Nacieron como movimiento hace un par de años en la Puerta del Sol madrileña, y durante este corto período de tiempo han pasado muchas cosas. En primer lugar, que partiendo de la nada han obtenido un excelente resultado en las últimas elecciones generales.
Unido a todo ello, pasaron de defender la revolución bolivariana de Hugo Chávez a identificarse con la socialdemocracia de Olof Palme, en un travestismo político de olfato agudizado. Se negaban en un principio a pagar la deuda externa, mientras tenían como ídolo político al partido griego Syriza hasta que el país heleno fue a la quiebra.
Hoy cuentan con 69 diputados en convergencia y unión con otras fuerzas, y han entrado en el Congreso de los Diputados, siendo la tercera fuerza política.
Estamos hablando de Podemos, el partido de Pablo Iglesias, quien junto a un grupo de profesores universitarios, sector ciencias políticas, fue uno de los padres de la criatura. Tal vez por ello se mueven como pez en el agua en este ambiente, están presentes en las redes sociales, que dominan, sabedores de su poder, y en los medios de comunicación, por lo que no es de extrañar que a veces sus intervenciones sean dignas de platós de televisión al uso. La exhibición en el hemiciclo de un niño de pecho de la diputada de Podemos Carolina Bescansa el día de la toma de posesión de acta de diputada y el beso en la boca de Pablo Iglesias a uno de sus correligionarios durante el debate de investidura son solamente dos ejemplos de lo antedicho. Todo sea por la imagen.
Pero a la altura de estos días parece ser que las aguas bajan revueltas en el río podemita, donde convergen varias corrientes. La formación morada tiene problemas y desencuentros entre otros lugares en La Rioja, Cataluña, Aragón y, sobre todo, en Madrid, donde nueve cargos de su consejo ciudadano presentaban hace dos días su dimisión, tras haberlo hecho el secretario de Organización, Emilio Delgado, encuadrado en lo que parece ser el llamado sector Íñigo Errejón, para contraponerlo al de Pablo Iglesias.
Pablistas y errejonistas velan sus armas dialécticas a la espera de lo que pueda pasar en los próximos días, siendo conscientes, como son, de la marea de fondo. Lo curioso del caso es que cuando estas cosas han sucedido en otros partidos, como pueden ser PP, PSOE, o la antigua UPyD, se han denominado como crisis interna de estos partidos, mientras que en Podemos, y según la portavoz de dicho partido, Irene Montero, estos hechos no son crisis interna, sino el debate más abierto, la “feminización” del partido, según sus palabras. Tal vez por “feminización” se entienda la llamada al sentido común que ha hecho en varias ocasiones la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, diciendo que en el tema de los pactos parecen niños jugando a los cromos.
Una vez más, y como no podía ser de otra manera, la culpa la ha tenido el mensajero, al que en tantas ocasiones se ha querido matar. En esta ocasión ha sido el número dos del Partido, Íñigo Errejón, el que ha echado la culpa a El País y al Grupo PRISA de lo que consideran infundios. Pero la procesión va por dentro, y Podemos deberá saber qué rumbo tomar en un próximo futuro, teniendo en cuenta hechos como que de Compromís se han marchado varios diputados de la disciplina podemita y actúan por su cuenta; las mareas gallegas quieren tener identidad propia, mientras los catalanes de En Comu Podem están dando los primeros pasos para convertirse en un partido con identidad propia, independiente de la casa matriz nacida en la Puerta del Sol.
Otro de los responsables de lo que llaman infundios, según fuentes de Podemos, es el Partido Socialista Obrero Español, “y alrededores”, así como el expresidente Felipe González, político este último por el que sienten verdadera animadversión, poniéndolo de manifiesto en cada ocasión. Pero no se trata de matar al mensajero, sino de tener los pies en la tierra, ver la realidad de las cosas, más allá de que quieran conquistar el cielo. Porque el cielo puede esperar, pero el día a día se llama convivencia.