segunda más importante de la fuerza aérea de Al Assad, desde la que, dice la explicación estadounidense, partió el ataque de los bombarderos químicos… Curiosamente, tanto a los analistas como a la miríada de periodistas especialistas en Siria, se les ‘escapa’ que la operación de castigo a la aviación siria es, más bien, una operación de apoyo a los terroristas, ‘moderados’ y extremistas, pues el arma aérea sirio-rusa es la que está conduciéndoles a la derrota final.
No es extraño este desliz. Por lo que he visto y oído, el citado bombardeo norteamericano de Mosul de finales de marzo es como si no hubiera existido. Tampoco ha tenido eco la explicación sirio-rusa de que quizá los bombardeos sobre Jan Shijún alcanzaran algún depósito de armas químicas de unos u otros terroristas. ¿Qué cómo unos terroristas pueden tener unas armas que un estado, el sirio, no tiene capacidad de fabricar? Convendría no olvidar que en la Primera Guerra del Golfo, Sadam Husein destruyó poblaciones chiíes y kurdas, civiles e inocentes, en la guerra contra Irán con armas químicas norteamericanas para las que la empresa española Gamesa había proporcionado las carcasas de las bombas, como descubrió el gran reportero de ‘Interviú’ Rafael Gómez Parra.
La propaganda ha sustituido definitivamente a la información en la guerra de Siria, desde hace años. Las víctimas son, en primer lugar, esos niños utilizados para la propaganda y el interminable éxodo civil que son rechazados por los culpables de su expatriación. Pero también nosotros, ciudadanos de este Occidente que reparte culpas al dictado de consignas, mentiras y burdas cintas de vídeo…