La crisis del coronavirus es ante todo una amenaza para la salud pública, pero también es, y cada vez más, una amenaza económica, señala la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), en un informe que concreta que en el horizonte de la economía mundial planea la pérdida de un billón de dólares, en el mejor de los casos.
La UNCTAD sostiene que superar esta crisis requerirá no solo de medidas macroeconómicas, sino también de políticas correctivas y reformas institucionales destinadas a construir un crecimiento robusto, sostenido, equitativo y respetuoso con el clima, informa Mark Garten en Noticias ONU.
Según el informe, el COVID-19 desencadenará una recesión en algunos países y una desaceleración del crecimiento anual global por debajo del 2,5 por ciento, a menudo tomado como el umbral de recesión para la economía mundial.
El impacto resultante en el ingreso global en comparación con lo que los pronósticos habían proyectado para 2020 será de alrededor del billón de dólares, en el mejor de los casos, y de dos billones, en el peor.
“La duración y la profundidad de la crisis dependerán de tres variables: cuán lejos y cuán rápido se propagará el virus, cuánto tiempo pasará antes de que se encuentre una vacuna y qué tan efectivos serán los encargados de formular políticas para mitigar el daño a nuestra salud y a nuestro bienestar físico y económico”, señalan los expertos de Naciones Unidas.
La incertidumbre que rodea a cada una de estas variables se suma a la sensación de ansiedad de los individuos, que es una cuarta variable que determinará los resultados de la crisis.
Dos salidas a la crisis
Hay dos salidas posibles de las consecuencias económicas de la sacudida del nuevo coronavirus: la de costumbre, hasta la próxima crisis, y la de la asunción de un liderazgo político que enderece las fallas estructurales económico sociales y medioambientales de la economía mundial.
La opinión consensuada es que esta crisis tiene el potencial de alterar lo que fue una recuperación global titubeante, pero bien alineada, que se había establecido durante el segundo semestre de 2017, gracias a una serie de políticas encaminadas a anular las amenazas a una confianza económica renovada, lo que a su vez había sustentado una serie de pronósticos optimistas de crecimiento para los próximos años.
Desde esta perspectiva, si el brote es de corta duración, una combinación familiar de políticas monetarias (idealmente limitadas a recortes en la tasa del banco central pero posiblemente con algunas medidas menos ortodoxas para bajar las tasas de interés a largo plazo) y de estabilizadores fiscales automáticos, deberían ser suficientes para salvar el día a día, con la recuperación asumiendo la forma de «V» que siguió, por ejemplo, la crisis provocada por el virus del SARS en 2003.
Sin embargo, si la crisis es más duradera, probablemente debido a interrupciones en el lado de la oferta de la economía a través de paralización de las redes de producción y márgenes de ganancias reducidos, las esperanzas de recuperación dependerán de inyecciones de liquidez más sostenidas y coordinadas por parte de los bancos centrales, políticas fiscales más activas, y esfuerzos renovados para impulsar el libre comercio y la inversión extranjera.
En ese caso, la recuperación probablemente asumirá una forma de «U», como ocurrió con las quiebras petroleras de la década de 1970, con algunas bajas económicas serias en el camino, pero con los principios organizativos de la economía mundial preservados… ¡hasta la próxima crisis!
Medidas estructurales
«Nadie veía venir esto, pero la historia más grande es una década de deuda, engaño y deriva política», dijo Richard Kozul-Wright, director de estrategias de globalización y desarrollo de la UNCTAD.
Para una segunda salida de la crisis, las consecuencias económicas relacionadas con el virus están menos con el tiempo y la confianza, y más con una cuestión de liderazgo y la coordinación política necesaria para detener las olas de patógenos económicos liberados por la crisis, y que pueden hundir una economía mundial ya frágil y altamente dependiente de la arquitectura financiera.
Las pérdidas de confianza de los consumidores e inversores son los signos más inmediatos de la propagación del contagio, pero la deflación de los precios de los activos, la demanda agregada débil, el aumento de la deuda y el deterioro de la distribución del ingreso plantean mayores desafíos de política.
La crisis financiera de Asia Oriental podría ofrecer paralelismos, pero esa crisis ocurrió cuando China tenía una huella económica menor y las economías avanzadas estaban en una forma económica razonablemente buena, lo cual no es el caso hoy.
“Desde esta perspectiva alternativa, una respuesta efectiva a las consecuencias económicas del COVID-19 requerirá no solo medidas macroeconómicas activas y específicas, sino una serie de políticas correctivas y reformas institucionales necesarias para construir un crecimiento robusto, sostenido, equitativo y respetuoso con el clima, que reducirían las posibilidades de un colapso económico posterior”, señala el informe.
La última década ha estado marcada por una creciente sensación de ansiedad económica, debido a una recuperación vertiginosa en el norte y a una desaceleración general en el sur, que han estado amenazando la economía mundial desde la crisis financiera de 2008-2009; combinado con una mayor volatilidad del mercado, un sistema multilateral fracturado y un margen reducido para la maniobra política.
Detrás de esto se encuentra un período más prolongado de inversión y crecimiento lento, marcado por auges y caídas intermitentes, y apuntalado por la rápida acumulación de deuda privada, precios estables y bajas tasas de interés, que surgió mucho antes de la crisis financiera en las economías avanzadas y ha caracterizado mucho del resto de la economía global desde entonces.
El lento crecimiento y una mayor ansiedad económica se han asociado estrechamente con un aumento sin precedentes de la desigualdad, en casi todos los países, lo que refleja una combinación de represión salarial, rentismo corporativo y concentración de la riqueza.
Los ciclos de auge y caída financieros generados por los intentos de superar el crecimiento lento mediante la flexibilización monetaria y la desregulación financiera “han exacerbado el nexo de estancamiento de la desigualdad, al crear distorsiones en el lado de la oferta y reducir el crecimiento potencial”, observan los expertos.
Durante los auges, el sector financiero tiende a desplazar la actividad económica real, mientras que el crédito barato asigna mal el capital, desviando recursos a sectores de baja productividad, como los bienes raíces y una economía que bordea la informalidad.
Lo que se necesita para salir de esta crisis
Según la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, los bancos centrales no están en condiciones de resolver esta crisis por sí solos.
“Una respuesta adecuada de política macroeconómica necesitará un gasto fiscal agresivo con una inversión pública significativa, y apoyo de asistencia social dirigido a trabajadores, empresas y comunidades afectadas negativamente”, según el análisis.
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