En sus rostros está la imagen de la diferencia; esa que se adquiere cuando ya distingues el bien del mal. Aquel que llegó a su puerta y les hizo ver que un mundo acaso podía ser mejor. Y lo fue por un tiempo. Todos tuvieron las mismas oportunidades, o quizá no, pero lo que sí es cierto es que la vida no es fácil para ninguno y no siempre agarrarse a lo primero que uno tiene es la mejor solución. Se llama droga, también alcohol, y pasa dejando una huella imborrable en las personas. Vidas rotas, familias hundidas y un espejismo de poder y de ocasión difícil de desperdiciar. Cuando estamos todos de fiesta ésta se prolonga hasta el amanecer. Empieza a dejar la herida abierta y sangra; vaya si sangra. Robos, delincuencia, trapicheos, droga y una vida vivida sin sentido como si los ojos no les permitieran ver la realidad.
Los chicos de la Comunidad del Cenáculo eran jóvenes cuando entraron. Muchos de ellos ya empiezan a tener canas en las sienes porque pasan la treintena. Atrás dejaron a su familia, a sus hijos quizá, un plan de vida que chocaba con la vida real y con la rutina. No hay oficinas ni horarios tan solo diversión. Cárcel, penar por ello y salir para hacer más de lo mismo. Algunos lo llaman tocar fondo; otros, le ponen nombres y apellidos a lo que les ha sucedido. Jamás sus madres les dejaron de lado. Ellas pedían cada día a Dios y esperaban pacientemente a que sucediera lo que podía hacerles felices; volver a la realidad. Y contra el muro de una madre la cosa cambia. Una madre puede con todo y sus respectivas madres les esperaron. Muchas aún les esperan como si el capítulo estuviera aún por escribir porque saben que tarde o temprano volverán a ser ellos. En su realidad atisbaban un fragmento de la vida. Un acorde que era desplazado por la música que ellos querían escuchar. Cuando eres una presa y te ha atrapado la droga no hay música celestial. No hay nada salvo que eres esclavo de tus actos, no recuerdas cómo empezó pero empiezas a tocar el fondo de la vida y ésta se acaba pronto.
Las cincuenta y seis casa que ha fundado Madre Elvira en el mundo han ayudado gracias a la providencia a que esos chicos enganchados a la esclavitud de la droga queden limpios gracias al trabajo en el campo, a la revisión de su vida y a la oración. Adoran al Santísimo veinticuatro horas y un ángel de la guarda les ayuda al llegar. Su Pepito Grillo que les hará saber que por el mismo camino que ellos pasaron, él pasó. Y así sucede cada día. Ellos eligieron otro camino que comenzaba con la esperanza. Creyeron en ella. En el proyecto que con la oración, su voluntad, el trabajo de todos y el esfuerzo de muchos, iba a alimentar sus almas y sus estómagos durante mucho tiempo. Labrar la tierra, pedir al Señor y rezar cada vez que había un tiempo de descanso. Así ha sido su vida en Saluzzo, en Lourdes, en el resto de las casas y ahora en Tarragona. La Casa de la Comunidad del Cenáculo en España está allí. Ellos esperan salir pronto cuando se sientan seguros. Unos llevan meses, otros años. Unos entran y otros salen, y alguno tiene que regresar porque aún no está seguro ni libre de su yugo. Se llama droga, se lo vuelvo a nombrar porque a cada cosa hay que llamarla por su nombre.
Dan gracias a Dios por haber encontrado otro camino; una escena distinta en donde agarrarse para no morir porque ya no queda mucho por hacer. Tienen fe porque la fe mueve montañas y siguen rezando y haciendo rosarios que venden para poder pagarse sus gastos. Sus familias rezan por ellos y la comunidad del cenáculo se hermana porque el proyecto es común; hoy puedo ser yo, mañana, tú. Y todos procuran la caridad porque sin ella, nada es posible. Los ojos de esas personas tienen otra mirada; acaso la de la vida. Esa que es grandiosa cuando se tiene, cuando se admira, cuando se valora porque se puede contemplar cómo transcurre todo. Y la experiencia de la vida es hermosa. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Hoy han estado en la Parroquia de San Ignacio en Torrelodones Colonia. Allí en la pequeña capilla cada jueves se pide por los chicos del cenáculo. La fuerza de la oración hace creer a veces que gracias a que todos empujamos, el carro ya tiene fuerza y va solo. Y es que cuando se cree todo sucede de otra forma. Madre Elvira es el alma de ese carro y el Padre Gabriel, el que tira con fuerza cada semana para que se unan las personas que creen que otro mundo es posible y recoge almas perdidas para que tomen la dirección correcta que les lleve de nuevo a la mirada del mundo; esa que ya no ven. Si quieres salir y no sabes cómo, si estás en ese mundo y quieres conocer el otro, llama a la puerta y se te abrirá. La Comunidad del Cenáculo es grande, porque grandes son las personas cuyos ojos ya distinguen el bien del mal. Todos caben; los que hacen el bien pero mañana pueden hacer el mal, y al revés. Llama. En los ojos de estos chicos ya existe un agradecimiento profundo que le brindan primero a sus madres y luego a Dios que ha hecho que un milagro vuelva a suceder.
Y ese milagro se llama vida y no hay más ojos que los que no quieren ver.
- Comunidad del Cenáculo