Landa, un tipo de andar por casa

Que racha de pérdidas que llevamos en poquísimo tiempo de los que siempre se quedan, nada más cierto que lo que dijo una vez Julio Iglesias cantando, ‘las obras quedan los hombres se van’.

Anoche en el reportaje de TVE1, de todo lo que dijo me encantó su reivindicación del ‘landismo’ en entrevista con Pedro Ruiz. ‘Vamos a ver, ¿ha habido algún perezismo, gomecismo etc? ¡No! Solo landismo”. Marca carácter. Algunos cuando se ponen exquisitos denostan la fase landista de Alfredo. Como si quisieran ignorar que el landismo representa un carácter muy mayoritario en España, es el día a día del hombre medio, reprimido centenario por los usos y costumbres de este país, al que muchos aún se agarran pese a los cambios. De eso estaba Landa muy consciente cuando presumía del ‘landismo’. El Manolo de Manolo, la nuit es tan representativo de lo cotidiano como el Paco el Bajo de Los santos inocentes, como el gasolinero de Lleno por favor o el gay vecino del quinto. En realidad todos ellos son cervantinos, o son quijotes o son sanchos, representación universal de dos tipos eternamente vigentes. Y eso, Alfredo, lo fue hasta en su vida real. Un tipo tan premiado en España y fuera de España, -premios ACE de Nueva York, Cannes- Círculo de Escritores Cinematográficos, TP de Oro, Unión de Actores, tres Goyas, Medalla de Bellas Artes, que siguió siendo hasta ayer ese tipo entrañable de andar por casa, que es la mayor de las grandezas.

Anoche  se hablaba sobre todo de sus grandes premios. Es cierto que su filmografía es tan extensa que en el reportaje de su obituario hay que ceñirse a lo que traspasó fronteras. Pero puestos a seguir en la línea del reflejo social, no puedo por menos de citar uno de sus muchos Garci, Las verdes praderas, el hombre de la transición, de currito a ejecutivo que cuando cree haber alcanzado el sueño de su vida, esta vida se le viene abajo, pierde trabajo, mujer e hijos, adios estatus tan arduamente conseguido. Y  cuando la realidad se impone, cuando se da cuenta del gran absurdo de su vida, tiene esa reacción grandiosa y madura, quema el símbolo de todos sus esfuerzos ahora en la nada: el chalet de la sierra. Y contempla como el fuego se lleva lo que ya no tiene sentido para él, tranquilamente.  Otra más que considero en la misma línea, la Tata mía de Borau, profunda, reveladora de traumas infantiles familiares y real, muy real por mucho que esté dentro de un armario.  Y también, en el terreno de lo lírico, dramático y fruto de un sueño que pudo haber sido, La luz prodigiosa, historia de un deseo, de un García Lorca que no murió, pero quedó amnésico de por vida. Por ahí también va ese Bosque animado, gran novela de Fernández Flórez y gran película de J.L. Cuerda, con sus fantasmas, santas compañas y tipos de la Galicia profunda, tan real, tan reflejo de una sociedad llena de pobreza, poesía y esperanzas.

Fue el intérprete en todos los soportes, teatro, cine, TV, de la deliciosa Ninette, que ya tuvo su remake cinematográfico con otro de mis iconos, Carlos Hipólito.

Por ahí podríamos seguir ad infinitum, rememorando trabajos de ese genial tipo de andar por casa, tan cercano, tan cotidiano, casi siempre reflejo de una idiosincrasia española que sigue ahí a pesar de los cambios.

Te vas pero no te vas. Las obras quedan.

 

Teresa Fernandez Herrera
Algunas cosas que he aprendido a lo largo de mi vida. Soy Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, master en Psicología del Deporte por la UAM, diplomada en Empresas y Actividades Turísticas, conocedora de la Filosofía Védica. Responsable de Comunicación y Medios en Madrid de la ONG Internacional con base en India, Abrazando al Mundo. Miembro de la British Association of Freelance Writers. Certificada en Diseño de Permacultura. Trainer de Dragon Dreaming, metodología holística para el crecimiento personal, grupal y comunitario en el amor a la Tierra. Colaboradora en Periodistas-es y en las revistas Natural, Verdemente, The Ecologist para España y América Latina. Profesora de inglés avanzado.

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