Este 23 de julio se celebró el Día de Ballenas y Delfines dos de mis animales favoritos.
Fue instaurado desde 1986, cuando la Comisión Ballenera Internacional (CBI) decidió proclamarlo como Día Mundial Contra la Caza de Ballenas para difundir la belleza e importancia de estos animales marinos y frenar su asesinato.
Pero han transcurrido 38 años y países como Japón, Islandia y Noruega persisten en matarlos.
Japón asegura que los caza con fines científicos, pero no ha podido probarlo y hay en cambio videos de barcos japoneses masacrando en alta mar bancos de delfines, y los pescadores de Tiji cometen anualmente y sin piedad su famosa matanza de estos seres alegres y curiosos.
Islandia permitió este año, a una sola empresa, cazar 128 ballenas sin piedad alguna por el inmenso dolor que les causan, porque agonizan durante horas.
Los primeros intentos para controlar su caza se hicieron antes de la Segunda Guerra Mundial y fue por el puro interés de los comerciantes, porque al disminuir su número peligraba su negocio.
Y no fue hasta 1972 cuando en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, se vetó su caza durante diez años.
Como sirvió de poco, en 1986 la Comisión Ballenera Internacional la prohibió sin poner plazos; prohibición que, repito, violan Japón, Islandia y Noruega, cuyos dirigentes seguramente no han pasado por la maravillosa experiencia de ver ballenas y oírlas cantar.
La he tenido en los mexicanos Acapulco, Cabo San Lucas, Mar de Cortés, la argentina Península de Valdés y la chilena Valdivia; donde decenas de delfines recibieron con aplausos a dos o tres ballenas que al llegar a la bahía cantaban y saltaban.
Y hay pocas situaciones comparables, a nadar entre delfines o subirse en sus lomos dejándose llevar por ellos.
¿Sabían ustedes que las mamás delfines hablan chiqueadito a sus crías?
Lo afirma una investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences que asienta que las hembras de los delfines nariz de botella, cambian de tono al comunicarse con sus bebés.
Cualquier persona advierte cuando alguien está hablando con un bebé, y las madres delfines utilizan al dirigirse a los suyos, un lenguaje de tonos agudos.
Los investigadores grabaron los «silbidos distintivos» de diecinueve madres delfines cuando nadaban la península de Saratosa de Florida, con sus crías o con otros adultos.
Estos silbidos son señales únicas que equivalen a sus firmas y usan para informar al resto «aquí ando, aquí ando», señaló la coautora del estudio Laela Sayigh, bióloga marina de la Institución Oceanográfica Woods Hole de Massachusetts, quien agregó que cuando se dirigen a sus crías los silbidos son más agudos y mayor el rango de tonos.
Y el biólogo Peter Tyack, de la universidad escocesa St. Andrews y coautor del estudio, explicó que duró más de treinta años se colocaron micrófonos especiales a esas madres delfines.
«Se trata de información sin precedentes y absolutamente fantástica», dijo a su vez Mauricio Cantor, biólogo marino de la Universidad Estatal de Oregon, quien sin haber participado en el experimento, lo reconoce como un gran esfuerzo de investigación.
Se desconoce la razón para que personas, delfines y hembras de los macacos Rhesus y pinzones mandarines, entre otros animales, utilicen lenguaje distinto al dirigirse a sus bebés y se piensa que tal vez ayuda a que aprendan nuevos sonidos, ya que prestan más atención a una voz con mayor rango de tonos.
«Para una cría de cualquier especie, es muy importante saber que su mamá le está hablando a ella y no sólo anunciando su presencia al grupo», indicó Janet Mann, bióloga marina en la Universidad de Georgetown.
En fin, de la mayor importancia son los beneficios que estos mamíferos acuáticos prestan a la humanidad.
Se sabe y lo he contado aquí, que los cuerpos de ballenas muertas en la Antártida de forma natural ayudan a limpiar el mar.
Y que muestras de pocos centímetros tomadas de su piel estando vivas, con pequeños arpones que no las lastiman, esconden claves sobre su salud y los procesos que nos permiten tener aire fresco, comida y agua limpia.
Pero pese a las prohibiciones, están en peligro de extinción por la caza y el cambio climático que interfiere en la procreación, tamaño, descendencia y salud de elefantes marinos, focas, ballenas y pingüinos; y en el krill y algas que los alimentan.
Y también los perjudica el turismo, que antes de 1980 era prácticamente inexistente y ahora llega a cien mil personas, tanto por el ruido de los barcos como porque en su ropa y zapatos, trasladan semillas y microbios ajenos a esas latitudes.