Deberé seguir prestando mis servicios en la nave durante algo más de un año, luego llegará la retirada que sinceramente voy deseando y necesitando después de más de cuarenta años de servicio. Sin prisa voy revisando mis papeles que he ido acumulando durante tantos años.
Me encuentro con relatos, artículos, la lista de reproducción de YouTube[1] que he ido elaborando, y notas que fui escribiendo, y releo…
No es fácil hablar de una persona a la que has admirado en la distancia y en el tiempo. En la lejanía de no conocerle personalmente, y en el transcurso de una vida, desde la adolescencia hasta ahora.
Los recuerdos de juventud van asociados a un grupo de cristianos de base del que formábamos parte. Después del Concilio Vaticano Segundo, algunos sectores eclesiásticos quisieron ser una iglesia cercana, crítica, solidaria, alegre, reivindicativa; muchos de esos valores se vinieron conmigo, pero la fe la dejé por el camino.
Las reuniones, los fuegos de campamento, las acampadas acababan, inexorablemente, alrededor de las guitarras con las canciones de cantautores y grupos de aquella época, pero las últimas que cantábamos solían ser de José Antonio Labordeta, sobre todo con dos de sus canciones.
Le recuerdo de aquellos tiempos, como le he visto siempre, con su inmenso bigote, su gran cabeza de filósofo griego, la frente, calva en realidad, despejada para que broten libremente sus canciones, sus poemas, sus discursos. Su mirada franca y profunda que te escruta para finalmente abrazarte.
De los miedos políticos de los que veníamos me sorprendía que alguien, en los últimos años del franquismo, hubiese sido capaz de liberarse de ellos y escribir algo tan hermoso como su Canto a la libertad. Todavía recuerdo, mientras la cantábamos, mirar de reojo alrededor por temor a que hubiese algún policía de los de entonces.
Aún hoy se me eriza la piel con esa canción, «Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad», ¡sí señor, viva la esperanza, viva la utopía!
Nos despedíamos arremojándonos «la tripa que ya llega la calor» una canción festiva por su melodía pero que relataba el hecho triste de la despoblación de los pueblos aragoneses. Aragón, siempre presente en su obra, siempre defensor de su tierra, de su gente.
La última vez que le vi fue en televisión mientras varios ministros le entregaban la gran orden de no sé qué, le recordé como él cantaba en Ya ves, «Recuérdame / como un árbol batido / como un pájaro herido / como un hombre sin más».
Sin embargo, no era un hombre sin más. Era un hombre bueno, ya saben, acudía a su trabajo, y lo hacía muy bien, siendo profesor, poeta, cantautor, actor o guionista, o al fin, político.
Un político de izquierdas honesto y consecuente, un político que, en estos tiempos de corrupción, «con su dinero paga el traje que le cubre y la mansión que habita, el pan que le alimenta y el lecho donde yace» que diría otro hombre bueno.
Un político que, en estos tiempos de abandono de ideales, siempre se mantuvo en su sitio, en sus convicciones, siempre al lado de los más débiles, siempre respetuoso y educado con los que no pensaban como él pero contundente en el discurso, culto y sentido. Y si había que mandar a la mierda a alguien, se le manda, qué ya está bien!
Quizás porque me autocensuro, quizás por el miedo atávico que le tengo a determinados poderes, admiro a la gente que, como Labordeta, era capaz de, contra viento y marea, decir lo que piensa, la gente que es capaz de ejercer su condición de ciudadano, de ejercer su derecho inalienable a libertad de expresión, de arremeter contra tirios y troyanos, sin más interés que el bien común, de un mundo de justicia e igualdad.
Un hombre que es capaz de gritar en Somos, con ese vozarrón impresionante, a los cuatro vientos, que «hemos atravesado el tiempo / dejando en los secanos / nuestra lucha total. Vamos/ a hacer con el futuro / un canto a la esperanza / y poder encontrar / viejos / cubiertos con las manos / los rostros y los labios / que sueñan libertad».
A la gente de Zaragoza, le preguntaban a quién elegirían para irse de cañas, la respuesta durante mucho tiempo fue la misma, a Labordeta. Es normal, escuchen A callejear o póngalo en youtube, váyanse con él y entenderán el porqué…«A callejear que la calle es tuya y de nadie más… mansamente te diriges a la plaza Santa Cruz a tomarte un buen vermù, con los amigos más locos, que hablan del mundo nefasto con mucha risa y salud».
José Antonio Labordeta murió en 2010, «Adiós a los que se quedan, y a los que se van también»
Canciones citadas en el archivo de youtube