«El Todopoderoso le sacudió…
Y le entregó a manos de una Mujer…»
(Libro de Judith, Evangelios apócrifos)
Cuando Thomas, director de teatro, se dispone a regresar a casa tras pasar toda la jornada recibiendo aspirantes fallidas para interpretar a la protagonista de una obra, como una especie de vendaval aparece a la última candidata: se llama Vanda, llega tarde y representa lo que él más odia en una mujer, la vulgaridad. Pero también está decidida a no cejar en su empeño de lograr el papel.
Thomas accede a escucharla y asiste atónito al despliegue de atributos –físicos e intelectuales- de Vanda: se sabe la obra, entiende al personaje y lleva en su gran bolsa toda la ropa y los complementos necesarios para crearlo. Thomas va transformando poco a poco la atracción inicial en obsesión…
La última película de Roman Polanski, La Venus de las pieles, es la adaptación de una obra de teatro de David Ives que hizo furor en Broadway (y que Polanski ha hecho enteramente suya), basada a su vez en la novela erótica del mismo título, del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch (escrita en 1869), lo que convierte a la película –que se estrena en España el 31 de enero de 2014- en la última de las matrioskas que van saliendo del interior de la primera muñeca de madera.
El espectador observa durante algo más de hora y media a dos excelentes actores, Emmamuelle Seigner (Frenético, Lunas de hiel, En la casa) y Mathieu Amalric (de vocación realizador y autor de cinco largometrajes, actor en Diario de un seductor, Munich, María Antonieta, las aventuras de Adéle Blanc-Sec…), un hombre y una mujer encerrados en el recargado escenario de un viejo teatro parisino –como si se encontraran en una cárcel, como si hubieran caído en una trampa y les resultara imposible escapar- desafiándose continuamente, solos en la penumbra de las candilejas. Con el plus añadido de que Amalric es aquí un sosias casi perfecto de Polanski y Emmanuelle Seigner es la mujer del realizador en la vida real; de forma que ese mismo espectador tiene la sensación de estar asistiendo a algo así como un juego doméstico, a un desdoblamiento del creador que necesitara airear algunos de sus demonios y cadáveres (bastante exquisitos, ciertamente), a la metamorfosis del director de escena que va pasando por diferentes estadios hasta “la criatura híbrida” final que habría hecho sin duda “las delicias de Hitchcock: entre la señora Danvers de Rebecca y la patosa madre de Psicosis” (Pierre Murat, Télérama).
La Venus de las pieles es una historia de dominación, trufada de episodios que tienen muchas resonancias de la agitada vida de Polanski y que, de alguna manera, a los más antiguos del lugar nos devuelve a algunas escenas inolvidables de Cul-de-sac, el thriller que Polanski realizó en 1966, donde la espléndida pelirroja Françoise Dorléac maquillaba y travestía a Donald Pleasence, al que después abandonaba en una playa… Aquí, mientras Vanda va dejando paulatinamente de ser la mujer vulgar y pintada como una puerta del inicio para convertirse casi en una aristócrata victoriana, Thomas hace en paralelo su propia transformación en pobre hombre tembloroso dispuesto a cumplir el más ínfimo capricho del objeto de su deseo. Algo que cuadra muy bien con lo que esperamos en una película de Polanski. Habla también de la pérdida de identidad, del desdoblamiento y el intercambio de personalidades, claustrofobia, paranoia, esquizofrenia… Es una sátira del sadomasoquismo y una crítica del machismo.
Como escribió el crítico francés Bruno Icher en el diario Libération cuando La Venus de las pieles se presentó en el Festival de Cannes, “para Roman Polanski hacer una película es mucho más complicado que para otros cineastas contemporáneos. No es cuestión de encontrar financiación o un buen casting sino del espectador, que para él representa un problema. Cuando un hombre alcanza ese grado de notoriedad controvertida, cada frase, cada aparición y, con mayor razón, cada nueva película parece que a pesar de todo encierra un oscuro misterio que hay que desmenuzar, una ficción engañosa que esconde códigos secretos, susceptibles de desvelar alguna verdad. ¿Qué verdad? Nadie tiene ni la menor idea, pero así es la vida de Polanski”. Tiene razón: incluso inconscientemente, acudimos a las películas de Polanski buscando en ellas ese efecto perverso que han ido configurando en el tiempo antiguas historias (fundamentalmente el episodio con una menor en Estados Unidos) y otros rumores.
El mismo crítico facilita una lista casi completa de las referencias autobiográficas y los autohomenajes fílmicos que desfilan por La Venus de las pieles: aparte del increíble parecido del actor con el realizador y el hecho de que la actriz comparta con él su vida desde hace veinte años, así como las similitudes con Cul-de-sac, están “un batín de terciopelo de muy bien pudo figurar en el atrezzo de El baile de los vampiros, un vestido “de época” que podría haber cosido la modista de Tess, un cuchillo (¿en el agua?) Que podría haber sido un accesorio en Rosemary’s Baby o la secuencia de sadomasoquismo que recuerda en su desenlace el patético travestismo del propio Polanski en Le Locataire (El quimérico inquilino)”.
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