Los mártires olvidados por el papa Francisco

la Iglesia tendría que pedir perdón por el apoyo que dio al general felón Francisco Franco

El papa Francisco en la portada de Time del 29 de julio de 2013

Al papa Francisco se le vio el plumero con motivo de la beatificación de medio millar de religiosos asesinados durante la Revolución de Asturias y la Guerra Civil. El pontífice que nunca ha sido de derechas dijo que hay imitar a esos mártires porque siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestras perezas. El santo padre que vive en Roma animó a la feligresía a ser cristianos de obras y no de palabras.

En una breve alocución grabada en vídeo, Francisco puso como ejemplo el de esos mártires que imitaron a Jesucristo e insistió en la necesidad de abrirnos a los demás, a los que más necesitan, sin duda advertido de que esa fue la actitud llevada a cabo por la iglesia franquista, que prestó palio y preces al dictador mientras perseguía con ejecuciones y cárceles a los vencidos, o a quienes combatieron contra su regimen y fueron fusilados hasta dos meses antes de que el anciano general expirara. Alabemos al Señor para que sus valientes testimonios y su intercesión sirvan para liberar al mundo de la violencia, dijo el papa argentino en referencia a quienes apoyaron la mayor violencia desarrollada en la historia de España contra una régimen legalmente constituido.

Para la Plataforma para la Comisión de la Verdad, la Iglesia tendría que pedir perdón por el apoyo que dio al general felón Francisco Franco durante la Guerra de España y por haber legitimado la larga y dura represión posterior que siguió a su victoria. Esa plataforma, que aglutina a más de un centenar de asociaciones de la Memoria Histórica de todo el país, envió una carta de buena voluntad al papa Francisco en la que le pedía que suspendiera la ceremonia de Tarragona porque se trataba de un acto político de afirmación franquista.

La represión franquista en el País Vasco afectó no solo a miembros de la CNT, PSOE y el Partido Comunista sino a cientos de nacionalistas vascos, muchos de ellos católicos prácticantes. Entre ellos había varios sacerdotes y religiosos que fueron ejecutados por el bando sublevado en el verano de 1936 por su proximidad al PNV y su fiel apoyo a la República. Iñaki Goioaga, historiador de la Fundación Sabino Arana, recuerda en declaraciones a ZoomNews que la mayoría murieron ejecutados en Guipúzcoa antes de octubre de 1936. Fue una represión en caliente. Se dice que el Requeté de Navarra llegaba a cada población conquistada con una lista de sacerdotes a ejecutar. Se les fusilaba sin juicio previo para no dejar rastro. El historiador asegura que a varios de esos religiosos que murieron en manos de los franquistas se les hacía ver que estaban en libertad, firmando ellos mismos la orden de liberación. Después se les llevaba a una cuneta. Era un intento de encubrir las barbaridades que estaban haciendo.

Para muchos nacionalistas vascos, el padre José Artiztimuño Olaso fue uno de esos mártires religiosos asesinados por quien gracias a la santa iglesia católica ostentó el título de caudillo por la gracia de Dios. Nacido en Tolosa en marzo de 1886, este jesuita fue miembro del PNV y cofundador del sindicato vasco eLa-STv. Con el seudónimo de Atizol escribía numerosos artículos de prensa y participó en varios certámenes de poesía. Al comenzar la sublevación y temiendo por su seguridad se refugió en la localidad vascofrancesa de Lapurdi, a 15 kilómetros de Bayona. El 15 de octubre de 1936 tomó la decisión de regresar a Bilbao: allí estaba su familia y el grueso de sus amigos. Cogió el buque Galerna que le tendría que llevar a Bilbao, todavía bajo control del Frente Popular. Nunca llegó a la capital vizcaína. En alta mar, el buque fue apresado por la armada franquista y el padre Artizmuño fue detenido y trasladado a la cárcel de Ondarreta. Tras ser sometido a todo tipo de torturas y vejaciones, el jesuita murió fusilado en el cementerio de Hernani junto a otro centenar de presos. Años más tarde su cadáver desaparecería de este cementerio y sería trasladado, posiblemente, al Valle de los Caídos.

Fuera del País Vasco, el párroco de Los Corrales (Huesca), José Pascual Duaso también murió asesinado por un grupo de falangistas el 22 de diciembre de 1936. Miembro de una familia de izquierdas, a Pascual lo matarían de una manera premeditada y fingiendo un altercado vecinal en la víspera de Nochebuena. El sacerdote mallorquín Martín Usero murió en circunstancias similares después de que se conociera que había ayudado a escapar de la isla a un grupo de republicanos durante los primeros días de la Guerra Civil Española. Otro sacerdote mallorquín, Jeroni Alomar Poquet, fue condenado a la pena capital tras ser acusado de rebelión militar contra el golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

El papa Francisco, que nunca fue de derechas, obró en esta cuestión como sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, artífices de beatificaciones masivas en las que solo figuraron las víctimas identificadas con el franquismo, algo que nunca se atrevieron a hacer los papas precedentes, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. Ningún pontífice de los nombrados se atrevió a pedir perdón, hasta ahora (sí el abad de Montserrat ayer, ya ven qué cosas), porque la iglesía en España haya apoyado aquel régimen y mantenga enterrado a su máximo representante en la basílica del Valle de los Caídos, bajo el símbolo de una gran cruz que representa la fraternidad cristiana. Mientras, miles de víctimas del franquismo siguen bajo tierra en fosas y cunetas sin nombre, sin que el santo padre que vive en Roma se acuerde de su memoria ni del enterramiento con dignidad que su religión postula para los muertos.

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