Aunque parezca imposible, todavía hay programas culturales en TVE de alguna utilidad para quienes pretendemos estar informados de ese mundo en regresión. Es el caso de Página 2, que se emite los domingos a media tarde en La Dos, y nos permite en ocasiones descubrir a un autor y/o un libro de interés, digno de la difusión que ahora pretendo.
Antes incluso de terminar su lectura, me adelanto a recomedar el pequeño manifiesto de Nuccio Ordine, profesor de literatura italiana en la Universidad de Calabria, recientemente publicado por Acantilado, y que lleva por título La utilidad de lo inútil. Su precio no llega a diez euros, pero les aseguro que su valor es mucho mayor.
La entrevista difundida en Página 2 con el autor me dio la pista de este pequeño ensayo que considero imprescindible en los tiempos que corren, tan entregados a la lógica del beneficio y el utilitarismo, cuando estamos comprobando además que el fármaco de la dura austeridad -según sostiene Ordine-, en lugar de sanar al enfermo, lo está debilitando de manera inexorable, conduciendo a la clase media y a los más débiles a pagar las deudas contraídas por los estados y las empresas, hasta el punto de desposeer a la mayoría de la población de su dignidad. El derecho a tener derechos queda sometido a la hegemonía del mercado, con el riesgo de eliminar cualquiera forma de respeto por la persona, afirma el autor en la introducción de su libro.
La transformación del ser humano en mercancías y dinero ha dado vida a un monstruo, sin patria y sin piedad, que acabará negando también a las generaciones que vienen toda forma de esperanza. Es en este contexto donde la utilidad de los saberes inútiles se contrapone de modo radical a la realidad dominante. Nuccio Ordine recoge en su manifiesto citas y reflexiones coleccionadas durante su ejercicio profesional, que agrupa en tres partes: una primera dedicada a la útil inutilidad de la literatura; la segunda, consagrada a los efectos desastrosos producidos por la lógica del beneficio en el campo de la enseñanza, la investigación y otros tipos de actividades culturales, y la tercera que está dedicada a una relectura de los clásicos, con objeto de mostrar los efectos devastadores que sobre la dignitas hominis, el amor y la verdad tiene la carga ilusoria de la posesión.
El saber -señala el autor- constituye por sí mismo un obstáculo contra el delirio de omnipotencia del dinero y el utilitarismo. Todo puede comprarse, pero no el conocimiento. Para esto se requiere esfuerzo individual y una inagotable pasión. Solo el saber puede desafiar las leyes del mercado. Podemos poner en común nuestros conocimientos sin empobrecernos. Es más, tal como indicó Montaigne, con el conocimiento se da el caso de que quien da y quien recibe se enriquecen al mismo tiempo.
Un capítulo muy intereante del libro es el que Ordine dedica a los estudios universitarios bajo el epígrafe La universidad-empresa y los estudiantes-clientes. Denuncia el autor que casi todos los países europeos se decantan hacia el descenso de los niveles de exigencia y de programa para permitir que los estudiantes superen los exámenes con facilidad y así se gradúen en los plazos establecidos por la ley. Prima la quantitas sobre la qualitas porque los alumnos, más que tales, son clientes y los profesores ejercen de burócratas, olvidando que un buen profesor es sobre todo un infatigable estudiante.
Cuando la crisis atenaza a un país es más necesario que nunca que los fondos destinados al conocimiento y la investigación se incrementen para evitar que la sociedad caiga en el abismo de la ignorancia, hacia el que España camina por estar haciendo lo contrario. «Si solo se piensa en la vida material -dijo Victor Hugo- , ¿quién proveerá a encender antorchas para las mentes?» El autor también cita a Tocqueville y sus planteamientos sobre las bellezas fáciles y los peligros de las democracias comerciales, a propósito de su ensayo La democracia en América. Menciona el profesor italiano a Locke y a Gramsci, y señala la necesidad del estudio de las lenguas clásicas y el valor de la filología como defensa frente a una humanidad desmemoriada que perdería por entero el sentido de la propia identidad y de la propia historia.
Sabotear la cultura y la enseñanza significa sabotear el futuro de la humanidad, afirma el autor de La utilidad de lo inútil, que para abundar en su reflexión recurre a una frase muy simple inscrita en el tablón de anuncios de una biblioteca de manuscritos en un perdido oasis del Sahara: «El conocimiento es una riqueza que se puede transmitir sin empobrecerse». Es más, como quedó dicho según Montaigne, enriquece tanto a quien lo transmite como al que lo recibe. Se podría pensar, por lo tanto, que si la sociedad de los mercados que gobierna el mundo pretende reducir todos aquellos saberes que reportan conocimiento humanístico, su fin estaría en eliminar ese conocimiento, la única resistencia que se opone a las leyes de los mercados. Los políticos [en tanto que agentes de los mercados] matan la cultura -afirmó Ordine en la entrevista publicada por El Diario-, porque la desprecian, pero también porque le tienen miedo».
PS.- Complementa el libro un no menos enjundioso ensayo del pedagogo estadounidense Abraham Flexner (1866-1959) sobre «La utilidad de los conocimientos inútiles».