Las conclusiones contundentes que se obtienen policial y periodísticamente de pequeños textos aislados no valoran ni el contexto ni la frivolidad que propicia la tecnología actual en las conversaciones
Cualquier día de estos nos vamos a encontrar una resolución judicial que condene a alguien en virtud de un SMS que le mandó a algún sospechoso de algo hace no se sabe cuánto felicitándole la Navidad o por mandarle un chiste guarro. Sin más argumento, sin más criterio y sin ningún elemento probatorio cierto.
Santa Clara (California), sede del tribunal referencia de FacebookUn simple SMS es, para algunos medios de comunicación, prueba de mantener una relación fluida, como si no hubiese cambiado el modo de comunicarse con el despliegue de las tecnologías de la comunicación, especialmente en los dispositivos móviles.
Lo es para según qué medio de comunicación y también para la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, que despacha últimamente algunos informes que parece no corresponderse con la prudencia que ha caracterizado la mayoría de las investigaciones de este cuerpo.
Las tecnologías de la comunicación y la información permiten muchas cosas que sólo a través del teléfono no se habían puesto de manifiesto antes.
Lo primero, conservar las conversaciones o partes desgajadas de ellas. Los particulares mediante su grabación en el propio dispositivo o en un periférico, como un ordenador. Y nadie sabe si el mensaje que se conserva es parte de una conversación que confirma o desvirtúa su contenido.
Los cuerpos de seguridad pueden acceder, además, a los datos de los móviles hasta doce meses después de la comunicación en virtud de la Ley, que se aprobó tras los atentados del 11-M.
Esta Ley obliga a “los operadores que presten servicios de comunicaciones electrónicas disponibles al público o exploten redes públicas de comunicaciones”, naturalmente en España. Los que están fuera, Facebook y Twitter, por ejemplo, quedan a salvo de los cuerpos y fuerzas de seguridad y Vigilancia Aduanera, en funciones de policía judicial, y del Centro Nacional de Inteligencia bajo la norma que regula su control judicial previo.
Aparte del acceso material a su contenido por distintas vías técnicas, la actual forma de comunicarse mediante las tecnologías permite una cosa que parece que ni la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil ni muchos –demasiados- medios de comunicación parecen haberse enterado, la frivolización del mensaje.
Si ya un mensaje, no digamos ya los cortos, sea en su versión SMS, Whatsapp o cualquier otra, puede tener muy distinta interpretación según la persona que lo analice (a veces no se entiende uno ni con quién se comunica y eso que debe estar en el contexto de la conversación), cuán difícil es que otro, a saber cuánto tiempo después y en qué situación, haga una interpretación adecuada lo que se quiso decir.
Por lo que se está viendo últimamente, estas interpretaciones, entre los periodistas y los investigadores policiales, viene varada por los criterios apriorísticos, por lo que suele utilizarse para confirmar una versión, la suya propia, de un hecho que se tiene con anterioridad, y no para llegar a conclusión a base de indicios racionales. De esta manera, se puede acertar. O no.
Si algunos de los perspicaces policías o periodistas que andan distribuyendo conclusiones a troche y moche sobre un simple mensaje de texto (140 caracteres de máximo, por lo general), tuviesen acceso a conversaciones enteras por otros soportes tecnológicos, tendrían los ojos como chiribitas, pero probablemente acertarían casi tan poco como capacidad probatoria tienen casi todas sus conclusiones.
Si no, piensen en su último cumpleaños, por ejemplo, y cuenten de las personas que tan cariñosamente le han felicitado por Facebook y vean con qué cantidad de ellas no han cruzado una palabra en su vida.
Menos mal que los de Facebook se remiten a un tribunal de Santa Clara, en California, para dirimir sus cuitas legales, lejos de los tan habituales confirmadores de versiones apriorísticas, porque de la contrario estaríamos hartos de ver relaciones fluidas de lo más pintorescas, aunque no fuesen verdad.