Los regresivos tiempos que vivimos en derechos laborales y sociales han hecho que el calificativo precario se sustantive en España, hasta el punto de ser un término que se aplica, por lo general y sobre todo, a los jóvenes que huyen a la desesperada del alto porcentaje de desempleo que ese sector de población registra en nuestro país: en junio de 2012 la tasa de paro juvenil era del 53,2%; en abril de este año es del 57,2.
El catedrático José María Blanch dirigió un estudio en la Universidad Autónoma de Barcelona en el que se demuestra que vivir en la precariedad genera problemas de ansiedad y depresión, además de otras consecuencias psicológicas negativas. Entre estas señala Blanch la tensión, la insatisfacción y la sensación de injusticia por la desigualdad que se percibe con respecto a otros trabajadores. También, un cierto resentimiento hacia la sociedad al ver que los responsables de la crisis no pagan las consecuencias que de modo tan sangrante afectan a quienes la sufren, bien con la pérdida de trabajo, bien con un trabajo precario. Asimismo, según ese estudio, los precarios tienen también problemas de identidad, pues no pertenecen a un grupo laboral determinado, pasando de repartir pizzas a fregar suelos, o de ser encuestadores a disfrazarse de chocolatinas/mascota.
Javier López Menacho ha vivido a sus 29 años las tribulaciones de un precario y ha tenido la habilidad y la flema de contarlas sin que el resentimiento aflore a las páginas del libro. Ha preferido utilizar la ironía, tal como señala el periodista y escritor Manuel Rivas en el prólogo, y un humor próximo al esperpento, porque los oficios, los trabajos y los chollos que se le presentan al protagonista son una formas de espejos que deforman la humanidad. El lector se encontrará, según Rivas, con la marea de mierda de la corrosión laboral, diseccionada con el bisturí de la ironía e interpretada con inteligencia y sensibilidad por quien la ha padecido.
Se calcula que dos millones de ciudadanos menores de treinta años viven en España la situación que López Menacho refleja en su libro. No es extraño, por lo tanto, que Yo, precario* haya tenido una buena acogida, con dos ediciones en los dos últimos meses, y que quienes lo compren busquen quizá los mismos efectos catárticos que el autor quiso encontrar al escribirlo, acaso para combatir las nocivas consecuencias que según el profesor Blanch se derivan de la precariedad laboral.
Hay dos capítulos especialmente significativos en este libro, los dos primeros de la segunda parte (Crónicas en bicicleta), que a mi juicio resumen la esencia de su contenido. El protagonista reparte propaganda en la calle para una reconocida empresa de telefonía que le han contratado por siete días. Debe, además, convencer al potencial cliente y atraerlo hasta el próximo local comercial en donde le hará partícipe del sorteo de una bicicleta utilitaria. Todo ello por 4,9 euros a la hora, el sueldo mínimo que jamás cobró el precario y que al cabo de un par de jornadas comprobará que es inferior al producto de la mendicidad de la indigente rumana que se arrodilla a su lado sobre una toalla doblada en el asfalto. Constata así el precario que la caridad le gana la batalla a la justicia social. La pedigüeña embarazada recaudará entre siete y diez euros al día. «De repente me parece injusto que gane más que yo y, acto seguido, me arrepiento de pensar así. Un pensamiento fugaz que recorre mi espina dorsal y me anestesia el corazón. Cómo he llegado al punto en que siento envidia y celos de un indigente es un fantasma que me atormentará los próximos días».
Para colmar ese mismo capítulo, el protagonista se encuentra con una transeúnte que le dice: «Tengo un hijo un poco deficiente, tiene una ayuda y está en casa sin hacer ná. Y he pensao que pa estar así, podría hacer eso que tú estas haciendo, pa que se entretenga un rato. El precario, aun reconociendo que la mujer no tiene la más mínima maldad, se siente ofendido. Verá, señora, con esto me gano la vida aunque no me dé para ganármela». Así se podría describir día tras día la realidad que viven dos millones de precarios en España, nadie sabe con qué grado de consecuencias de futuro en el resentimiento social que esto genera en quienes lo sufren y lo puede seguir sufriendo durante años.
*Editorial: Libros del Lince, abril, 2013.