¡ Las disculpas y la terminal !

Dentro de la amplia gama de dudas lingüísticas hay unas que son de fácil solución, para lo cual solo será necesario un poco de sentido común; pero hay unas cuantas que han dado pie a polémicas que se han mantenido y se mantendrán, pues muchos no han querido entender que para hablar bien y escribir de mejor manera, no hace falta ser miembro de la Real Academia Española.

Son palabras y expresiones de uso frecuente en los medios de comunicación y en el habla cotidiana, que se han convertido en el dolor de un sinnúmero de redactores y locutores.

Unas son incorrectas y otras no lo son; pero sucede que muchos «espontáneos del lenguaje» se han ocupado de cuestionarlas, sin el conocimiento que les permita un argumento sólido. Esa especie de «terrorismo lingüístico» ha hecho que una considerable cantidad de periodistas, locutores, publicistas, educadores y gente del común se eximan de usarlas, pues temen ser zaheridos por aquellos que les gusta encontrar errores en donde no los hay.

En muchas ocasiones me han sindicado de ser un «buscador de errores», lo cual no es cierto. En mi condición de aficionado del buen decir, mi obligación moral es advertir sobre cualquier situación anómala, y dar el argumento con el que pueda aclararse una duda y erradicarse un vicio; pero de allí a que padezca un síndrome, hay un abismo.

La reina de esas expresiones, por lo menos en Venezuela, es el bendito vaso de agua, que ha dado pie para que muchos sabidillos del idioma se hayan empeñado en cuestionar y desterrar, pues según ellos, es un exabrupto, una falta de formación, de educación, un «tierruismo», que se diga vaso de agua, pues estos no están hechos de agua, y hasta se regocijan y se burlan cuando alguien utiliza la mencionada frase. De este tema he escrito en muchas ocasiones, por lo que por ahora solo les diré que un vaso de agua es tan apropiado como un vaso con agua; pero son diferentes.

Dentro de ese amplio espectro de impropiedades y de otras que no lo son, están las disculpas y la terminal. De la primera perdí la cuenta de las veces que he escrito, tanto en este medio, como en otros, amén de comentarios informales en tertulias, en radio y en televisión. Los que se ruborizan cuando se dice que la empresa tal pide disculpas por las molestias que pudiera ocasionar, ignoran que las disculpas llevan implícita una noción de petición.

Si alguien dice, por ejemplo: «Discúlpame, no fue intención», está pidiendo, no ofreciendo. El vocablo discúlpame está compuesto por el prefijo de negación «dis» y el verbo culpar, cuyo sentido es: «quítame la culpa». Ahora, ¿cómo es eso que las disculpas no se piden? Sería sumamente interesante y provechoso que los que le niegan validez a la petición de disculpas, mostraran un argumento sólido y convincente, pues de lo contrario su parecer no sería más que un necio empeño en hablar de lo que no saben.

Si yo ofendo o le causo un daño a alguien, lo lógico, lo decente, lo cortés y caballeroso sería que le pida disculpas, para lo cual le daría las razones de mi comportamiento, con el deseo de que el ofendido sopese la posibilidad de darme las disculpas que le solicito, que le pido, al decirle discúlpame. Si se analiza esta situación, podría colegirse que las disculpas son un camino de doble circulación, en el que siempre habrá alguien que las pida y otro que las dé.

En cuanto a la terminal, sucede algo parecido, pues algunos que se creen catedráticos del idioma español, se escandalizan cuando el común de los mortales dice el terminal, para referirse al sitio al que llegan y salen de manera regular transportes de pasajeros.

La frase original es la estación terminal; pero por esa facilidad con la que en este idioma un adjetivo se convierte en sustantivo, es común y corriente, además de correcto, hablar de «el terminal», pues así lo ha consagrado el uso, sin importar si es terrestre, aéreo o marítimo, lo cual no implica que lo otro sea incorrecto.

Ahora, alguien que se esmere y se precie de hablar bien y escribir de la mejor manera, para ser fiel a su propósito, debería decir la estación terminal y no solo la terminal; pero deberá tomar en cuenta que en una sociedad en la que mayoría dice el terminal y no la terminal, sería algo afectado, melindroso y que pudiera dársele interpretaciones malintencionadas. ¡Usted decide!

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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