Entre Los años 1950 y 1956 los Estados Unidos vivieron un fenómeno social conocido como macartismo en referencia a su promotor Joseph Raymond McCarthy (1908-1957) cuyo objetivo central confesado fue luchar contra la deslealtad, la subversión o la traición a la patria. McCarthy era un senador de los EE UU. Su afán por librar al país de enemigos reales o virtuales puso en marcha un proceso de acusaciones, denuncias, interrogatorios irregulares, listas negras y todo tipo de acoso contra centenares de personas que eran acusadas de ser enemigas de la patria, generalmente motejadas de comunistas.
El proceso llevado a cabo por McCarthy fue conocido como “caza de brujas”. El dramaturgo Arthur Miller escribió la famosa obra “Las brujas de Salem” (1953) en referencia a ese fenómeno social. Existen otras muchas obras que se ocupan de ese período negro de la historia norteamericana.
Como trasfondo histórico hay que recordar que se trata de una época especialmente tensa conocida a nivel internacional como guerra fría que hace referencia a las difíciles relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética después de finalizada la II Guerra Mundial y sus correlatos, la guerra de Corea y los cambios profundos en China a raíz de la llegada al poder de Mao Zedong. El fantasma del comunismo se convirtió en una amenaza recurrente en todo el mundo occidental.
McCarthy denunció la existencia de una conspiración comunista en contra de los Estados Unidos, infiltrada en muy diversos sectores del país, entre otros, nada menos que en el seno del Departamento de Estado, con lo que se puso en marcha la “caza de brujas” que alcanzó a militares, empleados públicos, directores de cine, guionistas, artistas, escritores como Bertolt Brech que tuvo que huir a Europa y otros muchos ciudadanos procedentes de diferentes sectores que se vieron afectados. Hollywood fue especialmente castigado. Las herramientas más utilizadas, y las más eficaces, fueron el espionaje y la delación basada por lo regular en pruebas subjetivas que alcanzaron niveles de veracidad insospechados.
En lugar de tener que demostrar los delatores la culpabilidad de los acusados, prevaleció el principio de que los delatados tenían que demostrar su inocencia; es decir, desapareció el principio jurídico de la presunción de inocencia. Exactamente como había ocurrido en la Inquisición española e idéntico procedimiento al utilizado por todas las dictaduras del mundo. Las acusaciones fueron de lo más insólito y de lo más dañinas, alcanzando a personajes de gran relieve social y político. Se dejaron oír voces como la de Arthur Miller con su “Las brujas de Salem” o la del periodista Edward R. Murrow, defendiendo la libertad de expresión hasta que, finalmente, lograron neutralizar al senador McCarthy y su funesta “caza de brujas”.
A los amantes de la libertad de conciencia, de la libertad de expresión y de la libertad religiosa, les conviene dar un repaso tanto a esta página de la historia que concierne a los Estados Unidos como a los relatos de la Inquisición española que conciernen no sólo a España, sino a toda la humanidad. El macartismo, aunque no sea siempre identificado con tal nombre, es una especie que pervive en nuestros días.
Conviene que esta forma de concebir el cristianismo y las relaciones humanas sea revisada, de forma especial, por un buen número de evangélicos españoles que, habiéndose erigido en defensores de una verdad que pasa por los filtros de su peculiar fundamentalismo, esgrimen las armas del macartismo señalando como presas a abatir a quienes no se amoldan a su estrecho esquema religioso. Y el problema alcanza una dimensión especial cuando no se trata únicamente de individuos aislados, sino cuando detrás de estos individuos hay instituciones que los respaldan y medios de comunicación que sirven de plataforma de lanzamiento.
La caza puede atentar contra quienes promueven una teología ecuménica de entendimiento con otras expresiones cristianas; puede ser contra quienes predican una teología de acogida a todo tipo de personas, incluidos los que defienden diferentes conceptos en cuanto a la identidad de género; puede ser contra los teólogos que se atreven a investigar y hacer exégesis bíblica libremente, motejándoles de liberales como sinónimo de herejes, puede ser contra aquellos que buscan una salida digna y cristiana por medio del divorcio en aquellos matrimonios en los que ha fracasado el amor.
Estos nuevos inquisidores o “macartistas” son los mismos que jamás levantan su voz para denunciar las injusticias neoliberales que explotan y empobrecen a grandes sectores de la población mundial y los domingos se revisten de cristianos; son aquellos que callan de forma descarnada ante el cierre de fronteras para evitar ser “invadidos” por inmigrantes sin papeles; son aquellos que se sienten hermanos de quienes jalean, apoyan y justifican las políticas neo fascistas del presidente Trump en EE UU, a quien elevaron a la más alta magistratura de su país; son aquellos que callan ante la discriminación racial; son aquellos que conviven, sin denunciarla, con la desigualdad entre hombres y mujeres, o ignoran la explotación laboral, o callan ante la violencia de género, o ante la explotación de niños, o miran hacia otro lado ante cualquier otro tipo de violación de los derechos humanos. Todo su esfuerzo se canaliza hacia la caza de “pecadores” que no guardan la ortodoxia por ellos definida.
Este tipo de personas posiblemente estarían dispuestas a condenar a Jesús por relacionarse fraternalmente con la mujer samaritana, por hospedarse en casa de Zaqueo; por admitir entre sus discípulos a zelotes, considerados como uno de los grupos terroristas de la época; por comer con pecadores y publicanos. Jesús no hizo acepción de personas, no preguntó a nadie de dónde procedía; su opción prioritaria fue por los pobres y por los marginados; en su comunidad cabían todos, sin distinción.