Tengo escrito aquí que la lectura de una foto no es, en principio, cosa de uno o de dos, sino de tres: el propio fotógrafo, las personas retratadas y el observador. Hay más actores que intervienen en el proceso, y algunos con un papel determinante, como es el caso del editor gráfico que decide a qué fotos dar difusión y a cuáles no, o el abogado que, para documentar una demanda, ha de elegir dos o tres entre una carpeta repleta de imágenes ‘ad hoc’.
Libertad digital
Quien primero debe leer una foto es el propio autor. Aquí procede entonar un sonoro ‘¡hurra!’ por la tecnología digital, pues mientras que en el pasado, en la era analógica de la fotografía química, ‘húmeda’, en muchos casos el fotógrafo entregaba o le recogían su carrete de película y otros decidían qué foto seleccionar, en la actual era digital de la fotografía ‘seca’ el fotógrafo vuelve a ser, como al principio de la era de la Fotografía, dueño y señor si no de la totalidad del proceso, sí de la fase de la toma. Él decide qué fotos salvar y qué fotos borrar, y qué foto o fotos seleccionar de las salvadas.
Recuperado el poder sobre la fase de creación de su trabajo, el fotógrafo -no solo el profesional; cualquiera que use su cámara o el móvil con cámara- ya no tiene excusa para alegar que otros eligieron una foto menos buena, mala o directamente inadecuada de su trabajo. Al estar liberados de la dependencia del laboratorio químico, vemos nuestras fotos al instante -los demás también-, por lo que este alivio nos viene servido en bandeja de plata para centrarnos en lo principal: la foto.
‘Fotógrafo cazador’
El estereotipo más común señala al fotógrafo como el ‘cazador de imágenes’. Su cámara, preferentemente con un potente teleobjetivo, es su ‘arma’ para captar escenas y detalles de las vidas de otros. El debate entre lo que sea espacio público y ámbito privado, la frontera entre el derecho a la propia imagen y el derecho a ofrecer información sigue teniendo una vigencia cada vez mayor.
Todo fotógrafo es, quiérase o no, algo ‘cazador’ -lo cual tampoco quiere decir ‘atracador’ o ‘salteador de caminos’-. Cuando persigues una imagen dada, tienes que estar atento a todo lo que se mueve, lo que yo llamo ‘los ojos en el cogote’, esa virtud impagable de intuir, sin necesidad de mirar, dónde está y cómo se está moviendo cada personaje en la escena. Un modelo de excepción es ese pedazo de futbolista que es Juan Carlos Valerón.
Fue esta intuición que te lleva a mirar fuera del encuadre de la cámara para adelantarte a los personajes que van a entrar en la foto lo me ayudó a hacer de una foto posada de tres jóvenes reclusos en la cárcel de Carabanchel una foto un tanto inquietante al disparar la cámara -‘cazar’ la escena- en el instante en que dos reclusos de apariencia poco amable a los que había visto por el rabillo del ojo pasan por delante y encierran visualmente a los chicos.
(C) Manuel López. Manifestación de jornaleros en Lebrija (Sevilla), 1978
‘Fotógrafo pescador’
Más reposada fue la toma de la manifestación de jornaleros en Lebrija. El chico de la foto -ahora será un hombre de unos cuarenta y dos años- iba correteando delante de los manifestantes. Le pedí que se parara en un portal, esperé a que la manifestación ocupara el espacio adecuado en el encuadre e hice la foto.
Fueron las circunstancias externas las que recomendaron ‘caza’ en la anterior y ‘pesca’ en esta foto.
La foto de los reclusos formó parte del primero de una serie de reportajes de cárceles españolas que hice a principios de 1976 con Sol Gallego-Díaz en Cuadernos para el Diálogo. Era la primera vez que periodistas entraban en la cárcel como tales periodistas para hacer su trabajo -y con hora de salida-. Tras el ruido de las rejas al cerrarse detrás de uno, la verdad es que la cárcel imponía respeto. Había que actuar con toda discreción. Pedí lógicamente permiso a los chicos para fotografiarles y ellos estaban tan contentos. La pose gana dinamismo al tener algo de ‘caza’ con las figuras deliberadamente borrosas en primer término.
En la foto del ‘Niño de Lebrija’, en cambio, ya no son los reflejos del ‘cazador’, sino que es la paciencia del ‘pescador’ lo que cuenta. Esta foto es la que elegí de portada para el catálogo de la exposición antológica que me dedicó en 2006 la Diputación de mi provincia de nacimiento, A Coruña. Forma parte de una serie de reportajes que hicimos en 1978 Joaquín Estefanía y yo en Cuadernos para el Diálogo del movimiento de los jornaleros andaluces.
‘Fotógrafo agricultor’
Queda un tercer estadio, el del fotógrafo que ni persigue la fotonoticia ni la crónica de actualidad, sino que puede permitirse el lujo de hacer fotos de autor sin prisas; fotos con la gente, no a la gente o de la gente, ni siquiera sobre la gente…
En el pueblo de Hornachos, en las estribaciones de Sierra Morena en la provincia de Badajoz, se perdió un niño en 1972. Acudí allí como enviado especial de Gaceta ilustrada. Hasta que al cabo de unos días apareció el niño -sobrevivió comiendo bellotas-, sencillamente, no había tema. Ya había hablado con todos los personajes, familiares y demás, que hacía al caso. Solo quedaba esperar.
En una se las salidas por la zona, paré en un cortijo para hablar con los paisanos. Cuando llegué, vi a un chico agachado en el suelo. Estaba recogiendo una paloma herida. Esperé, observándole cómo estaba intentando reanimarla. Cuando se irguió con la paloma restablecida, tomé la cámara y le pedí que posara. Se coló a su espalda otro niño que estaba por allí, pero él posó con tanta disciplina como encanto.
Ese equilibrio de la función de las dos manos, la derecha sujetando con firmeza la paloma y la izquierda acariciándola con ternura, habla de profundidad y de valores, más allá de lo inmediato superficial. La caza y la pesca, también en fotografía, vienen después de lo principal, la agricultura.
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muy lindos recuerdos, gracias por compartir, me gustó el de fotografo cazador