Manuel María Meseguer
La actualidad argentina, bien por razones infaustas (“suicidio” del fiscal Nisman), bien por noticias faustas (seguro que hay un centón), constituye, para quienes tuvimos la suerte de vivir sus hermosas ciudades, la excusa perfecta para extraer recuerdos, añoranzas o simplemente vida.
Expertos en motejar a los personajes públicos, los argentinos parecen no conformarse con que una persona tenga nombre y apellidos. El apodo en Argentina es el reconocimiento de la tribu hacia las bondades o maldades de un personaje determinado y marca su preeminencia social aunque sólo sea en un círculo reducido. Algunos de los alias reflejan una realidad: “gordo”, “petiso” o “flaco”, o “colorado”, éste por el pelo color panocha. Otros son absolutamente surrealistas, como “Pajarito”, aplicado a un excelente y veterano periodista de investigación. A Perón le apodaban “el viejo” o “el pocho”; a Héctor Cámpora, “el tío”; a Carlos Menem, “el turco” o “méndez”, porque nombrarlo traía mala suerte. En los deportistas renombrados es imprescindible el apodo, como “el flaco” Menotti, “el burrito” Ortega, “el pibe” Saviola, Carlos “Lole” Reutemann, “el mono” Burgos, “el cholo” Simeone, o Maradona a quien motejan “el diego” o “el dios”.
A Eduardo Menem, hermano del Turco, recién elegido presidente tras la debacle del gobierno de Raúl Alfonsín, le dieron en motejarlo “Amanecer”, así sin artículo previo, lo que denotaba ya en sí una anomalía. Fueron meses terribles en los que a la crisis y la hiperinflación que vivía Argentina por enésima vez se les unía la bisoñez del singular personaje patilludo en el ejercicio del mando presidencial armado de una locuacidad probablemente excesiva. El caso es que Eduardo Menem, el personaje más serio del clan siriolibanés, se dedicaba cada mañana bien temprano a aclarar en las radios y las televisiones lo que su hermano había dicho el día anterior. De ahí “Amanecer”.
En España no es difícil encontrar amaneceres floridos debido a la inexperiencia en el ejercicio del cargo público, a la torpeza de sus líderes o a la ineptitud de los dirigentes, pero el caso es que el recurso a la hemeroteca es un arma de destrucción masiva para el grupo que lidere el lenguaraz.
¿Son necesarios los ejemplos? ¿Recordar las promesas de Mariano Rajoy, líder de la oposición, para cuando llegaran al poder? ¿Cuántos “amaneceres” se han ido quemando, desde el “Luis, sé fuerte”, dedicado a Bárcenas, al pago en diferido de María Dolores de Cospedal hasta el actual portavoz, Rafael Hernando, pasando por el ínclito y avispado Carlos Floriano haciendo equilibrios con la caja B del partido? ¿Expurgar los dichos del flamante secretario general de los socialistas con sus peregrinas propuestas de eliminar el ministerio de Defensa, negar cualquier posibilidad de pacto con la derecha o mandar a los infiernos a los imputados… siempre que no se llamen Griñán o Chaves? Al otro Hernando, a Antonio, “Amanecer” de Pedro Sánchez, se le ve transpirar a chorros cada vez que ha de “matizar” los dichos de su secretario general.
Es lógico que a los líderes en el poder o a quienes lo tuvier0n y aspiran a recuperarlo se les siga más el apunte de sus dichos mentirosos o simplemente irreflexivos. Pero a quienes aspiran a gobernar, como Podemos, también se les empiezan a ver maneras, cositas, detalles que precisan de aclaración, de puntualización, de apostilla.
De momento y se supone que provisionalmente, Pablo Iglesias hace de Amanecer de Juan Carlos Monedero en el tema de sus haberes venezolanos, pero ¿quién lo hará del propio Iglesias cuando “en horas veinticuatro” pasó del bolivarismo a la socialdemocracia nórdica, de la salida del euro a una Europa fuerte, de los dineros universales a un reparto más equilibrado y así hasta llegar al centro-centro político?
Muchas campañas de imagen van a precisarse si se pretende que el votante de las variadas elecciones que se avecinan no vea su voto como un simple papel mojado.