Se desliza suavemente el tiempo entre las palabras de una novela de James Salter, esquía sobre todo cuanto hay, en el existir decidido y apesadumbrado, en el corriente recorrido de las almas y sus manos y sus cuellos y sus espaldas para el goce y el esfuerzo.
Lees lo que dicen esas frases elásticamente detenidas en el lugar conveniente, posadas ahí por un impresor para ti, elegidas para ti, dispuestas una tras otra, en ese orden elemental, para tus ojos, tus sentimientos, tu cerebro de artísticas dimensiones, exacto y suficiente.
Es imposible, innecesario, que sepas cuál ha sido el sortilegio que llevó todos aquellos párrafos desde su sencilla inexistencia hasta tu hambre lectora a través de la imaginación y el pulso de un escritor, desde el silencio de la nada hasta el silencio de tu mente dispuesta.
Escuchas hipnóticamente la música de Jon Boden y sus Reyes del Residuo, ese deslumbrante caminar a lo largo de un sendero iluminado por la dulce pasividad de la inercia, y puedes pensar brevemente en ti como una singular hebra de asombrosa majestuosidad, una parte distinguible de lo absoluto, un bailaor de cada carnaval continuo, de esa fiesta difusa que pareciera ser la vida cuando leemos lo que escriben personas como Joyce Carol Oates, Ian McEwan, Luis Landero, cuando escuchamos los sonidos educados que nos proponen Van Morrison, Bonnie ‘Prince’ Billy o FKA twigs, gente así, pequeños pintores enormes del silencio.
Leo la música que suena para mí en el interior de mi necesidad, oigo ese batir de alas de la literatura exclusiva, democrática, la de las palabras como canciones de enorme pequeñez y alarma sublime. Todo cuanto me llama la atención sale de la realidad y es la realidad, muchas novelas, muchísimos discos, personajes inventados que bailan conmovidos sin que sepan que me conmueve saberlos tan verdaderos, tan heroicamente infantiles.
Stoner tendría que poder portar el amable estandarte de una canción de Bob Dylan antes de que Dylan se desvanezca en la noche eterna del ama humana.
Paul McCartney debería protagonizar una novela de Nick Hornby antes de que Hornby decida dejar de escribirme libros a mí.
En ocasiones escucho las canciones que las novelas han olvidado incluir en medio del viento que azota suavemente la separación blanca de sus palabras.